A lo largo de nuestra historia republicana en
América Latina se han producido alguna guerras suicidas, que
no han cambiado para nada las condiciones infrahumanas en
que viven las grandes mayorías que pueblan este
subcontinente, y que sólo han servido para modificar
parcialmente las fronteras, generalmente en pequeños
territorios inhóspitos, para enriquecer a unos cuantos
vendedores de armas de desecho, dividirnos y sembrar odios
irracionales en la conciencia de muchos, que nos alejan de
una necesaria integración regional para impulsar el progreso
de economías complementarias, que nos permitan acercarnos a
los altos niveles de civilización alcanzados por los
principales bloques naciones de nuestro tiempo. Y aunque se
han dado algunos pasos interesantes y hasta prometedores,
como la Comunidad Andina, el MERCOSUR y la integración de
Centro América y del Caribe, todavía subsisten serios
peligros de que la política integracionista sea sustituida
por la hegemonía de las armas, de la guerra fraticida.
Los peligros de un conflicto
armado con Colombia no sólo han producido alarma y
preocupación en los círculos políticos y económicos de ambas
naciones, sino también el rechazo de más del 80% de la
población de nuestros países, que durante más de un siglo
han vivido en paz y fraternidad. Y aunque el gobierno de
Bogotá haya firmado un acuerdo para que los Estados Unidos
usen 5 bases aéreas colombianas para combatir el
narcotráfico, la guerrilla y los paramilitares y el
Presidente Chávez lo interprete como una amenaza o parte de
un plan disuasivo contra su proyecto político de extender la
revolución bolivariana al país vecino y otras naciones del
subcontinente, nuestro Comandante en Jefe no puede ni debe
llevar a los venezolanos a una guerra
Venezuela y Colombia tienen gobiernos distintos,
diametralmente opuestos, porque los pueblos de ambas
naciones los han electo mediante el voto, y entre ambas
naciones han existido relaciones económicas de mutuo
beneficio y de gran hermandad entre los habitantes de la
frontera e incluso de toda la extensión de nuestros
territorios. En muchos rubros, especialmente en alimentos,
existe una economía complementaria que constituye un avance
de integración regional. Incluso la existencia de las FARC,
del ELN y de los paramilitares no ha sido obstáculo para que
las buenas relaciones entre los gobiernos y de la población
en general se preserven a lo largo de más de 40 años que
Colombia se desangra en una guerra inútil y estúpida como
todas las guerras, agravada por el narcotráfico y la
violación de los derechos humanos.
Tenemos que admitir como sociedad civilizada y democrática
que los problemas de Colombia los resuelven los colombianos,
como los nuestros le buscamos solución los venezolanos.
Colombia tiene derecho a la aliarse con los Estados Unidos
para defenderse de la guerrilla y del narcotráfico, y
Venezuela tiene derecho a rechazar cualquier amenaza de
intervención en nuestros asuntos por parte del ejército
norteamericano o de cualquier otra potencia extranjera. Y
aunque es evidente que el discurso y el manejo de una
chequera petrolera por parte del Presidente Chávez se han
convertido en un instrumento de intervención indebida en
algunos países de América Latina, su presencia en Miraflores
sólo la podemos decidir los venezolanos.
Mientras no se ponga fin a esa confrontación armada en
Colombia, los peligros de un enfrentamiento militar entre
este país y sus vecinos Ecuador y Venezuela, donde es
evidente que buscan refugio los principales jefes de las
FARC, estarán presentes, y podríamos volver una situación
prebélica en la que las buenas gestiones de UNSASUR hoy,
como las del Grupo de Río en la pasada crisis, pueden
resultar infructuosas, porque las causas que generaron la
crisis anterior no han sido eliminadas.
Chavistas y no chavistas, debemos decirle no a la guerra, no
a la intervención extranjera, y pedirle al Presidente más
diplomacia y menos discursos incendiarios.