Propongo,
como puntos de referencia, dos eventos que con una distancia
de veinte años permiten acercarnos comparativamente a la
relación colombo-venezolana, que aún no logra encontrar un
núcleo permanente de acuerdo; también hace posible observar
el comportamiento de cada país en lo que a su política
interna concierne; y finalmente ayuda a mirar el escenario
internacional que nos rodea. En extenso, estas afirmaciones
darían para una investigación académica cargada de detalles
que aquí no caben.
Los Hechos
El primero de
los sucesos es el conocido como la crisis de la “Corbeta
Caldas”, ocurrida en agosto de 1987, cuando ese barco de
guerra colombiano, incursionó en aguas territoriales e
históricas venezolanas produciendo una sucesión de
acontecimientos que llevaron a ambos países al borde de la
guerra. El segundo acontecimiento es el de la muerte de
“alias” Raúl Reyes, segundo hombre de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (FARC), quien fue abatido el 1
de marzo de 2008, junto con otros, por el Ejército
colombiano, dicen que con apoyo militar de los Estados
Unidos, en territorio ecuatoriano, con el consentimiento o
desconocimiento del gobierno de ese país.
Estos hechos
condujeron a una crisis militar y política cuyas
consecuencias, en el corto y mediano plazo, se desconocen.
Sorprende, es un decir, la actitud beligerante del gobierno
de Venezuela ante unos sucesos ocurridos fuera de su
territorio, que desencadenaron la decisión del Jefe de
Estado venezolano, Hugo Chávez, de desplegar una ofensiva
militar hacia la frontera terrestre colombo-venezolana, que
tiene una extensión de 2.219 kilómetros. Para acompañar ese
dislate, el presidente de Nicaragua Daniel Ortega, y el de
Bolivia, acompañaron a Chávez en su aventura estrafalaria.
El de Ecuador, ni que decir.
Después de días
de tensión, el 5 de marzo de 2008 se reúne el Consejo
Permanente de la Organización de Estados Americanos (OEA).
El 7 de marzo se celebra en República Dominicana la Cumbre
Presidencial del Grupo de Río, en la que los presidentes de
América Latina y del Caribe deciden, de manera sorpresiva,
echar para atrás, menos mal, lo que hasta minutos antes era
una crisis descomunal. Entre abrazos, risas descompuestas,
taimados, teatrales y patéticos, los presidentes de
Colombia, Ecuador y Venezuela, ejes del conflicto, y
Nicaragua, agregado al convite a última hora por el tema del
fallo de la Corte de la Haya sobre la soberanía sobre el
Archipiélago de San Andrés y Providencia, ponen fin, bajo el
babalao tropical de Leonel Fernández, a diferencias que son
evidentemente irreconciliables.
Veinte años
antes
En Agosto de
1987, el incidente de la corbeta Caldas demostraba que en
Colombia existe una visión guerrerista y de animadversión
hacia Venezuela, que no era nueva, pero que tomó curso
concreto a través de las acciones del canciller colombiano
de la época, Coronel Julio Londoño Paredes, quien aún juega
papel destacado en las relaciones internacionales de
Colombia. Destapó las intenciones beligerantes de un sector
de la élite política, militar, y económica de ese país, que
insiste aún en sus apetencias retrohistóricas por reclamar
lo que no es suyo. En Venezuela, en Nicaragua, en Panamá.
Mostró además
que, a pesar de lo dicho, el gobierno de Virgilio Barco,
para la época Presidente de la República, ante la postura
firme de Venezuela, frente a la presión interna de sectores
democráticos, y con el concurso del juicio internacional,
actuó como un “Estado serio”, dando marcha atrás en sus
objetivos geo-estratégicos. Digo “Estado serio”, en la
medida en que supo calcular los impactos y desenlace de sus
ambiciones. Dos años más tarde en 1989 veríamos al mismo
Julio Londoño en Caracas hablando de integración y de
hermandad bolivariana en la oportunidad en que le tocó
participar, en su condición de Canciller de la República, en
la instalación de la Primera Reunión Binacional de las
Comisiones de Integración y Asuntos Fronterizos
Colombo-Venezolanas, que iniciaron sus tareas dentro de un
ambiente delicado e inestable, luego de que ocurrieran en
Venezuela los sucesos de esa protesta social conocida como
“el Caracazo”, durante los primeros días del Gobierno de
Carlos Andrés Pérez.
Así, en 1987,
durante la aludida crisis del Caldas, Venezuela y el
Presidente de la República, Jaime Lusinchi, tuvieron
posición firme y sólida; contaron con el respaldo nacional
innegable de partidos políticos, Fuerzas Armadas, Congreso
de la República, entes públicos y privados, gremios
profesionales y otros distintos sectores del país que dieron
apoyo firme al presidente venezolano en su decisión de no
permitir el abuso flagrante cometido por Colombia. La nación
respondió como un todo. Funcionaron los mecanismos
democráticos.
Pero a pesar de
lo tenso e intenso de la situación, nos encontrábamos en
presencia de dos Estados, representados por instituciones
legítimas que atravesaban por situaciones coyunturales de
conflicto no ideológico y que dadas unas circunstancias
especiales se animaron apetitos guerreristas contra
Venezuela, que estaban, están, incubados en ciertos sectores
de la sociedad colombiana, pero que fueron descartados por
inviables y por la fuerza de las acciones de Venezuela. La
diplomacia jugó su papel, la comunidad internacional el
suyo, y los factores de poder, incluyendo el económico y el
de la opinión pública, determinaron que la situación no
pasara a mayores. El estamento militar en Venezuela actuó
como ser y parte del poder civil, como debe serlo en una
sociedad realmente democrática. En Colombia el poder militar
de esa época, en cuyas manos reposaba en parte la política
exterior, operó con evidente independencia del poder
político que por acción u omisión dejó que transcurriera esa
demencia.
“Alias” Raúl
Reyes
Ahora bien, con
el caso de “alias” Reyes la olla que se destapa es otra.
Claro que se trata de eventos de distinta factura y
circunstancias, pero es interesante subrayar que la realidad
es otra. Obvio. Han pasado veinte años y la facilidad
comprensiva con la que percibíamos y todavía entendemos
aquél pasado-presente de 1987, no es posible hoy. Porque los
eventos que en este momento ocurren, poseen una hiper-dimensionalidad
que hace muy confusa su comprensión y análisis. Tal vez por
ello vivamos pegados de la televisión, o de la radio, o de
los periódicos, como si a través de la noticia se pudiera
encontrar la verdad. Y es posible, pues estamos en presencia
de hechos inmediatos, mediáticos y mediatizados dotados de
tan altos niveles de truculencia que el único radar
disponible y a la mano para comprenderlos sea el que
brindan los medios de comunicación.
Palabra aparte,
este contexto nos hace llegar a la conclusión que los
esquemas comprensivos ya no comprenden y los explicativos no
explican. Para los académicos esto es un reto. Para la
diplomacia también lo es. Y no se diga para los políticos en
Venezuela, cuyas opiniones no tienen la más mínima
repercusión sobre las decisiones del gobierno. ¿Y las
instituciones? ¿Balance y contrapeso? Eso no funciona,
simplemente porque no existe democracia normal en la que los
partidos políticos e instituciones del Estados tendrían que
jugar un papel. En Venezuela, el Presidente movilizó a “sus”
Fuerzas Armadas, a “su” Asamblea Nacional, a “su” Tribunal
Supremo de Justicia, a “sus” medios de comunicación. Suyos
propios: “Señor Ministro de la Defensa, muévame diez
batallones hacia la frontera con Colombia, de inmediato,
batallones de tanques; la aviación militar que se
despliegue...”, y punto. (Aló Presidente 02/03/08)
En Colombia, en
cambio, como en los tiempos del Caldas pero al revés, fue el
Presidente Álvaro Uribe Vélez, quien recibió el apoyo de
toda la institucionalidad. Hasta el “Polo Democrático
Alternativo” (P.D.A.) le brindó su respaldo. Incluso la
oposición venezolana apoyó a Uribe frente a Chávez y tal vez
se decepcionó cuando el presidente venezolano dio marcha
atrás en su delirio de atacar a Colombia, porque en el caso
nuestro la locura llega a que perdamos la visión de los
grandes objetivos nacionales por la minúscula fruición de
derrocar a Chávez. Las encuestas de esos días daban a las
acciones de Uribe un respaldo del 84 por ciento, mientras
que en Venezuela las encuestas decían todo lo contrario, a
saber, que el 89 por ciento de la población estaba en contra
de la movilización de tropas hacia la frontera colombiana.
Quizá esta circunstancia hizo a Chávez retroceder en su
impulsividad.
Además el
gobierno venezolano está imbuido por una ideología que
posiciona a Uribe como enemigo estratégico del proyecto
bolivariano latinoamericano y, por qué no, mundial. Uribe es
un aliado del imperialismo. Y él no lo oculta. Así que
Venezuela según este nuevo mapa ideológico, queda ahora más
cerca de Teherán que de Bogotá, y Cúcuta más cerca de
Washington que de San Antonio del Táchira. Nunca antes
habíamos perdido tanta soberanía para decidir sobre nuestro
destino común como en estos tiempos descocados.
Lo que muestra
también la olla podrida de “alias” Reyes, sin que aún se
conozcan a ciencia cierta los resultados de la investigación
sobre la información contenida en las computadoras que se
encontraban en su poder, es que la política, si es de ella
de la que hablamos, no se deja entender con los conceptos
clásicos. Aquella interrogante de si la política es arte o
ciencia dejó de tener sentido frente a los hechos que se
miran sin tapujos, que no tienen pena, que desean
expresarse. Ahora la política es lo más parecido a la
complicidad y al chantaje abierto, al espectáculo. Lo que se
dejó ver por televisión en la Cumbre Presidencial del Grupo
de Río, fue una sociedad política de cómplices sin la menor
pizca de remordimiento, en la que es difícil distinguir
entre un narcotraficante, un Canciller, un guerrillero, un
Presidente de la República, un ciudadano común, o un
terrorista disfrazado de monja. Un día amenazan con enviar a
Chávez a la Corte Penal Internacional, y al día siguiente lo
exculpan de cargos. Políticos mafiosos es lo más parecido a
la realidad. Los demás son modelos beatificados y fuera de
tiempo, que ahora estorban por su nobleza.
Por eso es que
en esa pantomima de guerra, que pudo llegar a ser de verdad,
quedó en evidencia también lo ilegitimo de los sistemas
políticos latinoamericanos cuyas contadas excepciones no
hacen sino confirmar la regla. Una red visible de
componendas, corrupción y connivencia, han dejado muy atrás
las nociones de valentía, democracia, confianza, lealtad,
honestidad y orgullo.
Conclusión
Nuestra
responsabilidad es ética y es política. Es necesario
recobrar e inventar ideales y valores. Los venezolanos, y me
imagino que otros también, necesitamos rescatar la dimensión
ética de la acción. Para que los jóvenes no se conviertan en
clientelistas prematuros o demagogos de oficio, o los
políticos más experimentados, en aspirantes a conserjes del
alcantarillado y la luz pública. El poder, pienso, es otra
cosa.
Hace veinte
años, señalábamos que las relaciones colombo-venezolanas se
caracterizaban por ser complejas, tensas, cíclicas y
frágiles. Hoy tenemos que decir que esas mismas relaciones
son: ideológicamente contrapuestas, no cooperativas,
distantes, conflictivas, de desconfianza mutua, con pérdida
de soberanía para ambas partes, de amenazas y extorsión
bilateral, y en las que las fronteras siguen absolutamente
abandonadas.
leandro.area@gmail.com