Dos
posibles destinos se estructuran en sentidos opuestos, a
toda velocidad, al alcance de la decisión de los afectados
y al mismo tiempo. Dos destinos posibles para Venezuela.
Si los venezolanos querían un
cambio y por eso votaron por Chávez en 1998, ahora no sólo
tienen que escoger un modelo diferente de país, como
aquello de cambiar la cuarta por la quinta.
Tienen dos.
Uno es el modelo socialista
soviético que tuvo Europa Oriental, que sustituirá al
socialismo democrático ofrecido hace ocho años, si Chávez
sigue gobernando sin interrupciones sintomáticas mayores.
El otro es el modelo de país
capitalista que tiene hoy Europa Oriental, después de la
caída del Muro de Berlín, con alto nivel de renta per
capita que sin menoscabar ningún derecho de la democracia
liberal, logre derrotar la pobreza y encajar a todo el
país en la modernidad y dignidad. Esquema político por el
que pugna por lo menos medio país. Modelo derrotado en las
urnas, pero emergente en las calles.
Si se impone definitivamente el modelo del que apenas nos
permiten conocer un borrador proveniente de la comisión
Presidencial encargada de la derogación de nuestra
Constitución, tendremos una Venezuela donde la
independencia económica, mental y emocional del Estado,
que permitía disentir públicamente de sus políticas sin
retaliaciones físicas y económicas, será solo un recuerdo.
Si se lucha lo suficiente para imponer la libertad de
expresarse, de escoger y elegir al gobierno actual, y se
le sustituye por la vía constitucional, poco a poco
lograremos salir del puente estrecho que nos lleva al
socialismo esclerosado que fracasó en todo el mundo,
porque ni la felicidad ni la solidaridad, ni los precios
bajos se han impuesto nunca por decreto.
Nadie tiene fáciles los días en Venezuela frente a este
cruce de caminos. Siempre que se abandona una vía queda
algo de nostalgia, de tristeza, de inconformidad. Para muchos
de nosotros, los venezolanos, esa vía (la otra, cualquiera
de las que he hablado) fue una esperanza, la posibilidad
de otra vida mejor, de alcanzar un sueño.
Por otra parte, estamos demasiado divididos y nos hemos
hecho el suficiente daño para que nadie asuma sin
resistencia el proyecto del otro. La fea tentación de la
violencia nos hace muecas del otro lado de la acera y nos
atrae con su olor lleno de sangre.
La única bandera que se puede enarbolar sin que esa sangre
asome es la de la reconciliación, aquella que agitan
jóvenes universitarios sin demasiada experiencia en el
know how de cómo no matarnos de nuevo. El avance es
ineludible, como la decisión.
lucgomnt@yahoo.es