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Jugando con fuego
por Julio Palma

lunes, 4 octubre 2004


Venezuela sigue enfrascada en un enfrentamiento interno absurdo y destructivo, que puede calificarse de un juego tipo perder-perder, debido al candente clima político y la discutible legitimidad tanto del CNE como del poder ejecutivo, debido a las dudas arrojadas por el RRP. Todos sabemos el daño que esta situación le significa al país, pues el tiempo pasa y se sigue ahuyentando o frenando las inversiones –internas y externas- que tanto se necesitan para reactivar el empleo, ya que la economía no puede prosperar a fuerza de gasto público, ni siquiera a cuenta de la avalancha temporal de petrodólares. Encima de esto, los esfuerzos administrativos del gobierno son estériles pues siguen centrados en propósitos netamente políticos, para continuar la toma de espacios en los poderes públicos, siendo los próximos objetivos las gobernaciones y alcaldías, para luego arremeter contra la prensa audiovisual con su Ley Mordaza, centralizar las policías regionales y tomar el control del TSJ mediante el aumento de magistrados oficialistas. Mientras tanto, siguen los acuerdos entreguistas de nuestras riquezas con “regímenes amistosos”, que coinciden con el proyecto extremista continental para desestabilizar la región. Y todo esto, en aras de un protagonismo megalómano, y para colmo financiado con dineros públicos que podrían tener fines más provechosos para los sectores necesitados.

Mientras tanto, el estamento militar, que ni siquiera puede defender la integridad territorial  (ej:, los paracachitos, masacre fronteriza,  penetración guerrillera ) se ha convertido en una simple guardia pretoriana, sobornada a fuerza de charreteras gratuitas y prebendas inmorales, para asegurar con el alarde arrogante de la fuerza el establecimiento de una dictadura constitucional y la continuación de los planes entreguistas del Ejecutivo, ignorando abiertamente que dicho proyecto antidemocrático no sería aceptado por la mayor parte de la población, la cual desea prosperar en paz sin sujeción a potencias oportunistas que sólo ambicionan nuestro petróleo.   

Estas no son simples acusaciones aisladas con interés político, pues coinciden con las opiniones de connotados observadores nacionales e internacionales, además del sentir de la mayoría de los ciudadanos. Cualquier persona pensante puede constatarlas al observar el acontecer político, económico y social, o en su propio entorno cotidiano. Encima de esto, los mejores esfuerzos tanto de los funcionarios públicos se invierten en la contienda política, llevando a la administración central y de justicia a una virtual parálisis, al tener prioridad sólo las gestiones y actividades de tipo político señaladas desde altas esferas del poder. Esto, sin contar la pérdida de tiempo que significa para tantas personas opositoras el tratar de exigir sus derechos  a un cambio de gobierno, voluntad ignorada pero que ya se ha confirmado contundentemente tanto con las firmas como con el RRP, si nos atenemos a la constitución original, sin las interpretaciones acomodaticias que le hizo el TSJ. A este paso, se vislumbran tiempos muy difíciles para el país, que ninguna renta petrolera, por más alta que sea, podrá compensar, como esperan los que están ilusionados por otra era saudita. De hecho, a juzgar por el gigantesco déficit fiscal, esta renta ni siquiera basta para mantener funcionando las demagógicas “misiones sociales”, que sólo representan dádivas temporales para alimentar la dependencia hacia el estatismo y la centralización del poder en las pocas manos beneficiadas descaradamente con dineros públicos.     

Ante un panorama tan retrógrado y tenebroso, que seguramente es conocido por todos los actores involucrados, extraña la abierta pasividad de los poderes que deberían servir de contrapeso a la voracidad de ciertos entes políticos, ignorando que el equilibrio de poderes es  fundamental  para asegurar la vigencia de un sistema democrático. Si éste no funciona bien, estaremos sujetos al arbitrio y discrecionalidad de unos pocos jerarcas, con todas las consecuencias que ello implica, bien conocidas por experiencias nefastas de etapas dictatoriales que se creían superadas. Pero los efectos negativos no se dejarían sentir sólo en el ámbito político, ya que toda la economía estará negativamente afectada mientras no se dilucide el impasse político, o se regrese a cauces democráticos permitiendo elecciones libres y transparentes. Deben darse cuenta que la paz social es importante para garantizar un desenvolvimiento armónico de planes sociales y de la iniciativa privada, de modo que las mayorías puedan disfrutar de un nivel mínimo de bienestar, gracias a un funcionamiento normal de los servicios públicos y una actividad industrial-comercial-turística medianamente progresista.

Estamos entonces en una situación provisoria, tensa y bastante delicada, donde la economía no prospera y las funciones primarias del estado no puede cumplirse, ante el desprecio por las mayorías de la sociedad civil y el aislamiento o represión a que son sometidos grandes contingentes de ciudadanos y empresarios disidentes, que no pueden aportar sus destrezas para contribuir a la reactivación económica y la creación de riqueza productiva. Quizás lo más molesto de todo esto es la arrogancia con que ejercen el poder político los grupos dominantes, como si el país fuera una propiedad exclusiva de dichos grupos por el simple hecho de haber tenido una mayoría circunstancial en los entes decisorios, aún a sabiendas que dicha mayoría no está avalada actualmente por el voto libre sino por triquiñuelas políticas y el alarde obsceno del poder de las armas o de una justicia parcializada. Todo habla muy mal de las reservas morales de supuestos líderes y representantes populares, y la discutible sujeción a valores éticos que deberían tener los verdaderos servidores públicos. La sensación de impotencia que sufren las mayorías laboriosas del país, sólo causa frustración y odios estériles, y no es un buen terreno para el esfuerzo constructivo, especialmente considerando que dentro de esas mayorías  está la gente más preparada y productiva del país.  

Pero mientras la mayor parte de la ciudadanía está consciente de los riesgos que corremos de seguir las presentes tendencias, los factores esenciales de poder nacional –Ejecutivo, TSJ, AN, FAN, CEN y Poder Ciudadano-  parecen desconocer olímpicamente la seria problemática nacional, insistiendo en seguir un curso suicida que conducirá pronto al país a una crisis sin precedentes, donde ni siquiera sus privilegios serian asegurados. A menos que los altos jerarcas de dichos entes estén sólo pensando en enriquecerse mientras puedan y disfrutar luego un exilio dorado, al no poder permanecer en su patria pues el pueblo que los eligió los rechazará al recordar sus conductas inmorales por mucho tiempo. Cuesta creer que los integrantes de esos poderes sean tan insensatos y no se dan cuenta de la crisis que se avecina, si siguen apoyando políticas y medidas contraproducentes que sólo favorecen a aberrantes planes personalistas  un proyecto político a todas luces anacrónico y dañino. Los cuales, a su vez, son incongruentes con las necesidades nacionales, que exigen el aporte de todos los recursos humanos y materiales para atacar la pobreza, la inseguridad y la ineficiencia administrativa, elementos que se han agravado grandemente en los últimos años por la exagerada prioridad que se le ha dado a la toma hegemónica del poder político.

Cabria imaginar, en un ejercicio de utopismo positivo, lo que sucedería si unos pocos magistrados o parlamentarios ejercieran sus cargos a conciencia, sin doblegarse cómodamente al Ejecutivo para seguir recibiendo prebendas inmerecidas, o si unos cuantos generales o almirantes ejercieran presiones adecuadas para hacer cumplir la constitución y las leyes sin ambiciones malsanas, o si la Fiscalía evacuara diligentemente las denuncias recibidas y se hiciera justicia imparcialmente, o si el CEN se atendría escrupulosamente a la ley del Sufragio para hacer respetar el voto popular, base de toda legitimidad de autoridades electas. Por eso, esta nota quiere apelar encarecidamente a la conciencia de estos actores decisivos de la vida nacional, para que reaccionen a tiempo y cumplan honestamente las funciones para las que han sido designados o electos, cuando juraron defender la Constitución, a la cual deben un respeto y adhesión apropiados, a riesgo de caer en las arbitrariedades y el caos típicos de etapas superadas, en perjuicio de todos, incluso de los que actualmente se benefician del status quo y que debe tener un alto cargo de conciencia. Se requiere que dichos actores hagan una seria reflexión sobre estos puntos cruciales para el destino nacional, y adopten cuanto antes posiciones sinceras, tanto éticas como enérgicas, de otro modo estarían apoyando una flagrante violación al estado de derecho y creando un clima de confrontación permanente, que  llevarían al país a una segura catástrofe a corto plazo, cuando los precios del petróleo dejen de encandilarlos. La historia, y el pueblo venezolano, los juzgará muy severamente, si así fuera, aunque la justicia sea inexistente y sigan detentando un poder inmoral e ilegalmente.                                                                          Imprima el artículo Subir Página