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Chávez y la amenaza de la izquierda latinoamericana
por Jorge A. Jaraquemada Roblero
domingo, 25 noviembre 2007


Si hace una década el panorama latinoamericano mostraba el atardecer de la izquierda propiciadora de la dictadura del proletariado, rendida ante el fracaso y anacronismo de su ideología y el desplome de los imperios que la profesaban, ahora esa misma izquierda vislumbra un nuevo amanecer con el enseñoramiento de Hugo Chávez en Venezuela y su creciente influencia en algunas inestables y poco institucionalizadas democracias de la región.

Amanecer sombrío para la democracia, pues Chávez se aparta persistentemente del comportamiento democrático. No acepta la disidencia ni la crítica a su gestión y no vacila en hostigar a los medios de prensa adversos. Ha restringido severamente las libertades ciudadanas en favor de un Estado hegemónico. Ha violentado el Estado de Derecho y avasallado la autonomía judicial instaurando el reconocimiento institucional del “poder popular”. Ha politizado a las Fuerzas Armadas y ha militarizado a la sociedad civil con la creación de los “círculos bolivarianos”: agrupaciones civiles armadas que intimidan a los opositores y a los medios de prensa bajo la consigna “defender la revolución con las armas”.
Chávez se siente el heredero de Fidel Castro y, ciertamente, lo es, pues su régimen socialista avanza en el establecimiento de un colectivismo autoritario caracterizado por un Estado policial, una economía estatizada y un sistema de partido único.
El mismo gobernante venezolano –al igual que Castro en su momento- ha señalado que el proceso de construcción del “socialismo del siglo XXI”, que no es sino la actualización, depurada, de clásicas premisas marxistas, tiene carácter irreversible. Este ultimátum estará cerca de concretarse cuando, en diciembre próximo, se voten las reformas constitucionales que su gobierno propone y que buscan establecer instituciones dóciles y con poca capacidad deliberativa.

Entre ellas, la fórmula de la reelección indefinida que ofrece la parodia de una democracia donde funcionan los mecanismos electorales, pero donde no existen libertades políticas, igual como lo ha venido haciendo Castro en Cuba durante los últimos 50 años y como lo hacía Stroessner en Paraguay, quien también se reelegía puntualmente cada cuatro años, como si ello los contagiara de legitimidad democrática a pesar de la evidente ausencia de reconocimiento y protección de las libertades públicas e individuales mínimas que configuran el verdadero sustrato de una democracia.

La aprobación de esa reforma constitucional terminará por vaciar de derechos lo que queda de democracia en Venezuela, pues, por ejemplo, propone la supresión total de las garantías individuales durante los estados de excepción, es decir, todo lo contrario de lo que propician los convenios internacionales sobre derechos humanos suscritos, entre otros, por el propio gobierno de Chávez. Y considerando su paranoia antiimperialista, es probable que esos estados de excepción se reiteren hasta ser la situación cotidiana.

En el plano internacional, a diferencia de la estrategia insurreccional que apoyaba la Cuba castrista, el presidente venezolano opta por fomentar una red de rupturismo social pronta a denunciar las injusticias sociales y a endosar toda la responsabilidad al capitalismo para justificar la generación de situaciones de ingobernabilidad en sus respectivos países, además de asegurarse la aprobación de otros países mediante múltiples iniciativas de asistencia internacional unilaterales. El objetivo es horadar la credibilidad de la democracia constitucional y del esquema económico fundado en el mercado.

En esta iniciativa Chávez ha tenido suerte, pues la situación económica le favorece. Los abundantes recursos que genera el alto precio del petróleo para el Estado venezolano no sólo le han permitido incrementar el gasto público interno para financiar el reparto distributivo que caracteriza a todo líder populista, sino también destinar buena parte de esos ingresos para financiar la asistencia internacional que le retribuye con esferas de influencia regional que abonan la exportación de su modelo.

Amanecer ciertamente sombrío para la democracia y la libertad en Latinoamérica que durante las últimas décadas, aunque con tropiezos, habían comenzado a extenderse por toda la región. El retroceso que significa la implementación del modelo socialista de Chávez, cuyo rasgo central es el desprecio contumaz hacia las libertades, garantías y derechos de las personas, sumado a la concentración del poder en un presidente populista y autoritario, dominador y dilapidador de los recursos del Estado y su creciente influencia regional, pronostican tiempos aciagos para América Latina y particularmente para Venezuela, salvo que el devenir del precio del petróleo amargue la fiesta chavista o que los venezolanos terminen de despertar del adormecimiento en que los tiene sumidos el reparto del dinero fácil y el colérico verbo del otrora militar golpista, como parecen insinuarlo las recientes movilizaciones de protesta ante las reformas constitucionales que pretenden consumar el asalto al poder total.


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