Desde
el 11 de septiembre he escuchado muchos analistas, revisado
tesis, leído libros, escuchado la radio y mirado la televisión
mucho más de lo habitual; pero me llama enormemente la atención
el silencio tan desusado de los miembros -hooligans
intelectuales- del movimiento antimundialización; temí en un
primer tiempo que sus headquarters estaban ubicados en el World
Trade Center. De golpe quedó en evidencia la futilidad del
discurso de los adversarios de la mundialización, se volvieron
tan insignificantes como el escándalo del senador demócrata por
California Gary Condit. Supongo que ese silencio se debe a que
dicho movimiento sintió pena al verse confundido con un
antiamericanismo primario.
Contrariamente a la demagogia terrorista, los ataques del 11 de
septiembre no son la consecuencia de la miseria y el
subdesarrollo; en los últimos 50 años el nivel de vida en
América Latina y en Asia, ha subido a pesar de una serie de
crisis y bancarrotas, motivadas por la mala gestión interior y
no a causa del libre juego de la economía mundial. Si existe un
continente realmente siniestrado hoy en día es Africa, pero la
miseria de los africanos se debe mucho más a razones políticas
que económicas y los países árabe-musulmanes, si bien padecen
enormes diferencias, muchos de ellos están entre las naciones
más ricas del planeta.
Lo que motiva a los terroristas, es el odio puro y simple.
El
peligro presente radica en que todo el espacio que han ocupado
los grupos antimundialización los convierte en una suerte de
sospechosos habituales protectores de terroristas. La mudez en
la que se encuentran sumidos los militantes contra la
mundialización, va a provocar que el mundo entero les reproche
el hecho de haber armado con sus ideas al islamismo más
fanático.
La obra que tenemos por delante en la lucha antiterrorista es
faraónica, pero no olvidemos que la fuerza de la democracia
descansa en su capacidad de reflexión y autocrítica.
A principios del mes de noviembre se llevará a cabo en la ciudad
de Doha en Qatar, la conferencia ministerial de la OMC. Ojalá y
los hooligans intelectuales no tomen el avión por temor a un
kamikaze hijacker y le cedan el puesto a aquellos miembros -si
los hay- del movimiento antimundialización que practiquen el
arte de la prudencia, que tanta falta hace en estos momentos de
incertidumbre. La situación actual es tal, que antes de destruir
instituciones internacionales los militantes contra la
mundialización van a terminar echándolas de menos. No es el
momento de tirar piedras, ni de lanzar bombas molotov, ni de
hablar de la tasa Tobin -que no es otra cosa que un control de
cambio multinacional. La ocasión se presenta mucho más propicia
para globalizar objetivos aprovechando la ola de solidaridad que
sacude al mundo.
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