La Fiscalía General de la
República ha anunciado la reapertura de la causa contra más de un
centenar de personas, acusadas de haber consignado sus firmas en
apoyo al decreto del 12 de abril de 2002 en
Miraflores. Se advirtió también que el fiscal del caso revisará
los videos de lo ocurrido ese día, para determinar "los grados de
responsabilidad" de los que allí se encontraban. ¿Y en cuanto a
los
pistoleros de Puente Llaguno? ¿A los que dispararon contra
ciudadanos indefensos y les asesinaron? El silencio es sepulcral.
¿Por qué el gobierno revive esto, más de dos años después? ¿Qué
busca con ello? ¿Dónde quedan las promesas de reconciliación y
diálogo entre
los venezolanos? ¿Qué dice la izquierda "light", esos que han
venido hablando de la necesidad de reconciliarse, pero siempre
colocando el peso del tema sobre los hombros de la oposición,
nunca sobre los del régimen? ¿No es esta acción de la Fiscalía una
muestra inequívoca de la naturaleza del chavismo, de la que
siempre ha tenido y jamás modificará?
El gobierno sabe exactamente qué pasó esos días. Se han publicado
libros que recogen información y testimonios detallados acerca del
origen, curso y desenlace de los eventos. El gobierno sabe quiénes
se hallaban en Miraflores la tarde del 12 de abril, cuáles eran
las motivaciones de las personas que se hicieron presentes, y
conoce que muchas de ellas no tenían claridad alguna acerca de lo
que acontecía
tras bastidores, ni de las implicaciones jurídico-políticas de lo
que estaba a punto de suceder. La ingenuidad puede ser condenable
en política, pero no es un crimen.
Los objetivos del gobierno no tienen que ver con la sustancia del
problema, sino con lo siguiente: En primer término, proseguir el
rumbo de desmoralizar y amedrentar a la oposición, humillarla y
colocarla ante
sí misma y el mundo como menospreciable y "golpista". En segundo
lugar, se pretende descabezar a ciertas figuras, tal vez
inhabilitando al gobernador Rosales del Zulia (uno de los
firmantes del decreto). En tercer lugar, el gobierno procurará en
los tiempos venideros desarticular por completo la resistencia
cívica, canalizar la oposición por los cauces de su escogencia, y
hasta crear "su" oposición, a la
manera del nuevo adeco-chavismo y con la anuencia de los partidos
tradicionales y su política miope, parroquial y ajena a las
palpitaciones de la sociedad civil.
El gobierno sabe que los días 11 al 13 de abril se produjo la
usurpación de un movimiento popular por parte de un grupúsculo de
personas, que con insensatez despojaron a millones de su
esperanza. La lista de presuntos firmantes del decreto del 12 de
abril incluye a hombres y mujeres que representan nobles energías
de la lucha ciudadana, y que estaban, como gran parte del país,
engañados con relación al significado del teatro que se escenificó
en Miraflores. Es una muestra de la esencia del régimen, de su
talante cruel, de su ansia de venganza y de su voluntad
hegemónica, que a estas alturas pretenda atemorizar a estas
personas, amenazándolas con una "justicia" que no pasa de ser una
charada autoritaria.
Es doloroso, y una muestra más de la mediocridad de la dirigencia
opositora, que ninguno de sus autoproclamados voceros haya dicho
una palabra en torno a esta nueva prueba de la intolerancia del
régimen. Se trata de una dirigencia mezquina y encerrada en sí
misma, empeñada en salvar el pellejo de sus desatinos y derrotas
con renovadas
claudicaciones; una dirigencia que sigue sin brújula, propensa a
malgastar lo que resta de fuerza combativa en la gente.
Ha sido la dirigencia de la oposición, la que mantiene que la
autocrítica hay que dejarla "para después de las regionales", la
que aceptó que los reparos se llevasen a cabo en condiciones
leoninas, la que abandonó al magistrado Martini Urdaneta, la que
cayó mansamente en la celada del revocatorio, ha sido esa
dirigencia, repito, la principal culpable de las derrotas de la
mayoría que se opone al régimen chavista, pero una y otra vez
constata cómo sus esfuerzos se esfuman. Esa dirigencia hace rato
que debió renunciar. Pero no: se aferran a sus cargos con ciega
terquedad, pontifican desde sus falsos pedestales, y ahora
preparan una debacle en las elecciones regionales, que en las
actuales y previsibles circunstancias terminarán por legitimar aún
más al régimen en medio de una generalizada abstención.
No es posible cuadrar el círculo, y no tiene sentido llamar a la
gente a votar si los engranajes del fraude denunciado siguen
incólumes. La gente no es tonta, al menos no todo el tiempo, a
pesar de lo que creen
no pocos de los "líderes" que nos han llevado, con soberbia y
sectarismo, a este callejón sin salida.