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El sueño continental
por Jurate Rosales
viernes, 7 septiembre 2007


Los planteamientos de la Reforma Constitucional propuesta por el Presidente Hugo Chávez (la comuna, la restricción de la propiedad privada, el control presidencial del Banco Central, la reelección indefinida, la milicia y una Fuerza Armada represiva), son de claro corte comunista y entran en el marco teórico de la “internacional comunista” que se creía fenecida, pero reaparece ahora en la política de Chávez.

En esta Reforma evidentemente inspirada en el sistema cubano a pesar de que la llamaron “socialista”, nada de lo planteado tiene sentido, si no se le enfoca sobre la base de la teoría comunista en su conjunto, con su carácter supra-nacional y universal que tanto se discutieron en los congresos de la Internacional Comunista.

Chávez nunca ha escondido que su pensamiento fusiona la idea de una “patria grande” latinoamericana con el concepto de un “socialismo” internacional.

En el año 1998, la Asamblea Constituyente se negó por votación casi unánime, agregar a la palabra “bolivariana” al nombre de la República de Venezuela. Chávez lo supo regresando de un viaje, obligó a desconocer la votación que legalmente ya no tenía apelación posible, y exigió que se insertara lo de “Bolivariana”. Los que votaron “no”, re-votaron “sí” y el preámbulo de la Constitución de 1999 creó la República Bolivariana de Venezuela. Se dio con ello el primer paso hacia la internacionalización, porque el término se puede extender a todos los países “bolivarianos”. La intención de Chávez ya estaba clara.

De ese mismo modo, sin esperar la confirmación constitucional, Hugo Chávez agrega ahora la denominación “socialista”, lo que nuevamente incluye la pertenencia del país a una unidad conceptual, en este caso representada por el “socialismo” cubano que de hecho, es el comunismo.

Hay en ello una coincidencia notable con el pensamiento original de los primeros comunistas que consideraron seriamente borrar las fronteras para sustituirlas por una República Internacional de los Soviets.

La idea de un poder mundial empezó con la Internacional de los Trabajadores (1876 y 1889, anteriores a la Internacional Comunista), pero la inviabilidad del concepto se evidenció al estallar en 1914 la Primera Guerra Mundial, cuando el sentimiento patriótico de cada país llamado a la guerra produjo las primeras grandes fisuras del comunismo, al separarse los socialistas que se declararon leales a sus respectivos gobiernos.
Terminada la guerra en 1918, se estaba instaurando en Rusia el régimen bolchevique que organizó a partir de entonces varios congresos de la Internacional Comunista para discutir el proyecto mundial de una República Internacional de los Soviets – textualmente, la República Internacional de las Comunas.
La Unión Soviética asumió a partir de 1920 la política expansiva de los zares, mantuvo su dominio en numerosos pueblos de Asia Central y del Cáucaso, y borró en su política interna el concepto de naciones soberanas e independientes, al punto de intentar, como lo hizo Stalin, la mudanza y disgregación de pueblos enteros (ej. la deportación masiva de los tártaros). También utilizó a los partidos comunistas de los países occidentales como su propio brazo político, obligándolos a actuar en defensa del comunismo internacional y no en defensa de la nación a la que pertenecían.

Entre las dos Guerra Mundiales (1918-1939), el hilo central del comunismo internacional fue preparar el terreno para una futura república internacional comunista. Se luchó contra todo lo que significase una identidad nacional o hablase de patriotismo.

Al estallar la Segunda Guerra Mundial, la URSS era inicialmente aliada de Hitler y convirtió en aquel momento al partido comunista inglés en la voz que dentro de Gran Bretaña, debía condenar el esfuerzo bélico anti-nazi. La consigna cambió cuando Hitler atacó a la Unión Soviética.

Es preciso tomar nota: hasta el año 1941, la línea internacional del comunismo creaba al “hombre nuevo” libre de sentimiento nacional. Sólo se aceptaba “la nacionalidad” en lo cultural, como algo todavía inevitable.

El ataque alemán sobre la URSS fue fulminante. En pocos meses, los alemanes penetraron sin encontrar resistencia en toda la franja occidental de la Unión Soviética y la huida de las tropas del Ejército Rojo sorprendió a los propios generales alemanes. Stalin comprendió que su única salvación era reanimar el sentido patriótico y jugó a fondo el tema de “madrecita Rusia”. El cambio fue total, brusco, desesperado, y el mundo se encontró con la sorpresa de que el “hombre nuevo” nunca había dejado de ser un patriota escondido.

Los historiadores coinciden que la victoria rusa en la batalla de Stalingrado que duró todo un invierno, se debió a un despertar del sentido nacional ruso. Los manuales escolares rusos llaman hoy esa contienda “la gran guerra patria”.

Lo interesante es que el regreso al concepto de “nación” y “patria” resurgió ligado al sentimiento religioso que aparentemente nunca había desaparecido a pesar de una férrea lucha oficial contra la religión, que fue prolongada, sostenida y genocida. Luego del derrumbe de la URSS, se evidenció que 70 años de enconada imposición oficial para crear el “hombre nuevo” apátrido y ateo, fue un esfuerzo vano.

Diez años después del derrumbe del muro de Berlín, Hugo Chávez emprendió su propia campaña para crear al “hombre nuevo” internacional.

En sus primeros discursos presidenciales, sus frecuentes referencias al Congreso Anfictiónico de Panamá – el esfuerzo de Bolívar para unir a América Latina en una sola voz – iban a la par con la expresión de su admiración por la Cuba comunista. Se percibía una fusión entre la visión unificadora bolivariana y la herencia de la internacional comunista asumida por Fidel Castro el día en que se declaró miembro de la familia “marxista-leninista”.
Desde entonces, Chávez ha intentado de forma sostenida crear una gran “internacional” bajo su mando. Todos los instrumentos eran buenos. Penetró la Organización de Estados Americanos sobornando con petróleo los numerosos votos del Caribe. Presionó la Comunidad Andina y cuando ésta se resistió a sus planteamientos políticos, intentó lograr sus metas –hasta ahora vanamente- a través del MERCOSUR. En los últimos ocho años, Chávez arruinó a Venezuela gastando enormes sumas en compra de voluntades para su “internacional bolivariana socialista” y sigue haciéndolo, porque después de haber sido la tabla de salvación de Kirchner en Argentina, se ha convertido en el financista de Bolivia, Nicaragua y Ecuador. Para Chávez las fronteras no existen y en consecuencia, tampoco parece existir la de Venezuela.

Además del inmenso gasto en dinero, hay dos tesoros que todavía no ha entregado – El Esequibo y el Golfo. Serían las supremas cartas en un juego donde la meta imaginaria es el dominio continental. Ambas entregas serían necesarias para neutralizar a los vecinos inmediatos el día en que el heredero de Bolívar inicie la guerra de resistencia para la que actualmente se está armando. Para cuando después de desangrar el erario público, decida desangrar a la población.

Es innegable la coherencia de Hugo Chávez si se acepta la idea de crear una internacional comunista latinoamericana, que aparentemente es su meta.

En lo que surgen las dudas, es cuando uno observa las circunstancias históricas que impidieron la creación de la “República Internacional de los Soviets” en Europa. También cabe mirar las causas del fracaso final de Bolívar en América.

En ambos casos se interpuso uno de los más arraigados sentimientos en el ser humano: la convicción de pertenecer a una nación y la necesidad de defender a su país. La fuerza del orgullo nacional en cada pueblo, apareció como algo superior a la voluntad política de los gobernantes.

En el caso de la URSS, después de la “gran guerra patria” rusa, no se habló más de internacionalismo comunista, salvo para el muy conservador, capitalista y burgués intento colonialista en Cuba, Angola o Eritrea.

En Europa Occidental, uno de los grandes frenos que retrasó durante diez años la creación de la Unión Europea fue la necesidad de definir previamente la protección de las identidades, soberanías y fronteras nacionales de cada país. Incluso ahora, la aprobación de una Constitución Europea ha encontrado serios obstáculos hasta tanto no garantice la identidad plena de cada nación.

En América Latina, la engañosa cortina de un idioma común esconde grandes diferencias nacionales, cuyo estudio profundo podría develar no solamente la importancia que juegan en la formación de los distintos pueblos las fronteras naturales, sino también el legado del sustrato indígena encontrado por los españoles en cada región y el aporte posterior de la inmigración europea y africana, distintas según los países. Si en tiempo de Bolívar, el regionalismo de Páez se impuso como la expresión de la Venezuela real, más se impone ahora, después de 200 años de vida independiente y soberana. El “pueblo venezolano” es una realidad, dotada de una identidad propia. Igual ocurre con el peruano, el chileno y – oígase bien – el boliviano o el ecuatoriano, que pueden recibir ayudas, pero jamás cederán su soberanía.

En conclusión, el enorme sacrificio económico que hasta ahora ha exigido Chávez a los venezolanos, al que podría agregarse pronto el sacrificio territorial y luego el bélico, persigue una meta imposible y sin sentido. Es natural que la población le diga “basta” y esto es lo que ocurre en este momento en Venezuela.
 

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  Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta


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