Centenares
de horas de cadena nacional de radio y TV con el verbo de
Hugo Chávez y 311 programas dominicales “Alo Presidente” de
nada sirvieron. Hubo necesidad de decretar una ley que
impone por la fuerza lo que no se logró por la persuasión.
Difícilmente puede haber mayor prueba de fracaso después de
nueve años de enormes esfuerzos comunicacionales.
¿Qué es esa nueva
Ley del
Sistema de Inteligencia y Contrainteligencia
creada por decreto presidencial sin previa discusión
legislativa ni información al público? Es un instrumento
policial que da licencia para efectuar allanamientos,
detenciones y acusaciones sin presencia del Ministerio
Público ni juez alguno y obliga al ciudadano a “delatar” a
otro ciudadano (vecino, pariente, rival o amigo). Es la
represión pura y simple. Es el reconocimiento de que el
gobernante no confía en sus gobernados y aplica la fuerza
para permanecer en el poder.
Un híbrido
nazi-cubano
La ley
que de ahora en adelante se aplicará en Venezuela
dice que no hará falta una orden judicial ni presencia de
fiscal para llevar presa a una persona, lo que parece
colocarnos frente a un esquema que ha aplicado Adolfo Hitler,
afinó Stalin y sigue utilizando el régimen cubano.
Algunos
detalles acercan más esa ley a Cuba comunista que a las
reminiscencias del nazismo: se trata de la denuncia y
vigilancia vecinal de todos los ciudadanos, lo cual es
propio del sistema comunista. Efectivamente, la Alemania
nazi se limitó a clasificar la población en “enemigos” y
“partidarios”. Los enemigos eran grupos definidos: los
judíos, los socialistas, los demócratas, los sindicalistas,
los homosexuales, etc. Todos los pertenecientes a esa
denominación debían ser aniquilados por el solo hecho de ser
judíos, socialistas u homosexuales, mientras que al resto de
la población germana se la trataba como leales miembros del
Reich por derecho de nacimiento.
El sistema
comunista era distinto, porque considera a todos los
ciudadanos sin excepción, como posibles enemigos, cualquiera
que fuese su condición, cargo o rango dentro del propio
gobierno. En el sistema comunista es necesario implementar
la vigilancia política de absolutamente todo el mundo, de
modo que cada quien esté obligado – por su propio interés o
seguridad – a vigilar al otro. Es lo que en criollo se llama
“el sapeo”. Dentro de ese sistema, el “policía político”
tiene poder sobre todas las personas, por más encumbradas
que estén y no necesita de procedimiento judicial alguno
para llevarlas detenidas (los primeros y más amenazados con
esa ley de vigilancia interna, son los dirigentes chavistas,
por considerarlos con mayor capacidad de pataleo). Las
acusaciones suelen ser un simple informe recibido de
cualquier ciudadano sobre otro ciudadano y el sistema crea,
además, redes de informantes dentro de cada vecindad. En ese
aspecto, la nueva ley venezolana agrega a su fondo nazi, los
procedimientos comunistas. Estamos frente a un híbrido que
apunta a someter a la totalidad de la población por la vía
de la represión.
¿Por qué
ahora?
Una
ley con tan negativas características para la imagen del
gobierno, no se promulga en víspera de unas elecciones,
salvo que se las tenga por perdidas, o que se tenga que
prever situaciones de suma gravedad para la permanencia del
régimen.
Chávez
ha apoyado desde el principio su proyección nacional e
internacional en el mito de su popularidad. Tanto así, que
cuando habla ahora del referendo que perdió el pasado 2 de
diciembre, insiste que lo perdió por una cantidad mínima de
votos y las cifras definitivas de esa votación nunca se
dieron a conocer. Actualmente, se están tomando todas las
previsiones para evitar un descalabro oficialista en los
comicios regionales de noviembre. A pesar de que nuevamente
Chávez como persona no aparece en esas elecciones, se trata
de minimizar la previsible derrota del régimen inhabilitando
a los adversarios de mayor arrastre popular, reforzando el
control de las mesas y la maquinaria electoral,
posiblemente, ya se está trabajando a fondo en el Registro
Electoral y se da por segura la presencia militar de
reservistas el día de las elecciones. Todo ello se fortalece
si se aplican previa y posteriormente a los comicios, las
medidas de represión previstas en la nueva ley.
Si
olvidamos las elecciones y observamos el panorama
internacional, es lógico pensar que en cualquier momento
puedan aparecer gravísimas acusaciones contra Hugo Chávez
y/o su gobierno. Está la correspondencia encontrada en las
computadoras de las FARC de la que pueden salir nuevas
revelaciones. Pueden surgir acusaciones de que Hugo Chávez
ampara a los guerrilleros derrotados en Colombia y no hay
que olvidar, que esta guerrilla es clasificada como
“terrorista”. Está en curso la investigación en Miami del
maletín de 800.000 dólares y parece que el caso se ramifica
en investigaciones sobre depósitos bancarios. Cualquiera de
esas bombas de tiempo puede estallar cuando menos se espera.
Frente a
ese panorama, Chávez, con esa nueva ley estaría curándose en
salud, previendo el momento en que deberá impedir a los
medios nacionales comentar lo que no le conviene, tanto en
materia de resultados electorales, como en los posibles
escándalos internacionales.
¿Para qué las
elecciones?
Si
dejamos de enfocar el gobierno y pasamos a observar la
oposición en víspera de unos comicios regionales, cabría
preguntar qué esperan ganar los candidatos a gobernadores y
alcaldes.
“Chávez
lanzó un puñado de maíz y todas las gallinas llegaron
corriendo a picotear” – definió la “fiebre candidatural” una
aguda voz popular. Con la nueva ley de Inteligencia, ocurre
que cuando ese puñado de maíz pre electoral se acabe, no
habrá más maíz postelectoral, porque no habrá independencia
de gobernador o alcalde alguno, por más que el individuo sea
de la oposición. La ley de Inteligencia y Contrainteligencia
anula de antemano a cualquier funcionario público, porque lo
somete a la constante amenaza de una denuncia – por más
inventada que fuese – y a la detención de su persona.
Bajo
ese punto de vista, pareciera que en vez de perder pólvora
en candidaturas, la oposición se ha encontrado frente a
problemas de mayor urgencia, como lo sería la aplicación de
la nueva ley.
¿Para qué la
ley?
El
innegable poder de los sistemas “sapo” se debe a que utiliza
a los más débiles para atacar a los poderosos. Una modalidad
consiste en reclutar a los niños que en su inocencia, suelen
ser los delatores ideales. Otra es contar con el vecino de
menores recursos, el más humilde y más necesitado, que de
pronto encuentra a través del “sapeo” una sensación de poder
que jamás esperaba tener. En tercer lugar está el
aprovechamiento de cualquier rencilla entre parientes,
vecinos, compañeros de trabajo o rivales en cualquier
terreno. Es el arma ideal para el “quítate tú pa´ponerme
yo”. Es el sueño de los envidiosos. De allí que el sistema
de delaciones, ideado en la URSS, aplicado en Cuba y
exportado ahora a Venezuela, tenga tan fértil terreno para
proliferar.
En
regímenes donde nada funciona, el sistema “sapo” suele ser
efectivo porque se apoya en lo más profundo e inconfesable
del ser humano. En un gobierno como el de Chávez, donde
mucho se va en palabras y mucho más en desagües de
petrodólares, donde no hay manera de hacer funcionar la
construcción de viviendas, la salud, la vialidad y la
seguridad ciudadana, la “ley sapo” tiene la doble ventaja de
imponer por la fuerza el control oficial y hacerlo con
relativa eficiencia. Cuando todo lo demás se derrumba,
aparece el remedio supremo: la represión policial organizada
sobre la base de la delación.
Viéndolo así,
la promulgación de la ley del sapeo, por una parte confirma
que Chávez no tiene más nada de qué agarrarse y escogió lo
que mejor puede asegurarle la presidencia permanente. Por
otra parte, si los venezolanos aceptan hoy esa ley, nada
hicieron votando contra la reforma electoral el pasado 2 de
diciembre. Sapeo mediante, habrán aceptado el sistema que le
garantizó a Fidel su medio siglo en el poder y promete
garantizarle otro tanto a Chávez.
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Artículo
publicado originalmente en el semanario Zeta |