La
intención de aplicar a Venezuela el régimen cubano data
probablemente del primer viaje de un novel candidato Hugo
Chávez en diciembre de 1994 a Cuba, en lo que a Fidel Castro
se refiere, y gradualmente a partir de 2001 por parte del
propio Chávez.
En ese
2001, que era el tercer año de su primera presidencia, Hugo
Chávez pidió su primera ley habilitante y en tiempo record
lanzó 49 leyes, de las que una, la de tierras, constituye su
primer ataque exitoso a la propiedad privada y abrió camino
a la destrucción de numerosas fincas por la vía de la
expropiación o la invasión.
Estas
49 leyes fueron, en gran parte, el detonante de una huelga
general y grandes manifestaciones de calle que culminaron
con la casi millonaria marcha del 11 de abril 2002 y el
consabido “Carmonazo”.
Después
de pasado el susto de verse derrocado, de regreso a
Miraflores Chávez había aprendido la lección. Por un tiempo,
concentró sus esfuerzos para tomar control de los
principales instrumentos del poder: el petróleo y los
poderes electoral, legislativo y judicial. Primero fue
descabezada y vaciada de sus mejores trabajadores la
petrolera y se lograba control directo del principal ingreso
económico del país. Luego, al adquirir el control absoluto
de la Asamblea Nacional en 2005 debido a la abstención de la
oposición en esas elecciones, el nuevo cuerpo legislativo
unicolor fue utilizado para ampliar el número de Magistrados
en el Tribunal Supremo y nombrar Rectores de confianza en el
Consejo Electoral Nacional.
Hecho
lo cual, Chávez hizo un nuevo intento de dar el paso
decisivo hacia el sistema castro-comunista totalitario, esta
vez con una reforma constitucional, que – siempre dentro del
disfraz de una aparente democracia – sería aprobado en un
referendo, para impedir cualquier paso atrás en el futuro.
Esta reforma constitucional tuvo entre sus propuestas, el
calco fiel del sistema comunista a través de la
concentración del poder local en unas comunas con
financiamiento desde el poder central. También tenía
prevista la integración de la milicia a la Fuerza Armada.
Estaba entre las propuestas, una complicada enumeración de
los tipos de propiedad y se permitía al presidente declarar
un estado de excepción por tiempo ilimitado. Esta reforma
constitucional fue rechazada por los votantes y Chávez
increpó esa noche a la oposición acusándola de haber
obtenido “una victoria de mierda”.
Lenta y
pacientemente, Chávez volvió a utilizar una Asamblea
obediente, presidida por la radical Cilia Flores, para ir
introduciendo una por una, a manera de leyes separadas,
algunas de las reformas que habían sido rechazadas en el
referendo. Concentró sus primeros esfuerzos en la inclusión
de las milicias a la Fuerza Armada y logró que le aprueben
la Ley correspondiente.
Continuó su cauteloso avance con el pedido de otra más Ley
Habilitante, que le fue otorgada en noviembre del 2010 por
una Asamblea que terminaba su cadencia en diciembre y sería
reemplazada por un nuevo cuerpo legislativo, donde ya no
sería fácil mantener una mayoría calificada del partido de
gobierno. Si el plan consistía en aprovechar los 18 meses de
validez de esa Ley Habilitante para avanzar en la
cubanización de Venezuela, es posible que la enfermedad de
Chávez haya acelerado el ritmo, porque lo que aprobó es
radical y definitivo para transformar a Venezuela en la otra
Cuba.
Estas
Leyes, de las que 11 fueron aprobadas el último día de la
validez de la Habilitante, no solamente repiten los
principales puntos que fueron rechazados por la población en
el referendo de la Reforma Constitucional, sino que los
introducen en una forma muchísimo más radical que la que fue
formulada en la propuesta otrora presentada a la decisión
popular.
Si en la reforma constitucional la oferta fue de crear las
comunas y las presentaban con cierta timidez, en la nueva
ley “por la habilitante”, las comunas son colocadas con
poderes administrativos que pasan por encima de las
alcaldías y gobernaciones, sustituyendo a ambas, lo cual a
su vez cambia el orden político-administrativo del país y
concentra el poder en unas comunas a su vez dirigidas
únicamente por el poder central. Alcaldes y Gobernadores
pasan a ser cargos de adorno. Lo que manda en el país, es un
gobierno paralelo y superior, el de las comunas.
Otro
paso mucho más radical que lo que se había ofrecido y fue
rechazado en la reforma constitucional, es el ataque a la
propiedad privada, porque no solamente son sancionadas las
nacionalizaciones, sino que se elimina la obligatoriedad de
indemnizar a precio de mercado por los bienes que el Estado
se apropia.
Las
leyes referentes a los diversos cuerpos de seguridad parecen
ser el paso decisivo hacia lo que en la URSS fue la KGB y en
Cuba es el G-2: la policía científica (o sea la de mayor
rango dentro del sistema represivo del delito) pasa a ser un
cuerpo armado bajo el mando directo de la presidencia de la
república.
La
comunicación electrónica en todas sus formas, pasa a ser
controlada por el Estado, en clara amenaza al Internet,
redes sociales y televisión.
Las
empresas y producción quedan sujetas a la ley que regula “la
iniciativa comunitaria y privada para el desarrollo de la
economía nacional”, mientras que otra ley regula “las nuevas
formas asociativas conjuntas entre el Estado, la iniciativa
comunitaria y privada para el desarrollo de la economía
nacional”, de modo que todavía no se sabe en qué terminarán
esas formas “asociativas conjuntas” con el Estado, pero
desde ya, es previsible el aislamiento económico en la
producción, pasando a una soledad económica tipo Cuba.
Finalmente, la “ley reina” de ese paquete amarrado a última
hora, es la reforma de la Ley Orgánica Procesal Penal que
sanciona legalmente lo que ya era un hecho consumado: la
total utilización por el presidente de la república de la
justicia en todas sus formas y la eliminación de cualquier
vestigio de control ciudadano sobre los juicios, porque
desaparece la figura de los escabinos, que era lo que
todavía quedaba para salvaguardar un vestigio de
transparencia.
Ciego porque no quiere ver
Hasta
ahora, frente a este planificado y pacientemente sostenido
avance hacia el sistema cubano, nunca hubo por parte de la
oposición una resistencia que posea una visión clara de lo
que enfrenta y que actuara de manera organizada. Ni siquiera
ha habido en todos estos años en el pueblo venezolano una
comprensión cabal de que Chávez nunca improvisa, sino que
actúa dentro de un plan pre-establecido que se desarrolla
incluso desde antes de su intento de golpe del 2 de febrero
1992, porque sus raíces – cuidadosamente regadas por Fidel
Castro – ya estaban creciendo en el huerto del MBR200,
fundado en 1982 como una célula subversiva clandestina
dentro de la Fuerza Armada.
Cada
vez que Chávez encontró un obstáculo que lo obligó a frenar
temporalmente el avance de su plan buscando otras formas
para reanudarlo, no fue por una planificada y racional
actuación de los líderes opositores, sino por la fuerza de
inercia de una nación que se aferra a sus conceptos de vida
democrática y simplemente se resiste a desistir de ellos.
Las
tres derrotas sufridas por Chávez, la del firmazo para pedir
el referendo revocatorio, la huelga general con la marcha
del 11 de abril 2002 y la del rechazo de la reforma
constitucional, repitieron siempre el mismo escenario: el
pueblo como masa fue el dique que frenó a Chávez y la
ceguera de los dirigentes opositores anuló cada vez lo
logrado por la gente, dando a Chávez la oportunidad de
reanudar, incluso con más fuerza, el avance hacia sus metas.
El masivo firmazo fue seguido de una vergonzosa capitulación
de los partidos ante el CNE al aceptar la repetición de
firmas y brindar al adversario el tiempo adicional que éste
aprovechó para crear las misiones y amarrar el sospechoso
funcionamiento del conteo de votos. Lo del 11 de abril
evidenció como las apetencias personales pueden destruir el
esfuerzo de centenares de miles de ciudadanos dispuestos a
enfrentar las balas. Y finalmente el rechazo por mayoría de
votos de la reforma constitucional dio lugar a una renovada
y reforzada ofensiva de creación de leyes, que en el
presente momento no reciben el masivo repudio y exigencia de
su anulación con una salida a la calle, porque los
dirigentes de la oposición están inmersos en una campaña
presidencial, cuyos resultados negativos para ellos, ya han
sido amarrados por el predecible accionar de las susodichas
leyes.
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Artículo
publicado originalmente en el semanario Zeta |