El
rechazo al tratado de Lisboa, por parte de los irlandeses,
pudiera muy bien ser francés, alemán o belga, si a estos
pueblos se les hubiera hecho la misma consulta. El dictamen
es tan definitivo como contundente; la enfermedad europea,
tiene que ver con el abismo existente entre lo que los
pueblos esperan y lo que sus respectivos dirigentes hacen.
La sensación, de que unos y otros, no hablan la misma lengua
no ha dejado de crecer, demagogia y desinformación, podrían
terminar haciendo metástasis.
Crisis de poder adquisitivo, altos precios del petróleo,
legislación laboral, son las principales angustias de los
ciudadanos europeos. Mientras que desde Bruselas, los
tecnócratas hacen su trabajo, al producir textos con cientos
de artículos, ilisibles para el gran elector, pero al mismo
tiempo esenciales para la construcción de la esperada Europa
política.
¿Por qué ese empeño de someter, tan complicado artefacto, al
voto popular? Ni los suizos lo hacen.
Como quiera que sea, una vez pasadas las primeras
sensaciones del No irlandés, y colocando los hechos en
perspectiva, descubrimos, que al igual que en el 2005,
cuando franceses y holandeses le dijeron No a la
Constitución Europea, no estamos necesariamente a las
puertas del fin del mundo, ni mucho menos del fin de la
Unión Europea. Desde que se comenzó a construir ésta Unión,
50 años atrás, el camino recorrido no se ha hecho a través
de un lecho de rosas. Crisis, bloqueos, compromisos,
conforman el ADN de la UE. Cada vez que se inició un proceso
de ampliación, brotaron complicaciones y dificultades. No
obstante, la Unión ha crecido, y como signo de madurez, al
desarrollar su propio análisis crítico, los miembros, en su
mayoría, han aprendido que vivir juntos no significa una
obligación de hacer todo juntos y al mismo tiempo. El Euro,
es una demostración clara, y si Bruselas concluye, que en la
actualidad, es sumamente difícil hacer avanzar 27 naciones a
un mismo ritmo y que en el futuro será peor, entonces habrá
llegado el momento, de despejarle el camino, a aquéllas
naciones que quieren ir más rápido y más lejos. Siempre será
mejor, que el actual unanimismo paralizante.
Cadencia, celeridad, fin del unanimismo, podrían ser los
compañeros de ruta de Nicolas Sarkozy, quien a partir del
venidero mes de julio, se estrena, en su turno semestral,
como presidente de la Unión.
La tarea es cuesta arriba, por
cuanto, si bien el unanimismo es una piedra de tranca, en la
fundación de la Europa política, el día a día, la puesta en
marcha de obras comunes, particularmente en temas
energéticos, inmigración y seguridad, deben seguir
haciéndose bajo sistemas adecuados, es decir, bajo formas a
la vez democráticas y eficaces.
Más democracia y más eficacia, es precisamente el objetivo
del tratado de Lisboa, que acaba de ser rechazado por los
irlandeses.