kafka
inicia su cuento "La Metamorfosis" así: "Al despertar
Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo,
encontrose en su cama convertido en un monstruoso insecto".
Esta sorpresa existencial no molesta la placidez del pulpo
mímico (Thaumoctopus mimicus) descubierto recién en 1998 en
Indonesia. El caso es que este tipo de pulpo tiene la
particularidad no solamente de cambiar de formas, colores y
texturas, sino que además, es capaz de imitar perfectamente
el aspecto del peor enemigo de aquel que aspira depredarlo,
haciendo que este último huya despavorido.
Forma ésta de sobrevivir, la mutación, que ha sido según
Darwin, el origen y la clave para comprender la preservación
y conservación de las especies: cambiar, mutar, imitar,
adaptarse para sobrevivir. Pero a lo que en verdad quiero
referirme es a cierto estado del espíritu contemporáneo, a
una "crisis de identidad" individual y colectiva, que
permite a quien la padece, trastocarse en casi cualquier
cosa para lograr reconocimiento y sentirse cómodo consigo
mismo al evadir la disonancia que puede surgir entre el ser
y el deber ser. Aquí la conciencia no es anterior sino a
posteriori; en todo caso, simulada. La razón de hoy es una
razón cómoda, irresponsable si usted gusta hablar desde la
lejanía de un púlpito que ya no existe.
Porque hoy primero son las conductas y luego teatralizamos
actitudes y después, lejos, muy lejos, inventamos las
creencias y los valores en los cuales supuestamente se
cimientan los comportamientos.
Hay quienes afirman que este problema tiene su origen dentro
del individuo. Ciertas patologías hablan de la existencia
real del sujeto que fue reportado por primera vez como caso
clínico y así divulgado a la comunidad científica
internacional por la doctora Giovanina Conchiglia, en la
Clínica Villa Camaldoli en Nápoles, Italia, en el año 2007.
Antes ya, en 1983, Woody Allen había recreado este tipo de
conductas en el personaje central de su película Zelig, en
la que se muestra a un individuo camaleónico que es capaz de
convertirse en cualquier otro, hasta en su propio
psiquiatra. Por otra parte están los que privilegian la
importancia de las condiciones sociales que según ellos
están dadas para que se produzcan estos estados pragmáticos
del ser. Por ejemplo, Lipovetsky. Gilles dice en La era del
vacío: "la sociedad posmoderna no tiene ni ídolo ni tabú, ni
tan sólo imagen gloriosa de sí misma, ningún proyecto
histórico movilizador, estamos ya regidos por el vacío que
no comporta, sin embargo, ni tragedia ni apocalipsis".
Así las cosas me pregunto con Víctor Hugo: "¿Qué es,
entonces, el pulpo? Es la ventosa". Estamos succionados por
esta tendencia que es universal, la de ser todos absorbidos
por el "ningunismo" que es la solución evasiva al dilema
entre ser y no ser. No ser nadie, globalizados, que es
supuestamente el reino de todos. Sin identidad o soberanía.
La utopía de nadie, como la cucaracha debajo de la bota de
Gregorio Samsa.
leandro.area@gmail.com