La
muerte del ex-Presidente de la República, Luis Herrera
Campins, además de llenar de dolor a su familia y amigos,
deja a nuestro país sin la presencia de un venezolano
excepcional dotado de una cultura política configurada por
el estudio y su don de gente, para el diálogo fructífero y
el combate civilizado, propios de las grandes democracias
que caracterizan al mundo de hoy. Nacido en la Venezuela
interiorana de los Llanos Occidentales, marcada por el
atraso que le imponía la dictadura feudal de Juan Vicente
Gómez, presenció desde muy joven la transición democrática
desde el gobierno del General López Contreras hasta el del
maestro Rómulo Gallegos, y la política lo inclinó hacia la
doctrina social de la Iglesia Católica, cuyas banderas
defendió en las filas del Partido Social Cristiano Copey,
hasta a ser uno de sus máximos dirigentes y con su apoyo,
Presidente de la República.
La
firmeza de sus ideas social cristianas lo llevaron a
enfrentar la dictadura del General Marcos Pérez Jiménez y a
sufrir los embates de la persecución y el exilio, desde
donde continuó su lucha a través del periodismo de combate.
Una vez derrocada la tiranía regresó a nuestro país y formó
parte muy destacada de los forjadores de la democracia
venezolana desde su posición ideológica.
Abrazó
el periodismo como un mecanismo de comunicación para hacer
conocer y defender sus ideas. Como articulista de
importantes diarios y revistas del país y como
parlamentario, unido a sus relaciones políticas con sus
compañeros de partido, conformó una corriente social
cristiana conocida como de profundo contenido progresista.
Con discreción y firmeza la preservó de los avatares de las
pugnas internas, presentes en todos los partidos
democráticos, hasta convertirse en un líder fundamental de
su organización y posteriormente en Presidente de la
República.
Tanto
su pensamiento como su obra administrativa, sometida al
escrutinio democrático de los venezolanos, fue objeto de
solidaridad y confrontación. Su estilo de vida, sencillo,
respetuoso y digno, lo llevó también al campo político.
Quienes le adversamos jamás fuimos víctimas de agresiones ni
descalificaciones. Recibió elogios y soportó críticas a su
actuación política como auténtico demócrata, seguro de que
podía cometer errores, pero su honestidad política lo hacía
admirable para sus partidarios e invulnerable para sus
adversarios. Siempre descansará en paz.