La victoria
del candidato del PRI, Peña Nieto, en las elecciones del
domingo pasado en México, es sin duda, una consecuencia de
la nostalgia opositora de la mayoría del electorado
mejicano. El Partido Revolucionario Institucional, que ha
vuelto al poder, tras doce años en la oposición y casi al
borde de la desaparición, es el heredero de la revolución
mejicana, un partido cuyos orígenes y fundamentos tienen una
raíz de izquierda, favorables a la reforma agraria, a las
nacionalizaciones, la laicidad, la institucionalidad, pero
que usó y abusó del poder.
Corrupción,
impunidad, arbitrariedad, asfixia de la oposición, sin
espacios para subsistir, el PRI se comportó durante 70 años
de ejercicio del poder supremo, como un partido único estilo
tercermundista. Muchos de sus líderes, fueron muy cercanos a
la extinta Unión Soviética, antes de la guerra fría, con
muchas aproximaciones en el tema del nacionalismo, con muy
buenas relaciones con la tiranía castrista y miembro de la
Internacional Socialista.
Al PRI, lo
sustituyó en el poder durante más de una década el PAN, una
agrupación política de derecha democratacristiana. Felipe
Calderón el último presidente del Partido de Acción Nacional
puso todas sus fuerzas en una ofensiva militar contra los
narcos, el balance, 50.000 muertos en cinco años, sin duda,
una insostenible e insoportable situación de insurrección,
que si bien, la misma, no es padecida por el grueso de la
población mejicana en su cotidianidad, por cuanto la misma
tiene como escenario las lejanas fronteras, no obstante, los
electores mejicanos en su mayoría aspiran a que vuelva la
calma al país.
En ese
sentido, para muchos, el PRI en su momento supo frenar a los
narcos, con una gestión si se quiere al mejor estilo mafioso
y eso es parte de la nostalgia electoral.
Peña Nieto,
supo captar ese anhelo de calma y paz, al que aspiran los
113 millones de habitantes que tiene México. La promesa
electoral, del candidato del PRI, de contratar como asesor a
Oscar Naranjo, ex director de la Policía Nacional de
Colombia y artífice de la derrota de los narcos colombianos,
sin duda fue clave en su victoria. Además, desde un punto
meramente de táctica política, muy hábilmente, Peña Nieto,
encarnó una corriente centrista, sin duda más federadora a
la hora de traducir sus propuestas en votos.
El eterno
mal perdedor, el candidato progresista, Andrés Manuel López
Obrador, repite el mismo guión del 2006. Su fatuidad, no
oculta su frustración al no poder formar parte del actual y
extenso número de presidentes de
izquierda democráticamente electos en América Latina. López
Obrador, no ha aprendido, o no quiere, nadar en
una escena de contrapoderes y busca
fantasmas en cada casilla. Al candidato AMLO se le ha hecho
tarde a la hora de ofrecer alternativas políticas
modernas a los desafíos de la modernidad. Como dijo Enrique
Krauze, si la izquierda mexicana quiere llegar al poder por
la vía democrática, tendrá que tomar distancia de AMLO.