Nuevamente
el presidente Uribe toma iniciativas políticas, que se
traducen en certeros golpes contra las FARC y sus agentes de
propaganda internacional. El decreto (880) reglamentario de
la Ley de Justicia y Paz, expedido la noche del jueves 27 de
marzo tras una prolongada reunión en la Casa de Nariño del
Presidente con la cúpula del Gobierno, la Fiscalía y algunos
mandos militares, así lo confirma.
El gobierno colombiano ha puesto como único requisito para
el canje con los terroristas de las FARC, que estos, liberen
bien sea a Ingrid Betancourt o a las personas secuestradas
en su poder. A cambio, Bogotá, deja sin límite el número de
guerrilleros presos que pueden ser liberados, al tiempo que
quedan eliminadas las barreras sobre el tipo de delito
cometido y las condenas.
Dicho esto, las FARC, sin esperar deben poner en libertad a
Ingrid Betancourt para que ésta pueda inmediatamente recibir
los cuidados intensivos que su caso exige. La premura por
Betancourt, no nos lleva a olvidar a los otros secuestrados.
Así como tampoco, habría que desestimar las consecuencias
diplomáticas, todo ello en medio de una recrudescencia del
fútil litigio que Chávez mantiene con Uribe. Es decir, de
lograrse la liberación inmediata de Betancourt, todas las
partes implicadas buscaran salir en la foto. Pero el tiempo
apremia, y las sutilezas diplomáticas, así como la puesta en
escena del circo de los hermanos Chávez-Córdoba, no van a la
misma velocidad que ha decidido imponerle a la negociación
el habilidoso presidente Uribe.
Más de 6 años en manos de las FARC, la más inhumana de todas
las absurdidades. Con los traficantes de pruebas de vida
cual carroñas, sacándole provecho a una situación casi
funesta, de donde sobresalen episodios, en los que no
sabemos si Betancourt esta viva, si ha fallecido, en fin la
nada, borrada de la existencia misma.
En ese lapso de espera, si Betancourt llegara a morir,
¿quien saldría beneficiado?
Nadie, ni las FARC, mucho menos
Uribe, a pesar que tanto la familia de Betancourt y su
comité de apoyo, han mantenido un discurso supremamente
tendencioso, el cual deja entrever, un singular caso de
síndrome de Estocolmo. En fin, la razón y la compasión,
deben aliarse, el momento para la liberación de Ingrid
Betancourt ha llegado.