Los
planteamientos de la Reforma Constitucional propuesta por el
Presidente Hugo Chávez (la comuna, la restricción de la
propiedad privada, el control presidencial del Banco
Central, la reelección indefinida, la milicia y una Fuerza
Armada represiva), son de claro corte comunista y entran en
el marco teórico de la “internacional comunista” que se
creía fenecida, pero reaparece ahora en la política de
Chávez.
En esta
Reforma evidentemente inspirada en el sistema cubano a pesar
de que la llamaron “socialista”, nada de lo planteado tiene
sentido, si no se le enfoca sobre la base de la teoría
comunista en su conjunto, con su carácter supra-nacional y
universal que tanto se discutieron en los congresos de la
Internacional Comunista.
Chávez
nunca ha escondido que su pensamiento fusiona la idea de una
“patria grande” latinoamericana con el concepto de un
“socialismo” internacional.
En el año 1998, la Asamblea Constituyente se negó por
votación casi unánime, agregar a la palabra “bolivariana” al
nombre de la República de Venezuela. Chávez lo supo
regresando de un viaje, obligó a desconocer la votación que
legalmente ya no tenía apelación posible, y exigió que se
insertara lo de “Bolivariana”. Los que votaron “no”,
re-votaron “sí” y el preámbulo de la Constitución de 1999
creó la República Bolivariana de Venezuela. Se dio con ello
el primer paso hacia la internacionalización, porque el
término se puede extender a todos los países “bolivarianos”.
La intención de Chávez ya estaba clara.
De ese
mismo modo, sin esperar la confirmación constitucional, Hugo
Chávez agrega ahora la denominación “socialista”, lo que
nuevamente incluye la pertenencia del país a una unidad
conceptual, en este caso representada por el “socialismo”
cubano que de hecho, es el comunismo.
Hay en
ello una coincidencia notable con el pensamiento original de
los primeros comunistas que consideraron seriamente borrar
las fronteras para sustituirlas por una República
Internacional de los Soviets.
La idea de un poder mundial empezó con la Internacional de
los Trabajadores (1876 y 1889, anteriores a la Internacional
Comunista), pero la inviabilidad del concepto se evidenció
al estallar en 1914 la Primera Guerra Mundial, cuando el
sentimiento patriótico de cada país llamado a la guerra
produjo las primeras grandes fisuras del comunismo, al
separarse los socialistas que se declararon leales a sus
respectivos gobiernos.
Terminada la guerra en 1918, se estaba instaurando en Rusia
el régimen bolchevique que organizó a partir de entonces
varios congresos de la Internacional Comunista para discutir
el proyecto mundial de una República Internacional de los
Soviets – textualmente, la República Internacional de las
Comunas.
La Unión Soviética asumió a partir de 1920 la política
expansiva de los zares, mantuvo su dominio en numerosos
pueblos de Asia Central y del Cáucaso, y borró en su
política interna el concepto de naciones soberanas e
independientes, al punto de intentar, como lo hizo Stalin,
la mudanza y disgregación de pueblos enteros (ej. la
deportación masiva de los tártaros). También utilizó a los
partidos comunistas de los países occidentales como su
propio brazo político, obligándolos a actuar en defensa del
comunismo internacional y no en defensa de la nación a la
que pertenecían.
Entre
las dos Guerra Mundiales (1918-1939), el hilo central del
comunismo internacional fue preparar el terreno para una
futura república internacional comunista. Se luchó contra
todo lo que significase una identidad nacional o hablase de
patriotismo.
Al
estallar la Segunda Guerra Mundial, la URSS era inicialmente
aliada de Hitler y convirtió en aquel momento al partido
comunista inglés en la voz que dentro de Gran Bretaña, debía
condenar el esfuerzo bélico anti-nazi. La consigna cambió
cuando Hitler atacó a la Unión Soviética.
Es
preciso tomar nota: hasta el año 1941, la línea
internacional del comunismo creaba al “hombre nuevo” libre
de sentimiento nacional. Sólo se aceptaba “la nacionalidad”
en lo cultural, como algo todavía inevitable.
El ataque alemán sobre la URSS fue fulminante. En pocos
meses, los alemanes penetraron sin encontrar resistencia en
toda la franja occidental de la Unión Soviética y la huida
de las tropas del Ejército Rojo sorprendió a los propios
generales alemanes. Stalin comprendió que su única salvación
era reanimar el sentido patriótico y jugó a fondo el tema de
“madrecita Rusia”. El cambio fue total, brusco, desesperado,
y el mundo se encontró con la sorpresa de que el “hombre
nuevo” nunca había dejado de ser un patriota escondido.
Los
historiadores coinciden que la victoria rusa en la batalla
de Stalingrado que duró todo un invierno, se debió a un
despertar del sentido nacional ruso. Los manuales escolares
rusos llaman hoy esa contienda “la gran guerra patria”.
Lo
interesante es que el regreso al concepto de “nación” y
“patria” resurgió ligado al sentimiento religioso que
aparentemente nunca había desaparecido a pesar de una férrea
lucha oficial contra la religión, que fue prolongada,
sostenida y genocida. Luego del derrumbe de la URSS, se
evidenció que 70 años de enconada imposición oficial para
crear el “hombre nuevo” apátrido y ateo, fue un esfuerzo
vano.
Diez años después del derrumbe del muro de Berlín, Hugo
Chávez emprendió su propia campaña para crear al “hombre
nuevo” internacional.
En sus
primeros discursos presidenciales, sus frecuentes
referencias al Congreso Anfictiónico de Panamá – el esfuerzo
de Bolívar para unir a América Latina en una sola voz – iban
a la par con la expresión de su admiración por la Cuba
comunista. Se percibía una fusión entre la visión
unificadora bolivariana y la herencia de la internacional
comunista asumida por Fidel Castro el día en que se declaró
miembro de la familia “marxista-leninista”.
Desde entonces, Chávez ha intentado de forma sostenida crear
una gran “internacional” bajo su mando. Todos los
instrumentos eran buenos. Penetró la Organización de Estados
Americanos sobornando con petróleo los numerosos votos del
Caribe. Presionó la Comunidad Andina y cuando ésta se
resistió a sus planteamientos políticos, intentó lograr sus
metas –hasta ahora vanamente- a través del MERCOSUR. En los
últimos ocho años, Chávez arruinó a Venezuela gastando
enormes sumas en compra de voluntades para su “internacional
bolivariana socialista” y sigue haciéndolo, porque después
de haber sido la tabla de salvación de Kirchner en
Argentina, se ha convertido en el financista de Bolivia,
Nicaragua y Ecuador. Para Chávez las fronteras no existen y
en consecuencia, tampoco parece existir la de Venezuela.
Además
del inmenso gasto en dinero, hay dos tesoros que todavía no
ha entregado – El Esequibo y el Golfo. Serían las supremas
cartas en un juego donde la meta imaginaria es el dominio
continental. Ambas entregas serían necesarias para
neutralizar a los vecinos inmediatos el día en que el
heredero de Bolívar inicie la guerra de resistencia para la
que actualmente se está armando. Para cuando después de
desangrar el erario público, decida desangrar a la
población.
Es innegable la coherencia de Hugo Chávez si se acepta la
idea de crear una internacional comunista latinoamericana,
que aparentemente es su meta.
En lo
que surgen las dudas, es cuando uno observa las
circunstancias históricas que impidieron la creación de la
“República Internacional de los Soviets” en Europa. También
cabe mirar las causas del fracaso final de Bolívar en
América.
En
ambos casos se interpuso uno de los más arraigados
sentimientos en el ser humano: la convicción de pertenecer a
una nación y la necesidad de defender a su país. La fuerza
del orgullo nacional en cada pueblo, apareció como algo
superior a la voluntad política de los gobernantes.
En el
caso de la URSS, después de la “gran guerra patria” rusa, no
se habló más de internacionalismo comunista, salvo para el
muy conservador, capitalista y burgués intento colonialista
en Cuba, Angola o Eritrea.
En
Europa Occidental, uno de los grandes frenos que retrasó
durante diez años la creación de la Unión Europea fue la
necesidad de definir previamente la protección de las
identidades, soberanías y fronteras nacionales de cada país.
Incluso ahora, la aprobación de una Constitución Europea ha
encontrado serios obstáculos hasta tanto no garantice la
identidad plena de cada nación.
En
América Latina, la engañosa cortina de un idioma común
esconde grandes diferencias nacionales, cuyo estudio
profundo podría develar no solamente la importancia que
juegan en la formación de los distintos pueblos las
fronteras naturales, sino también el legado del sustrato
indígena encontrado por los españoles en cada región y el
aporte posterior de la inmigración europea y africana,
distintas según los países. Si en tiempo de Bolívar, el
regionalismo de Páez se impuso como la expresión de la
Venezuela real, más se impone ahora, después de 200 años de
vida independiente y soberana. El “pueblo venezolano” es una
realidad, dotada de una identidad propia. Igual ocurre con
el peruano, el chileno y – oígase bien – el boliviano o el
ecuatoriano, que pueden recibir ayudas, pero jamás cederán
su soberanía.
En
conclusión, el enorme sacrificio económico que hasta ahora
ha exigido Chávez a los venezolanos, al que podría agregarse
pronto el sacrificio territorial y luego el bélico, persigue
una meta imposible y sin sentido. Es natural que la
población le diga “basta” y esto es lo que ocurre en este
momento en Venezuela.
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Artículo
publicado originalmente en el semanario Zeta |