Allá en
Comayagua, Honduras, en 1895 nacía el poeta Ramón Ortega
quien antes de volverse loco y morir escribiría “Verdades
Amargas”, que ha tenido suerte de tierra irredenta y que ha
sido declamado en ambientes tristones y guitarreados,
olorosos a sacristía de pueblo. Comienza así diciendo: “Yo
no quiero mirar lo que he mirado a través del cristal de la
experiencia, el mundo es un mercado donde se compran
honores, voluntades y conciencias”. A cuento diría que goza
de una popularidad comparable a las del tango “Cambalache”
de Enrique Santos Discepolo, o del vals “El Plebeyo” del
peruano Felipe Pinglo Alva. Las tres composiciones,
distintas por tantas razones, tienen un dejo común
“latinoamericanoide” que las hace representativas de una
sensiblería vaga, que reposa inconclusa entre nosotros y ha
sido retransmitida generacionalmente. Todas tres cada una,
poseen una melancolía tristona y cursi, con el respeto
debido a nuestros ancestros.
Manuel
Zelaya, “Mel”, Presidente o ex presidente, sabrá Dios, de
Honduras, hoy debe estar acompañado por ese sentimiento de
derrota meliflua y en ritmo de Ora Pro Nobis, imagino,
estará recitando de memoria, atribulado en Washington,
capital del Imperio, o en quién sabe que otro rincón del
mundo, lo que su coterráneo Ramón Ortega escribía para él
con siglo y medio de anticipación: “Amigos, es mentira, no
hay amigos, la verdadera amistad es ilusión, ella cambia, se
aleja y reaparece, con los giros que da la situación”.
Se acostó
Presidente, con ensueños de seguirlo siendo, y reapareció en
pijama dando unas declaraciones en el aeropuerto de Costa
Rica, donde fue a parar luego que unos gorilones militares,
lo sacaran a trompicones de su domicilio en Tegucigalpa, de
donde iba a salir, más temprano que tarde, como corcho de
limonada y democráticamente, por conducta abusiva y fuera de
la Constitución. Lo invadió en ese exilio extraño, vendiendo
lástima, como en una pesadilla improbable, ese regusto por
el fracaso que expresaba su compatriota, autor de Verdades
Amargas: “Si estamos bien, nos tratan con cariño, nos
buscan, nos invitan, nos adulan, mas si acaso caemos,
francamente, solo por cumplimiento nos saludan”.
Va a la OEA y
a la ONU y con flux prestado, con cara de yo no fui, qué
está pasando, ¿what happens?, trata de explicar que
lo que él quería hacer era una simple encuesta. Que si la
Constituyente, el pueblo, el Alba, el SICA, la UE, Obama,
Kirchner, los derechos humanos, la época de las cavernas,
las dictaduras, las democracias, bla, bla, bla.
Y a todas
estas, como quien vela un muerto o acompaña a un compinche,
van sus amigorros, dizque defensores de los principios
democráticos y de la ética, Chávez, Raúl Castro, Ortega,
Correa, Evo y el patético de Insulza, a pontificar y darle
ánimos al camarada. Y el poeta les dice nuevamente: “Cuando
veo en mi paso tanta infamia, manchándome la planta de tanto
lodo, ganas me dan de maldecir la vida, ganas me dan de
maldecirlo todo”. ¡Y sólo por imitar a Chávez!