La
reunión de los Presidentes Hugo Chávez y Álvaro Uribe podría
ser el comienzo de una negociación, más o menos complicada
pero necesaria, para alcanzar la paz en Colombia y evitar
más derramamiento de sangre colombiana y cualquier intento
de extensión de conflicto que atraviesa el país vecino a la
región andina. Y como la paz no puede negociarse con
extraterrestres, sino entre los factores beligerantes
directa o indirectamente involucrados, el momento histórico,
dada la evolución que registra el conflicto colombiano,
parece el más oportuno o adecuado para que los jefes de
Estado reunidos en Coro inicien un proceso de
conversaciones, que podrían incorporar a otros gobernantes
latinoamericanos, hasta llegar a la OEA, para llevar a
Colombia una paz definitiva y democrática.
Después
de la muerte del primer y segundo comandantes de la FARC, el
asesinato del comandante “Iván” y la entrega de la
Comandante “Karina”, la liberación de Ingrid Betancourt y
otros 14 secuestrados, mediante la conocida operación del
Ejército de Colombia, se ha cumplido en gran parte la
estrategia del Presidente Álvaro Urbe, de debilitar a la
organización guerrillera, para obligarla a negociar una
política de paz. Y aunque las FARC cuenten todavía con miles
de hombres armados, los duros golpes recibidos por la acción
del Ejército colombiano les ha desarticulado la unidad de
mando al romperles las líneas de comunicación, los ha
recluido en la selva donde no tienen ninguna capacidad de
iniciativa para atacar algún puesto importante de las
Fuerzas Armadas o Policiales de Colombia y han perdido total
o parcialmente el respaldo que habían recibido de los
gobiernos fronterizos de los presidentes Chávez y Correa de
Venezuela y Ecuador.
En esas
condiciones de guerrilla selvática no ha operado con éxito
ninguna fuerza irregular en el mundo, porque pierde los
objetivos de tomar zonas pobladas, cercar y sorprender a las
fuerzas regulares, hacerse de armas y de elementos
logísticos suficientes para continuar una lucha que les
exige permanente movilización. La selva sólo les sirve de
escondite, lo cual podría ser una acción transitoria
mientras se prepara para salir a acosar al enemigo. Pero el
cerco por tierra y aire que les ha tendido el Ejército
colombiano les impide salir de sus guaridas sin poner en
riesgo la vida de sus soldados. De allí que reducidos a la
selva, los diversos grupos de las FARC ya no constituyen
grave amenaza siquiera contra pequeñas poblaciones, menos
contra la estabilidad de la democracia colombiana.
La
falta de comunicación con el mando central fue determinante
para el rescate de Ingrid Betancourt y sus compañeros
secuestrados, debilidad que reveló a sus posibles aliados en
la frontera a evaluar la inutilidad de la continuación de la
lucha armada. De allí el llamado de Chávez y Correa a que
depongan las armas y busquen una vía legal para la actuación
política, a lo que se ha sumado la voz de la propia Ingrid
Betancourt al solicitar la colaboración de éstos y otros
jefes de Estado para que influyan en las FARC y se abra una
negociación hacia la paz en Colombia.
Y si
faltaba algún protagonista importante e interesado en
eliminar la violencia en nuestro continente, el llamado de
la Organización de Estados Americanos (OEA) a las FARC para
que deponga las armas, amplía el escenario favorable para
poner fin a la guerra y crear las condiciones para la
reconciliación de los colombianos, lo cual sería un
excepcional triunfo de la democracia. También sería una gran
lección no sólo para los partidarios de la violencia como la
partera de la historia, sino también para los cultivadores
de la represión militar y policial sin límites y sin apego a
la vigencia de los Derechos Humanos, que proclaman la
eliminación del enemigo, pero colocados ellos lejos del
teatro de la muerte. Venezuela y Colombia merecen que sus
jefes de Estado las enrumben por la vía de la democracia y
el progreso, para lo cual la paz es fundamental. Si alguno
falla, enfrentará un futuro en el que imperará la justicia
nacional e internacional.