El
fútbol además de toda su magia deportiva y competitiva, es
política y económicamente rentable. Políticos y anunciantes,
han comprendido que a través del fútbol se identifican
formas de sociabilidad convencionales y en otros casos
emergentes, las cuales en cierta medida constituyen una
suerte de barómetro que ayuda a medir, entre otras
características, la evolución de una nación determinada.
¿Será porque el fútbol tal y como lo
conocemos hoy, nació en Inglaterra al mismo tiempo que nacía
el capitalismo moderno? Difícil saberlo, pero cualquiera que
sean las razones; tanto la creación de federaciones
nacionales, como el numero de países participantes en las
diferentes competencias futbolísticas no cesa de aumentar,
al tiempo que sube el nivel competitivo, a través de
certámenes estructurados, regulares y continentales.
En ese sentido, encontramos un ilustrativo
ejemplo en los casos de; Nigeria, Togo, Trinidad y Tobago,
Arabia Saudita, Gana, Costa de Marfil y Camerún, cuyas
selecciones nacionales además de haberse clasificado al
menos en uno de los mundiales de los últimos 25 años, han
igualmente cosechado victorias a niveles junior, prejunior y
olímpico. Similares, han sido los casos tanto de Japón
finalista en 1999 del mundial sub-20 y de los Estados Unidos
cuyo equipo llegó a la final sub-17 en 1997. Toda una
hazaña, tratándose de países que no forman parte del
predominante bloque futbolístico Europa-Suramérica.
Gracias a estas experiencias
internacionales, se están construyendo nuevos mundos
futbolísticos, portadores de un innegable progreso en cuanto
a la calidad del juego.
A decir por la presencia en octavos y
cuartos de final en el pasado mundial Corea - Japón 2002 de
selecciones africanas, asiáticas y norteamericanas, al lado
de Inglaterra, Brasil, Italia, Alemania y la eterna outsider
España; podríamos pensar, futbolísticamente hablando, que
ésta practica deportiva está en pleno proceso de
mundialización; con lo cual se estaría poniendo en
entredicho la hegemónica y compartida dominación que ejercen
desde hace aproximadamente 70 años el binomio Europa -
Suramérica, entre quienes se reparten títulos y
organizaciones de copas mundiales - a excepción del mundial
2002 en Asia -.
Pero la mundialización del fútbol, no tiene
solo consecuencias deportivas. En sociedades tan
particulares como la iraní actual, la pasión por el fútbol
ha crecido de manera tan irresistible, que los líderes
religiosos islamistas temen que esta modernidad cultural que
el fútbol estaría vehiculando (mujeres en los estadios,
héroes emergentes fuera de los modelos convencionales,
etc.…), podría atentar contra las tradiciones de una nación
donde el deporte nacional siempre había sido la lucha.
Cabe igualmente señalar, la actuación de la
selección de Venezuela en las recientes eliminatorias
mundialistas, con sus victorias la vinotinto nos enseñó que
dentro del propio eje suramericano se puede concebir un
nuevo orden deportivo, victorias éstas, si bien
insuficientes para clasificar a un mundial, no obstante las
mismas al parecer alcanzaron para despertar a una apasionada
afición, que se identificó con su equipo nacional. De manera
tal que tanto jugadores como el personal técnico adquirieron
unos niveles de popularidad, que provocaron los celos del
líder máximo, Hugo Chávez, quien por su parte sueña con su
propio eje suramericano.
Dicho esto y volviendo a lo meramente
deportivo, el funcionamiento cotidiano del fútbol en el
ámbito mundial, ha padecido, y a pesar de las ventajas de la
mundialización, sigue padeciendo aún de escándalos de
corrupción, dopaje y violencia, los cuales empañan valores y
principios fundamentales propios del fútbol y de la mayoría
de las prácticas deportivas. El fair-play (juego
limpio) debe aplicarse en el seno de instituciones como la
propia FIFA y sus diversas confederaciones, al tiempo que
deben ser condenados penalmente los propietarios de equipos
de fútbol, quienes con fines puramente económicos, fomentan
la violencia entre sus fanáticos.