Vengo
de mi primera visita a Bogotá, la capital de la hermana
Colombia. Fui con la aprensión de quien ha seguido por la
prensa los incesantes incidentes violentos de esa sufrida
Nación.
El
motivo, y excusa, fue la presentación de la obra de un gran
venezolano, emblema de la generación frustrada de 1958, José
Rodríguez Iturbe; caraqueño, mutuamente adoptado por
Maracaibo, de amplia trayectoria en nuestras lides
políticas, parlamentarias, académicas y, por sobre todo,
humanas. Aceptó responsablemente encargarse del Ministerio
de Relaciones Exteriores cuando la renuncia de Chávez, aquel
abril del 2002, la noche de la masacre de El Silencio,
ordenada por él como “tiburón uno” y ejecutada por sus
esbirros, para vergüenza de nuestras Fuerzas Armadas. La
obra, presentada en una de las más prestigiosas
universidades colombianas, La Sabana, es el fruto de una
vida de estudio y parida por la premura de un exilio
doloroso para un venezolano integral. Quizá, si no hubiese
terciado el desprendimiento y valentía del autor, al asumir
la responsabilidad que le asignó el momento marcado por la
cobardía de Chávez ante su desafuero por la pacífica marcha
del 11 de abril de 2002, con sus 20 muertos y más de 100
heridos, emboscados por sus esbirros, tampoco hubiese
ocurrido el exilio doloroso, pero creador, que logró parir
una obra de toda una vida de estudio y reflexión, aunque su
creador le asigne no más de 10 años de maduración. Pero de
este tratado, porque así debemos verlo, titulado ‘Historia
de las Ideas y del Pensamiento Político” -3 tomos con más de
2.000 páginas-, ya conocerá la prensa y las universalidades
pensantes, para su deleite y formación, por lo que queremos
es destacar nuestra visita a Bogotá, para el evento narrado,
donde encontramos a un País que, acosado por una larga,
cruel y absurda guerra, que está progresando en sus metas
económicas, sociales y políticas, apelando a las armas del
respeto a la Ley, la propiedad privada y el incentivo al
trabajo, dentro de un entusiasmo mítico a las instituciones
y al derecho; todo lo contrario a lo que quieren impulsar
Chávez y sus secuaces, en su empeño por acabar con
Venezuela.
Colombia está cambiando para bien de sus nacionales. Sin
petróleo, y la exorbitante riqueza que éste ha debido dejar
para nosotros, se han empeñado en la cultura y educación de
sus habitantes en el apego a la Ley, mientras aquí nos
esforzamos en la demagogia, el populismo y la corrupción que
emana de la jefatura del gobierno mediocre y malandro, rojo
rojito. En el frontispicio del reconstruido Palacio de
Justicia, en la plaza Bolívar, se lee la frase del prócer
Santander que, como insignia de un País, advierte a los
colombianos que: “las armas nos dieron la Independencia y
(pero) las leyes nos darán la Libertad”, mientras aquí nos
recalcan todos los 5 de julio en la avenida Los Próceres que
nuestros militares nos llevan a la ruina social, económica y
política al ladrido de “patria (¿), socialismo o muerte”.
Desde
la perspectiva enigmática de Simón Bolívar, padre de los dos
países, en Colombia se siente un empeño orgulloso hacia el
progreso, mientras en Venezuela se vive la degradación de
una Nación sometida por una camarilla de maletín.