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La revolución colombiana
Luis Betancourt Oteyza
sábado, 1 septiembre 2007


Vengo de mi primera visita a Bogotá, la capital de la hermana Colombia. Fui con la aprensión de quien ha seguido por la prensa los incesantes incidentes violentos de esa sufrida Nación.

El motivo, y excusa, fue la presentación de la obra de un gran venezolano, emblema de la generación frustrada de 1958, José Rodríguez Iturbe; caraqueño, mutuamente adoptado por Maracaibo, de amplia trayectoria en nuestras lides políticas, parlamentarias, académicas y, por sobre todo, humanas. Aceptó responsablemente encargarse del Ministerio de Relaciones Exteriores cuando la renuncia de Chávez, aquel abril del 2002, la noche de la masacre de El Silencio, ordenada por él como “tiburón uno” y ejecutada por sus esbirros, para vergüenza de nuestras Fuerzas Armadas. La obra, presentada en una de las más prestigiosas universidades colombianas, La Sabana, es el fruto de una vida de estudio y parida por la premura de un exilio doloroso para un venezolano integral. Quizá, si no hubiese terciado el desprendimiento y valentía del autor, al asumir la responsabilidad que le asignó el momento marcado por la cobardía de Chávez ante su desafuero por la pacífica marcha del 11 de abril de 2002, con sus 20 muertos y más de 100 heridos, emboscados por sus esbirros, tampoco hubiese ocurrido el exilio doloroso, pero creador, que logró parir una obra de toda una vida de estudio y reflexión, aunque su creador le asigne no más de 10 años de maduración. Pero de este tratado, porque así debemos verlo, titulado ‘Historia de las Ideas y del Pensamiento Político” -3 tomos con más de 2.000 páginas-, ya conocerá la prensa y las universalidades pensantes, para su deleite y formación, por lo que queremos es destacar nuestra visita a Bogotá, para el evento narrado, donde encontramos a un País que, acosado por una larga, cruel y absurda guerra, que está progresando en sus metas económicas, sociales y políticas, apelando a las armas del respeto a la Ley, la propiedad privada y el incentivo al trabajo, dentro de un entusiasmo mítico a las instituciones y al derecho; todo lo contrario a lo que quieren impulsar Chávez y sus secuaces, en su empeño por acabar con Venezuela.

Colombia está cambiando para bien de sus nacionales. Sin petróleo, y la exorbitante riqueza que éste ha debido dejar para nosotros, se han empeñado en la cultura y educación de sus habitantes en el apego a la Ley, mientras aquí nos esforzamos en la demagogia, el populismo y la corrupción que emana de la jefatura del gobierno mediocre y malandro, rojo rojito. En el frontispicio del reconstruido Palacio de Justicia, en la plaza Bolívar, se lee la frase del prócer Santander que, como insignia de un País, advierte a los colombianos que: “las armas nos dieron la Independencia y (pero) las leyes nos darán la Libertad”, mientras aquí nos recalcan todos los 5 de julio en la avenida Los Próceres que nuestros militares nos llevan a la ruina social, económica y política al ladrido de “patria (¿), socialismo o muerte”.

Desde la perspectiva enigmática de Simón Bolívar, padre de los dos países, en Colombia se siente un empeño orgulloso hacia el progreso, mientras en Venezuela se vive la degradación de una Nación sometida por una camarilla de maletín.
 


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