La
mayoría de los dirigentes políticos que luchan en la
clandestinidad y tienen como objetivo la conquista del poder
y la transformación de las estructuras sociales, económicas
y políticas de un país, estén equivocados o no, han tratado
de crear un archivo para la historia. Si triunfan aparecen
los amigos llenos de gloria por haber colaborado con la
victoria, y los adversarios, desde luego, execrados y
perseguidos, convertidos en enemigos a quienes hay que
aplicarles todo el peso de las leyes, según el tipo de
régimen que se constituya. Pero cuando el archivo cae en
poder del adversario, como es el caso del que minuciosamente
llevaba Raúl Reyes, nadie quiere ser señalado como cómplice
de las actividades subversivas, menos cuando algunas pueden
ser catalogadas como delitos, y comprometen las relaciones
entre diferentes gobiernos.
Lo que
se ha revelado hasta hoy del contenido de las computadoras
del extinto comandante de las FARC, Raúl Reyes, más lo que
se pueda conocer en el futuro inmediato, sin duda alguna que
va a empeorar las ya precarias relaciones entre Colombia y
sus vecinos Venezuela y Ecuador, cuyos gobiernos son
señalados como amigos y colaboradores de la guerrilla
colombiana, lo cual puede conducir a una indeseable guerra
fraticida, si no intervienen los organismos interamericanos
e internacionales, para buscar una salida negociada antes de
que el conflicto se agrave por la injerencia en el mismo -de
una manera directa- del gobierno de los Estados Unidos.
La
complicidad de los gobiernos de Ecuador y Venezuela con la
guerrilla colombiana, puede y debe ser detenida por el resto
de los países latinoamericanos, encabezados por Brasil
debido a su cada día más evidente y necesario liderazgo
democrático en nuestro subcontinente. Los peligros de una
guerra entre países andinos, precisamente los que liberó
Simón Bolívar y su ejército interamericano, pueden ser
neutralizados e incluso erradicados si funciona la
diplomacia de la paz y los intereses del progreso y la
integración. Y aunque el momento es crucial y difícil, por
la creencia de algunos comandantes de que pueden derrotar al
gobierno de Colombia e instaurar uno bolivariano y
autocrático, también es el tiempo de un liderazgo por la
paz, la civilización y la cultura de los pueblos del mundo
que derrotaron los totalitarismo del siglo XIX.
Superada la guerra fría, los grandes líderes del mundo,
incluyendo a los chinos y los rusos, se han dedicado a
construir en paz, grandes economías industriales y de
servicios para sacar de la pobreza a millones de hombres y
mujeres que sufren los efectos de administraciones corruptas
e ineficientes, que todavía piensan en el valor de las armas
frente a las virtudes de la fraternidad entre las naciones y
sus pueblos.
Si
alguna experiencia hay que extraer del archivo que
meticulosamente redactó a lo largo de varios años Raúl
Reyes, y de su muerte bajo el fuego de armas teledirigidas,
es que el terrorismo no es el camino hacia el poder sino
hacia un nuevo cementerio electrónico. En política, la
negociación y la paz continúan llamando a la sensatez y la
racionalidad, antes que dar paso o provocar la guerra
electrónica con su estela de muerte de un solo lado, de
quienes no conocen ni dominan su técnica.
El
mundo conoce crisis peores, como la de los misiles que el
gobierno de la Unión Soviética trató de colocar
subrepticiamente en Cuba. Descubierto por los servicios de
inteligencia de los Estados Unidos, las dos grandes
potencias del momento decidieron negociar y llegar a un
honroso acuerdo: retirar los misiles norteamericanos que
amenazaban a la Unión Soviética desde Turquía, y los
soviéticos que amenazaban a USA desde Cuba, antes que
desatar una guerra de dimensiones catastróficas para la
humanidad.
Aunque
no estamos ante potencias mundiales, una vez que los
presidentes Chávez y Correa han quedado al descubierto por
su complicidad con las FARC, deben negociar un decoroso
acuerdo con Colombia. Incluso la OEA y el Grupo de Río
tienen la oportunidad de sugerir y presionar a las FARC a
negociar la paz con el gobierno de Uribe.