El
fútbol además de toda su magia
deportiva y competitiva, es política y económicamente
rentable. Políticos y anunciantes, han comprendido que a
través del fútbol se identifican formas de sociabilidad
convencionales y en otros casos emergentes, las cuales en
cierta medida constituyen una suerte de barómetro que ayuda
a medir, entre otras características, la evolución de una
nación determinada.
¿Será porque el fútbol tal y como lo conocemos hoy, nació en
Inglaterra al mismo tiempo que nacía el capitalismo moderno?
Difícil saberlo, pero cualquiera que sean las razones; la
industria deportiva actual son 133 millardos de dólares de
volumen de negocio según PriceWaterhouseCoopers. Un
crecimiento de 47% en apenas 10 años ¿cual otro sector
aparte del informático, ha crecido tanto?
La creación de federaciones nacionales, como el número de
países participantes en las diferentes competencias
futbolísticas no cesa de aumentar, podríamos pensar,
futbolísticamente hablando, que ésta práctica deportiva está
en pleno proceso de mundialización.
Pero la mundialización del fútbol, no tiene solo
consecuencias deportivas y financieras. En sociedades tan
particulares como la iraní actual, la pasión por el fútbol
ha crecido de manera tan irresistible, que los líderes
religiosos islamistas temen que esta modernidad cultural que
el fútbol estaría vehiculando (mujeres en los estadios,
héroes emergentes fuera de los modelos convencionales,
etc.), podría atentar contra las tradiciones de una nación
donde el deporte nacional siempre había sido la lucha.
De igual forma, la actuación de la vinotinto tanto en la
Copa América como en las actuales eliminatorias
mundialistas, con sus victorias, nos enseñó que dentro del
propio eje suramericano se puede concebir un nuevo orden
deportivo, triunfos estos, si bien insuficientes para
clasificar a un mundial, no obstante al parecer alcanzaron
para despertar a una apasionada afición, que se identificó
con su equipo nacional. De manera tal que, tanto jugadores
como el personal técnico adquirieron unos niveles de
popularidad, que provocaron los celos del líder máximo, Hugo
Chávez, quien por su parte sueña con su propio eje
suramericano.
Está pendiente la paradoja, del por qué el
fútbol ha venido logrando escapar de toda crítica profunda.
Casi como un poder espiritual.
Dicho esto y volviendo a lo meramente deportivo, el
funcionamiento cotidiano del fútbol en el ámbito mundial, ha
padecido, y a pesar de las ventajas de la mundialización,
sigue padeciendo aún de escándalos de corrupción, dopaje y
violencia, los cuales empañan valores y principios
fundamentales propios del fútbol y de la mayoría de las
prácticas deportivas. El fair-play (juego
limpio) debe aplicarse en el seno de instituciones como la
propia FIFA y sus diversas confederaciones, al tiempo que
deben ser condenados penalmente los propietarios de equipos
de fútbol, quienes con fines puramente económicos, fomentan
la violencia entre sus fanáticos.
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Artículo
originalmente publicado en el diario El Nuevo País. |