Los imperios siempre serán
imperios, la Rusia de hoy no es menos. ¿A caso no lo sabían
el presidente georgiano Mijaíl Saakashvili y su joven equipo
de gobierno? Cuesta mucho creer que no lo supieran, de allí
lo inexplicable de la iniciativa militar georgiana al origen
del actual conflicto con Rusia.
Desde hace años, incluso décadas, que el estatuto de las
regiones separatistas georgianas de; Osetia del Sur y
Abjazia, era un tema de discusión y de tensión, entre
Georgia y Rusia. Transcurridos casi 20 años desde la caída
del muro de Berlín, desde Rusia, han tenido serios problemas
para digerir todos los cambios tras la desaparición de la
Unión Soviética, tiempo que Washington aprovechó muy bien
para mover su piezas, mientras la Unión Europea, se negaba a
emanciparse política y militarmente.
Georgia, a través de instituciones internacionales modernas,
había logrado mantener a Moscú alejado de las provincias
separatistas georgianas. Durante los últimos doce años,
Tbilisi, había logrado bloquear el ingreso de Rusia a la OMC.
Eduard Shevardnadze, antiguo canciller soviético y
presidente de su natal Georgia hasta el 2004, ha señalado
que su país ha cometido “un grave error” al atacar
militarmente la madrugada del pasado 9 de agosto la
provincia de Osetia del Sur, provocando la inmediata y
furiosa respuesta de parte del ejército ruso. “Georgia no ha
debido bombardear a Tskhinvali, de una manera tan
precipitada y sin preparación” continuó Shervardnadze, al
tiempo que consideró que lo ocurrido no representa de manera
alguna el inicio de una nueva guerra fría.
Tras la aplastante y expedita victoria del ejército ruso, y
ante el avance de estos en territorio georgiano, el
canciller francés y el propio presidente Sarkozy, se
movilizaron y le presentaron de manera simultánea a las
partes en conflicto, un documento sobre el cual quedaría
estampado un acuerdo de paz. Dicho documento, hoy firmado
tanto por Medvedev como por Saakashvili, establece que las
fuerzas rusas deben regresar a las posiciones en que se
encontraban antes del inicio de las hostilidades, así como
también establece el regreso de las fuerzas georgianas a sus
bases permanentes, las cuales abandonaron para atacar Osetia
del Sur.
Así mismo, ante el rol de mensajero que jugó el presidente
Sarkozy, en la actual crisis, quedaba en evidencia la falta
que a Europa le hace una Constitución, herramienta
indispensable para que la Unión Europea pueda actuar como
una potencia política y militar. Ante dicha carencia,
Sarkozy, se vio obligado a poner en el papel a Rusia y
Georgia de igual a igual, algo que tanto a polacos como a
ucranianos les ha producido, y con mucha razón, escalofríos,
quedando nuevamente en el ambiente la fractura entre los
atlantistas (pro OTAN) y la llamada vieja Europa.
Ahora bien, Sarkozy no es Chirac, ni Rusia tiene hoy los
medios como para meterse en una nueva guerra fría, es por
ello que la política de equilibrio que promulga Sarkozy
parece la mas adecuada para evitar una escalada de las
tensiones. En ese orden tanto Sarkozy, como Merkel ha tenido
el coraje de decirle cara a cara a los nuevos miembros de la
UE, que si bien sufrieron y padecieron de los designios
soviéticos durante la guerra fría, pues bien, los designios
norteamericanos no necesariamente los colocan al abrigo de
nuevas pruebas dolorosas.
Sarkozy, y su estilo pragmático, con una fuerte dosis
jurídica y prácticamente inmune a vestigios ideológicos, ha
hecho que el actual conflicto, entre rusos y georgianos, se
haya detenido en tiempo record. En la práctica es un estilo
mucho mas constructivo que el que ha llevado adelante la
administración Bush en la propia Georgia, donde durante años
promulgaron y promovieron sentimientos nacionalistas
georgianos y ahora justo cuando la cosa se puso color de
hormiga, Washington reacciona con tardanza y sin un plan B.
La victoria rusa ha sido total, militar, estratégica y
políticamente hablando. Pero ante la opinión pública Moscú
mató un mosquito a punta de tanques, lo que una vez más le
ha hecho a Putin acreedor de toda la antipatía de la
comunidad internacional, pero lo mas grave es que eso a
Putin le resbala. La manera expedita como Rusia aplastó a
los georgianos, sin que la OTAN, ni Washington, ni muchos
menos los europeos pudieran hacer nada, refuerza el orgullo
imperial ruso.
En el plano político el documento firmado por las partes en
conflicto, es completamente rusófilo. En el mismo no se
habla de la integridad territorial de Georgia, sino de
soberanía, con lo cual se abre para Moscú la perspectiva de
una discusión internacional sobre el estatuto de Osetia y
Abjazia, con la finalidad de que estos territorios queden
definitivamente separados de Georgia. En lo que respecta al
acuerdo de que ambas fuerzas militares regresen a sus
puestos previos a la guerra, eso también favorece a Moscú,
quien ya tiene sobre el terreno sus propias fuerzas de "paz"
instaladas en dichas provincias desde 1990. Dicho acuerdo es
sin duda un trago muy amargo para los georgianos.
Rusia, ha colocado a Georgia en un posición diplomática
insostenible, ya que solo tenía dos opciones, bien sea
Georgia aceptaba un acuerdo que deja de lado la cuestión de
Osetia y Abjazia, lo cual en la practica es una
capitulación, o el presidente georgiano se negaba a firmar y
corría el riesgo que la guerra continuara, y con ella su
país entero quedaría destruido. Felizmente el presidente
georgiano optó por la primera de las opciones.
Una evidencia que ha venido acompañada de un discurso muy
duro por parte de Medvedev quien ha dejado claro que Rusia
se dispone a hacer respetar su zona de influencia, al tiempo
que acepta la mediación internacional una vez que sus
objetivos militares fueron alcanzados y es aquí donde la
diferencia entre una herencia soviética y una herencia de la
Rusia imperial es muy fina y prácticamente imperceptible.