Si
bien la redacción de los 26 decretos-leyes fue sorpresiva
porque se desconocía que esas leyes se estaban preparando,
su publicación fechada oficialmente del último día en que
caducaba el lapso de 18 meses otorgado al Presidente de la
República por la Asamblea Nacional para que emitiera leyes,
obligaba a prever que en eso se trabajaba. Hoy está claro
que se trataba de un plan político elaborado desde antes del
2 de febrero 2007, que es cuando la Asamblea emitió la ley
Habilitante después de haber recibido la solicitud
presidencial.
Pasada
la primera sorpresa, las 26 leyes fueron denunciadas por
voces autorizadas como “un golpe de Estado a la
Constitución”, por incluir la mayoría de las
transformaciones constitucionales que fueron rechazadas por
la población en el referendo del 2 de diciembre. Entre sus
puntos más comentados, estaría: 1ºla transformación profunda
de la Fuerza Armada al copiar estructuralmente el modelo
militar cubano y al crear un componente adicional,
íntimamente ligado al proyecto político del presidente; 2º
la licencia otorgada a las autoridades gubernamentales de
disponer sin previo aviso de la propiedad privada de los
ciudadanos; y 3º un reordenamiento territorial que coloca
por encima de las autoridades regionales electas, a
funcionarios nombrados por el presidente de la república. En
palabras de Luis Miquilena, lo único que todavía quedó
fuera, es la reelección indefinida. Pareciera que ésta fue
reemplazada por la creación de un grado militar, equivalente
al que tenía el generalísimo Francisco Franco en España, que
con eso, ni la presidencia ya hace falta.
La
publicación del texto de las 26 leyes en Gacetas Oficiales
que salieron de la imprenta el 4 de agosto, cuatro días
después de fenecer la Habilitante, ante-fechando las gacetas
en el 31 de julio en claro desprecio a las normas y la
forma, coloca a los venezolanos ante un hecho consumado: las
leyes están vigentes y son de acatamiento obligatorio en
todo el territorio nacional.
La
señal de obligatoriedad fue reforzada por otros hechos, como
la confirmación por el Tribunal Supremo de las
inhabilitaciones a candidatos de la oposición, sacándolos
del juego político y de paso, lanzando a la población la
señal de la anuencia del máximo tribunal a los designios
políticos del Ejecutivo. La declaración de Hugo Chávez, de
que quien no esté conforme con las nuevas leyes puede acudir
al Tribunal Supremo, indicaba de antemano cuál sería el
resultado de un recurso judicial.
Esto
deja que incluso la celebración de las elecciones regionales
previstas para el 23 de noviembre, dependan de hecho de la
decisión unilateral de uno de los contrincantes, tanto en su
fecha de celebración (que podría ser cambiada para dar más
tiempo de utilizar en aras de campaña los poderes que
brindan las 26 leyes), como en la mecánica de la votación
misma, puesta en manos de un Consejo Nacional Electoral que,
a pesar de ser constitucionalmente “un Poder”, ya adelantó
que “acata”. Quienes escogen apostar por una avalancha de
votos contra el partido de gobierno –siendo esta el arma
pacífica de la que dispone la población -, sólo podrán ganar
la apuesta si logran cohesionar a una nación conciente de la
realidad creada por las 26 leyes y por el futuro que se
avecina.
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Artículo
publicado originalmente en el semanario Zeta |