Una
ojeada realista a la América Latina del 2009, indica que se
han trastocado los conceptos tradicionales del “Golpe de
Estado” y “Democracia”. Podríamos decir que el subcontinente
está invadido por Golpes de Estado Siglo XXI, efectuados en
el marco del “Socialismo Siglo XXI”, con la ayuda de una
presidencia norteamericana del Siglo XXI, lo cual se utiliza
para instaurar bajo otro nombre dictaduras de siglos
anteriores.
Aquel lejano siglo XX
En
Europa después de la Segunda Guerra Mundial, el nombre de
América Latina iba a la par con una imagen de golpes
militares. Por ser tan frecuentes, ni siquiera se indagaba
dónde ocurrió esta vez, cómo, ni por qué. (Pareciera que esa
vernácula reacción prevalece incluso ahora, al juzgar por la
actitud de la Unión Europea frente a los acontecimientos de
Honduras.)
Es que
todo el siglo XX (al igual que el anterior), fue signado en
América Latina por golpes militares, de los que algunos en
particular, como los de Brasil y Argentina, dejaron un
espeluznante récord de torturas y asesinatos. No sería sino
a partir de la segunda mitad de ese siglo XX, que el
continente emergió a duras penas de los gobiernos militares.
Venezuela fue pionera en esa confrontación continental de
“dictadura contra democracia”. Tuvo por actores a dos
brillantes figuras antagónicas: el derrotado dictador
militar Marcos Pérez Jiménez y el demócrata triunfador,
Rómulo Betancourt. Un momento simbólico de aquella lucha,
ocurrió cuando Betancourt logró la extradición de Pérez
Jiménez y lo trajo a Venezuela para enjuiciarlo. De hecho,
cada uno representó una corriente histórica.
En la
lucha de las nacientes democracias que pugnaban por su vida
y permanencia, se plasmaron las correspondientes
constituciones y los compromisos internacionales, tales como
la Carta de la OEA. Una de las previsiones para evitar las
dictaduras y que se reflejó en virtualmente todas las
Constituciones aprobadas en esa época, fue prohibir la
reelección presidencial. Algunas, como la venezolana,
permitían una segunda oportunidad después de un intervalo de
espera, otras, como la de Honduras, blinda la no-reelección
con la pena por “traición a la patria” contra quien intente
hacerse reelegir en la presidencia. De una u otra manera,
todas exhibían limitaciones a la permanencia indefinida de
un presidente en el poder.
Socialismo Siglo XXI
En
medio de los múltiples golpes militares que marcaron, pues,
a América Latina en el siglo pasado, ninguna dictadura
militar sobrevivió, ni siquiera el aparentemente inamovible
dictador Pinochet de Chile, pero hubo una notable excepción:
Fidel Castro en Cuba.
Analizando sin sesgos ideológicos ese caso excepcional, la
toma de poder por parte de Castro fue bastante clásica, por
eso de entrar en La Habana con su particular montonera
traída desde la Sierra Maestra, por haber contado con el
solapado apoyo norteamericano (recuerden los reportajes
pro-Castro en la revista Life), y por la represión militar
inmediatamente instaurada con los fusilamientos en La
Cabaña. Lo original por parte de Castro y lo que le
garantizó el poder de por vida – algo que los demás
dictadores no lograron – es el haberse acogido al sistema
comunista, que se apoya en la premisa de que el soberano es
el pueblo… felizmente representado por su líder, el cual,
por lo tanto, no está sujeto a cambios.
En
Venezuela, el intento de golpe militar del 4 de febrero
1992, del que participó con otros oficiales el entonces
teniente coronel Hugo Chávez, fue clásico en cuanto a sus
preparativos y ejecución. Sin embargo, ya poseía en sus
planes la semilla castrista, al juzgar por los documentos
que posteriormente salieron a relucir y donde el ideólogo
Kléber Ramírez enumeraba las medidas inmediatas a tomar,
para arrancar de raíz el sistema anterior, democracia
incluida.
En
1994, Hugo Chávez afirmaba en entrevista, que no se someterá
a elecciones, si bien no escondía que volvía a trabajar para
acabar con el gobierno que en ese momento imperaba en
Venezuela bajo la presidencia de Rafael Caldera. No sería
sino posteriormente, por consejo de dos experimentados
asesores, Luis Miquilena y José Vicente Rangel, cuando se
plasmó la idea de acceder al poder por la vía electoral.
El
cambio ocurrió cuando los asesores fueron reemplazados por
un super-guía en la persona de Fidel Castro, y a partir de
allí, Hugo Chávez inició el programa que consiste en
utilizar los instrumentos de la democracia para acabar con
ella. El primer paso, una Constituyente, abrió camino a
todos los demás movimientos que paulatinamente entregaron a
Chávez el control no solamente del Poder Ejecutivo, sino de
los otros tres: los Poderes Judicial, Legislativo y sobre
todo – Electoral, principal garante de permanencia eterna en
el poder.
Parte imprescindible de esa garantía, es el sistema
comunista, pero dado el desprestigio mundial del término, se
le cambió el nombre por el de “Socialismo siglo XXI” y se
justifica su presencia con la promesa de erradicar la
pobreza que efectivamente, azota a todo el continente. Hasta
ahora, en Venezuela la pobreza más bien se profundizó, pero
la meta real, la de garantizar el poder al líder, se
afianzó.
La franquicia chavista
Con
Chávez en el poder, se inicia una era latinoamericana de
gobiernos nuevamente dictatoriales y vitalicios, pero esta
vez están disfrazados de “democráticos” y disfrutan de las
ventajas dialécticas y de aceptación internacional que
brinda la utilización de dicha máscara.
Los seguidores que pusieron en ejecución punto por punto el
sistema Chávez son Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en
Ecuador, en América Central Daniel Ortega acaba de iniciar
los pasos hacia la reelección indefinida, y cierra la lista
actual Manuel Zelaya, presidente de Honduras, cuyo intento
de seguir el ejemplo fue truncado debido al funcionamiento
de la separación de poderes, que detectaron la violación de
la Constitución.
El intento de Zelaya de garantizarse a través de una
votación de dudosa confiabilidad el mecanismo que permitiese
su reelección, no solamente reveló la acción concertada de
una nueva modalidad de “golpe de Estado” en América Latina,
sino también la eficacia con la que ese nuevo disfraz pone a
funcionar a su favor, los mecanismos nacionales e
internacionales, otrora creados para impedir el advenimiento
de las dictaduras militares. De la misma manera como Chávez
utilizó los instrumentos de la democracia para destruirla,
su franquicia internacional utiliza los instrumentos de
inmunidad contra los golpes militares, para fortalecer a los
golpes de mano, como el de Zelaya en Honduras.
El imperio del siglo XXI
Chávez
no se equivoca cuando llama con sorna a los Estados Unidos
“el imperio” y él mismo lo confirmó cuando se dirigió en un
discurso al presidente norteamericano Barack Obama,
pidiéndole que restaurara en la presidencia de Honduras a
Manuel Zelaya. Con ello, reconoce a Washington un poder
imperial sobre América Latina y contrasta con la actitud de
Honduras, que desafía soberanamente a Chávez y a cualquiera,
imperio incluido.
Viendo
la realidad, si bien, efectivamente, hay una abismal
diferencia de poder económico y militar entre EEUU y, por
ejemplo Venezuela, en términos diplomáticos y de
convivencia, son dos interlocutores con derechos iguales. En
relación a los países latinoamericanos, EEUU es simplemente
otro miembro más de la OEA y un interlocutor individual.
Existen
otras realidades. Hoy en día, el enorme poder militar
norteamericano ni puede, ni es aplicable en el subcontinente,
salvo que fuera, como en el Plan Colombia, a petición del
gobierno colombiano con una finalidad precisa que es la de
erradicar la narcoguerrilla. Con los demás países, Obama
centró su política en un solo punto: demostrar que no quiere
interferir y muchos menos repetir las intervenciones a favor
de dictaduras. El problema que tiene ahora con Honduras, es
que quienes más han acusado a EEUU de intervencionismo a
favor de dictaduras, piden ahora que intervenga a favor de
una dictadura en ciernes, como lo sería de hecho, la de
Zelaya.
La
situación no deja de ser curiosa: si EEUU interviene para
apoyar a Zelaya, apoyará a una neo-dictadura siglo XXI. Si
presta su apoyo a quienes derrocaron a Zelaya, se le acusará
de apoyar a un golpe de Estado, porque esa es la máscara que
Chávez ha logrado imponer a un mundo que todavía no ha
entendido las profundas transformaciones latinoamericanas,
inventadas para que, como en el Gatopardo, todo siga igual.
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Artículo
publicado originalmente en el semanario Zeta |