Cual
santo en vía de beatificación, Chávez produjo tres milagros
en una semana. El primero y más notorio fue hacer que un
sapo salte hacia atrás – cosa verdaderamente milagrosa. Me
refiero a la anulación de la Ley de Inteligencia y
Contrainteligencia, bautizada por la gente “ley sapo”, que
Chávez decretó, promulgó, alabó y recomendó como el fruto de
varios años de exhaustivo trabajo, y diez días más tarde
dijo “nos equivocamos”, para derogarla de inmediato en
Gaceta Oficial.
El
segundo fue mandar al traste – por lo menos oficialmente –
35 años de “sueños azules” y 20 de luna de miel con las
FARC. Declarar públicamente que las FARC deben liberar “a
cambio de nada” a todos sus “prisioneros” y afirmar que “la
guerrilla pasó a la historia”, es, en el caso de Chávez, un
milagro mayor que hacer saltar un sapo pa´trás.
El
tercer milagro de Chávez ha sido reunir a la más conspicua
oligarquía empresarial del país, para pedirle que le
ayudase, no se sabe si a enderezar la economía, o a ganar
las elecciones de noviembre. El dicho de Karl Marx, que un
empresario vende la soga con la que lo ahorcarán, nunca fue
mejor aplicado. Si a Chávez lo ayudan en vez de hundirlo,
será este el mayor de los tres milagros y – vistas las
ganancias que brinda Cadivi bonos mediante a quienes manejan
sustanciosos capitales -, Chávez es capaz de producir ese
gran milagro.
Cómo queda Rodríguez Chacín
La
oferta del ministro de Interior y Justicia Ramón Rodríguez
Chacín era clara y coherente. Brindaba a las FARC alivio en
suelo venezolano, algo que ya constaba en un primer
documento elaborado para Chávez por Rodríguez Chacín en
1999, pero tiene que ser reforzado ahora, dado las
necesidades de una FARC derrotada en Colombia.
Internamente, Rodríguez Chacín ha sido el heraldo de la Ley
de la Policía Nacional, organizada para que fuese operativa
en noviembre y cuyas acciones recibirían el piso legal de la
Ley de Inteligencia y Contrainteligencia.
Hubo un
momento significativo durante la cadena que transmitió el
discurso presidencial frente a los empresarios. Chávez hizo
alarde de su buena voluntad refiriéndose a la derogación de
la Ley de Inteligencia y cuando criticó esa ley, recibió un
aplauso. Vimos a la audiencia aplaudiendo y a Rodríguez
Chacín sentado inmóvil, sin aplaudir, con el rostro “amarrao”,
diríamos en criollo.
¿Sigue
siendo ministro del interior? ¿Cuánto tiempo lo será? El
régimen radical, de fuerza y abiertamente comunista que el
ministro ya tenía organizado ¿está anulado o pospuesto?
Desde 1999, Rodríguez Chacín nunca dejó de actuar como el
operador político entre Chávez y las FARC. Su actual
disgusto es evidente y la gran pregunta es cuánto poder real
posee este hombre de temible trayectoria, o si simplemente
observará un lapso de espera de aquí a noviembre.
Cómo
quedan las FARC
Es
evidente que la situación de las FARC es desesperada. Su
Directorio formado por siete miembros de la mayor veteranía,
perdió a tres de ellos en pocos meses. Alfonso Cano, quien
reemplaza al fallecido jefe supremo Manuel Marulanda, según
las fuentes de Bogotá está herido en un brazo. El otro jefe
importante, alias Mono Jojoy, presumiblemente tiene
problemas de salud.
La
debilidad de las FARC se mide por el número de deserciones y
sobre todo, por la facilidad con la que el gobierno
colombiano averigua lo que pasa dentro de la guerrilla, lo
que significa que ésta ha sido infiltrada como nunca lo fue
antes.
Chávez,
quien lleva años preparando su “guerra asimétrica” que es la
guerra de guerrilla, de pronto afirma que “está fuera de
orden un movimiento guerrillero armado. Eso hay que
decírselo a las FARC”. Suena a una orden impartida a un
grupo cuya única tabla de salvación es buscar la paz, porque
su otra tabla de salvación, que es Chávez, no acepta servir
de amparo.
Falta
saber si las FARC están de acuerdo con lo que les aconseja
Chávez y si lo acepta Alfonso Cano. Tres de los actuales
miembros del directorio de las FARC – el Mono Jojoy, Iván
Márquez y Timochenko – están muy ligados a Venezuela y al
gobierno de Chávez. No es imposible que Chávez estuviese
actuando de común acuerdo con ellos cuando habla de
pacificación. Otra cosa son el férreamente estalinista
Alfonso Cano y los jefes del frente occidental. Todos, o
cualquiera de ellos por separado, podrían sentirse
traicionados ¿por Chávez? ¿por Rodríguez Chacín? ¿por Alcalá
Cordones? ¿Cuánto sabe la FARC acerca de Chávez para sacarlo
a la luz pública?
Además,
si una guerrilla presumiblemente amiga produce grandes daños
en la frontera, ¿cómo sería si pasa a ser enemiga?
Cómo quedan los empresarios
El caso
de los empresarios invitados a ayudar a Chávez es curioso,
para decir lo menos. A la Polar le quitaron silos, le
pararon camiones, la acusaron de acaparadora y le bloquearon
varias veces la producción de la harina de maíz, pero el
dueño de ese emporio, Lorenzo Mendoza, saludó como positiva
la idea de “participar”. Otros están en igual situación:
“Van Dam, ¿qué planta te quitaron? Tranquilo, esto se
arreglará”, dijo Chávez en medio del discurso. El sector de
la gran banca fue claramente amenazado e invitado a
“desembuchar”. Chávez prometió créditos y condonaciones de
deudas dentro del plan de reactivación agrícola. Lo hace
después de ocho años de atropellos contra fincas y hatos,
incluyendo la aplicación del “método Chas” con el que
despojó a los dueños de la hacienda La Marqueseña.
La
voluntad de expropiar nunca fue escondida, Chávez intentó
incluirla en la reforma constitucional. Las invasiones que
tantas fincas convirtieron en desiertos, recibían su patente
de corso. Incluso ahora, de las tres horas que duró el
discurso, las dos primeras fueron dedicadas a subrayar que
se trata de una economía socialista, controlada por el
gobierno hasta en la fijación de los precios que serán
“flexibles”, pero controlados.
¿Por
qué los empresarios acudieron y lo escucharon? Porque allí
están las multimillonarias oportunidades que brinda el
control de cambio y la especulación con bonos. Chávez no
sólo no quitó el control de cambio, sino que flexibilizó su
uso, no a los ciudadanos de a pie, sino a los importadores
que van en las Hummer. Quien ni siquiera puede hacer una
pequeña compra porque no tiene tarjeta de crédito, o sea los
más humildes, quedaron fuera igual que antes.
En
términos reales, la situación es que Chávez, a cinco meses
de unas elecciones, ya sabe que su equipo de gobierno es
incapaz de construir una casa, impedir el desabastecimiento
o mejorar los hospitales. Como medida de emergencia, pide al
sector privado efectuar algo que el sector público nunca
hizo ni hará: producir bienes. Prometió millones de dólares
para utilizarlos como capital, con tal de que alguien los
invierta, trabaje y produzca, eso sí, bajo un sistema
estatal de control socialista, lo que de raíz, corta lo
esencial que es la confianza.
Cómo
queda la gente
Al
faltar algo tan esencial para la inversión como la confianza
y existiendo solamente el dinero oficial para impulsar una
economía donde tampoco se han hecho esfuerzos para frenar la
corrupción, es iluso esperar resultados para toda la
población. A lo que antes robaba el sector público, se le
agregará lo que robarán en el sector privado. Eso es todo.
En el
plan presentado por Chávez, no hubo mayor cosa para frenar
la inflación, el desorden y los abusos. Para el ciudadano
que hace su mercado semanal, que no consigue la medicina y
no encuentra cómo pagar el alquiler, de aquí a noviembre
nada habrá cambiado y quizás algunas cosas habrán empeorado.
En
conclusión, estos tres milagros de Chávez producidos a un
altísimo costo de credibilidad, sólo habrán servido para
acelerar el autobús en su bajada.
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Artículo
publicado originalmente en el semanario Zeta |