“En
Venezuela no se consigue azúcar ni leche”, le digo a un
amigo en Lituania. “Eso lo conocimos nosotros en todos los
años en que vivimos bajo el comunismo,” – me contesta el
amigo. En ese viaje, no hubo en Lituania una sola persona,
que, al preguntar sobre Venezuela, no me respondiera de la
misma manera: “Eso lo conocimos nosotros”.
Allá,
la gente sabe que tan pronto se sacudieron el comunismo en
una fecha que todos recuerdan – el 11 de marzo de 1990 -,
empezó la acelerada carrera hacia lo que Lituania es ahora:
un emporio de bienestar y pujanza económica. Después de años
sin conseguir lo más elemental para vestirse, comer y vivir
decentemente, la gente de estos países ex comunistas sabe
mejor que nadie el alivio que se experimenta cuando “se sale
de esa pesadilla”, que así suelen referirse al comunismo.
No se
le ocurra mencionar en cualquiera de los países ex
comunistas que ahora están levantando cabeza, los nombres de
Marx, Trotski o Gramsci, que con tanta prosopopeya saca
Chávez cuando habla de la Reforma a la Constitución, la
cual, promete, fortalecerá “la revolución”. Allá, los
adolescentes, que sólo saben del comunismo por el relato de
sus padres y abuelos, lo miran a uno como a un
extraterrestre por hablarles de cosas que nada tienen que
ver con el mundo actual. Los mayores, que todavía recuerdan
cómo vivieron ellos bajo el comunismo, interpretan los tres
nombres como si se les hablara de los tres chiflados. Lo que
estos tres próceres del comunismo escribieron, ni siquiera
se considera digno de discusión, puesto que la vida misma se
encargó de volverlo polvo. Discutir a Marx, sería como
volver al medioevo para hablar del sexo de los ángeles.
El
regreso a Venezuela fue duro. Quise comprar leche de larga
duración para el nieto y se rieron de mí. Me aconsejaron
hacer una cola frente al supermercado a partir de la 7 a.m.
Así lo hice. Después de una hora en una cola, a las 8 a.m.
abrieron el supermercado y la gente que había esperado,
recibió cada uno un litro de leche en cartón, hasta que ésta
se acabó y muchos que habían hecho la cola, salieron con las
manos vacías. Me creí nuevamente en la Lituania de la época
comunista y recordé que el hombre es el único animal que
tropieza dos veces con la misma piedra.
* |
Artículo
publicado originalmente en el diario El Nuevo País |