Es difícil
opinar con prudencia en estos días. Se siente la limitación
de lo que llaman eufemísticamente “lo conveniente”. Confieso
que en toda mi trayectoria de lucha por ideales y postulados
no he sido amigo de esos frenos y siempre he pensado que
seguir el instinto que nace de la convicción, por más
arriesgado que parezca, siempre da resultado favorable para
el objetivo supremo, aunque no para el beneficio propio, y
quizás por ello me puedo vanagloriar de tener una conciencia
más satisfecha y mejor nutrida que un curriculum de
posiciones políticas. Buenos maestros nos enseñaron una
política ética, testimonial, a pesar que esa conducta
favoreció ambiciones rastreras de los que parecían grandes
hombres. Ejemplos de venezolanos democratacristianos como
Lorenzo Fernández, grande hasta lo inconveniente; Alberto
Palazzi, auténtico hasta el sacrificio personal; Luis
Herrera Campins, leal y tardíamente encontrado; Arístides
Calvani, neuróticamente recto en la dignidad del cristiano
militante en la política, y tantos otros que nos desbrozaron
el camino para empujarnos en el andar de la lucha sin
cuartel por la libertad, la justicia y el honor en la
Política y en la política, y nos dejaron huellas que no
podemos hoy desdeñar por lo conveniente ni lo oportuno. La
consigna del apostolado lanzada por Pio XII nos retumba y
compromete a muchos todavía: “La Política es la más excelsa
actividad de la caridad”.
Esta extraña
introducción, no acostumbrada en el torbellino de un
desahogo, me resultó necesaria para afrontar dos temas que
me atormentan y me invitan al reto: El fraude que se ha
preparado y se desarrolla desde el CNE para voltear, una vez
más, la voluntad de los venezolanos, civiles y militares, en
las próximas elecciones del 7 de octubre y la actitud que
frente a este hecho incuestionable mantienen los llamados a
liderar la liberación de un pueblo libertario pero sometido
por tiranuelos y alcahuetas.
Frente al tema
del fraude, que todos conocemos y sentimos, hay en la
llamada oposición dos actitudes y raras razones para
sostenerlas. Los que piensan que hablar del tema estimula la
abstención, desanima a los votantes; que es mejor no hablar
de la peste para que el pueblo no sepa de qué va a morir
pero que se mantenga la calma y no se vaya a levantar un
“ajeno”, que restablezca el orden natural de las cosas, o lo
que llama un buen amigo, instaure una Dictadura
Restauradora, sin reparar que con esa excusa iremos al
matadero, derrota de donde entonces surgirán “otras
campañas” para los que piensan que manejan las cosas detrás
de las bambalinas y todo se reduce a cuotas de poder y
negociar. Esos que piensan que si pierde Henrique Capriles
pierde él solo y sale del juego, no que perdemos todos los
venezolanos de buena voluntad, que abrirá campo a algún otro
que se siente en el derecho de cosechar esta campaña para
otra más macerada; que el mundo no se acaba ahora y que bien
vale un negocio de mercado negro en la política mientras
otros se juegan el tipo.
Y los que
pensamos que tenemos la obligación de denunciar todo lo que
está pasando, y lo que estos malandros bolivarianos rojitos
están en disposición a hacer, por orden de sus amos
fidelistas, e ir preparando la reacción de un pueblo que
saldrá a votar y a reclamar su voto; que no basta con ir a
votar ni llamar a votar sino que hay que preparar la
rebelión de los votos, que se trata de incitar a la
ciudadanía, civil y militar, no a votar sino a rebelarse con
su voto. Que no aceptaremos un apaciguamiento de última
hora; que le daremos la espalda a la maniobra “sensata”, a
la prudencia y que diremos un ¡Ya basta! Un ya basta a la
maniobra que nos quiere mantener bajo la férula de los
peores, que quiere seguir desnaturalizando a nuestras FAN,
poniéndolas al servicio de poderes extranjeros y
narcotraficantes, que quiere mantener a Venezuela al
servicio de la Cuba castrista, que quiere que no seamos más
venezolanos. Pues no, algunos queremos denunciar las
maniobras de allá y de acá, porque queremos ser libres y que
Venezuela sea de los venezolanos.