Imitas la
barbarie adquirida en alguna lección de lata de sardinas
vencida, que finalmente terminó siendo a punta de clavo y
piedra, rallo de queso blanco. La representas, eres su
símbolo, te retrata ese resentimiento que pones ahora en
práctica frente a aquel improbable manjar contaminado de lo
que te envenenó for ever. Por eso te levantas, das
fuerza en el espejo sin azogue, giras el rostro y murmuras:
“Hoy es tu día, Coronel.”
Eres el
comandante del contingente que otra vez tiene la misión de
salvaguardar a esa entelequia llamada “orden público”. El
lugar del siniestro tendrá fecha, lugar y hora “permisadas”.
Se despliegan barreras, trincheras, tanques, pistolas,
revólveres, fusiles, ametralladoras, arsenal, gas
lacrimógeno, botas con puntas de plomo, rolos, peinillas,
rodilleras, escudos antimotines, chalecos antibalas, petos,
caretas, cascos, máscaras anti-gas, helicópteros, cámaras de
grabación, y toda la tecnología de punta con la que te
observa desde Palacio tu Comandante Presidente acuartelado
en túneles desde donde se esconde del miedo que lo corroe
por dentro.
Te han ordenado
odiar y tú lo aceptas, y es más, se observa en tu hacer y
decir, que lo disfrutas. Vestido para la ocasión te sientas
sobre un camión del que sale música estridente dizque
representando al pueblo. Mandas a bajar el volumen para
llamar sobre ti tuya la atención toda, y no permitir que esa
nube tóxica que ya se duerme a esas horas sobre el asfalto
caliente, impida que sepan que tu nombre aspira al ascenso y
al bronce. Que oiga tu superior que los enemigos no han
podido; que la venganza ancestral de Guaicaipuro está
presente, rodilla en tierra, para defender los designios de
Bolívar, María Lionza, Negro Primero y el Sabanero Porteño.
Todos juntos. Babalú Ayé.
Que tú, otra
vez tú, eres el que está blandiendo la peinilla que
representa la venganza coordinada contra los “payasos”
enemigos del lado allá. Y que frente a su guarimba, tú
tienes tu tarima para mostrar el éxtasis de una victoria
militar, tribal casi, esquiva no más de sangre. Y tu mente
encandilada con el enemigo en retirada. Pero tú mira tú,
otra vez tú, que entonces brincan los tuyos a acorralar a
una periodista que con tan sólo solamente un micrófono en
mano, te requiere y desnuda en tu balandronada y sientes en
el furor de tu cálculo que tu victoria se ha hecho gloria al
saber que te están viendo, que la faena está completa como
cuando el “por ahora” de marras. Y entonces extasiado frente
a las cámaras de Globovisión, alardeas, arengas, pontificas,
das clases de política, no hayas qué hacer, mientras tus
fantasmas, “mi Comandante”, con licencia para matar, te
rodean y escoltan.
Al final de la
jornada recibes felicitaciones para darte razón inexistente
frente a la victoria que fue la marcha opositora. Y estas
palmaditas en el hombro te ponen en sintonía con los eventos
y te sientes nervioso y sudas al recordar la escena tuya
frente a la periodista con máscara anti-gas con la que
soportar la hediondez de los gases (“permitida
internacionalmente”). Caídas ya las sombras y venida la
noche, nos queda el honor de despertar y sentir tu
desprecio.