La
revolución deportiva anunciada por Hugo Chávez al despedir
nuestra delegación que viajaría a China a participar en las
Olimpíadas de 2008, resultó ser una farsa más de esta
tragicomedia de disparates y promesas insensatas, que
durante diez años viene montando en el país el comandante
del socialismo del siglo XXI, que además de identificarse
con el fracasado socialismo autoritario del siglo XX, se ha
mostrado absolutamente inferior a lo que fueron la Unión
Soviética y Cuba en materia deportiva.
China
se preparó para ganar las Olimpíadas, trazó una política
deportiva masiva y altamente eficiente durante varios años,
y logró el primer lugar en medallas de oro, aunque el
segundo en la sumatoria de las preseas internacionales,
ganada por los Estados Unidos, su único o más importante
rival de hoy y de las futuras confrontaciones.
El
lamentable papel de la delegación venezolana no es
responsabilidad máxima de los deportistas, quienes hicieron
los esfuerzos necesarios para darle a nuestro país un
triunfo significativo, de acuerdo con las proporciones de
número y calidad de los participantes. En Venezuela no ha
habido una política deportiva orientada a preparar y
disciplinar en todos los aspectos físicos, psicológicos y
humanos en general que requieren los niños y los jóvenes que
muestran vocación y aptitudes para diversas ramas del
deporte, más la atención a las familias pobres de donde
provienen la mayoría de los deportistas. Esto significa
atención médica, vivienda higiénicamente habitable, buena
alimentación, empleo permanente los padres, educación para
todos y entrenamiento adecuado a las últimas técnicas
universales.
Y sin embargo, eso no sería suficiente sin una
infraestructura deportiva dotada de todas las herramientas
modernas para la práctica de los niños y jóvenes que desde
temprana edad se destacan en sus actividades. Pero en un
país en el que existen barrios, urbanizaciones, escuelas,
liceos y universidades sin canchas deportivas, nadie puede
exigirle a sus muchachos que conquisten en el mundo
deportivo, impulsados por discursos nacionalistas, así
provengan del Comandante en Jefe.
Con las
promesas demagógicas, que siempre las ha habido, sucede lo
mismo. Decir que después del triste espectáculo que
escenificamos en las Olimpíadas se va atender el deporte,
requiere una nueva y verdadera política deportiva, que
comprenda: una altísima inversión del Estado, más lo que
pueda aportar la empresa privada en infraestructuras y
atención al deportista; una dirección esencialmente
deportiva, no sesgada políticamente para favorecer a un
partido de gobierno, sino a todo el país. Para no repetir la
triste escena de nuestra única heroína, ganadora de una
medalla de bronce, la larense Dalia Contreras, solicitando,
al regresar, que el Comandante en Jefe le cumpla con la
construcción de la casita decente que le ofreció hace 4
años, con lo quedó demostrado que no hay una política
deportiva eficiente, y menos una revolución que haya
cambiado en positivo el trato subalterno que se le ha dado
al deporte en todos los tiempos.
Habría
que comenzar a preparar de una manera integral, que
comprenda empleo y vivienda para las familias, becas y
asistencia médica a todos los deportistas que participaron
en las Olimpíadas celebradas en China y a miles de muchachos
más que se han destacado en diversas disciplinas deportivas,
para que en el 2012 tengamos una mejor figuración en las que
se realizarán en Londres.