Si
hace una década el panorama latinoamericano mostraba el
atardecer de la izquierda propiciadora de la dictadura del
proletariado, rendida ante el fracaso y anacronismo de su
ideología y el desplome de los imperios que la profesaban,
ahora esa misma izquierda vislumbra un nuevo amanecer con el
enseñoramiento de Hugo Chávez en Venezuela y su creciente
influencia en algunas inestables y poco institucionalizadas
democracias de la región.
Amanecer sombrío para la democracia, pues Chávez se aparta
persistentemente del comportamiento democrático. No acepta
la disidencia ni la crítica a su gestión y no vacila en
hostigar a los medios de prensa adversos. Ha restringido
severamente las libertades ciudadanas en favor de un Estado
hegemónico. Ha violentado el Estado de Derecho y avasallado
la autonomía judicial instaurando el reconocimiento
institucional del “poder popular”. Ha politizado a las
Fuerzas Armadas y ha militarizado a la sociedad civil con la
creación de los “círculos bolivarianos”: agrupaciones
civiles armadas que intimidan a los opositores y a los
medios de prensa bajo la consigna “defender la revolución
con las armas”.
Chávez se siente el heredero de Fidel Castro y, ciertamente,
lo es, pues su régimen socialista avanza en el
establecimiento de un colectivismo autoritario caracterizado
por un Estado policial, una economía estatizada y un sistema
de partido único.
El mismo gobernante venezolano –al igual que Castro en su
momento- ha señalado que el proceso de construcción del
“socialismo del siglo XXI”, que no es sino la actualización,
depurada, de clásicas premisas marxistas, tiene carácter
irreversible. Este ultimátum estará cerca de concretarse
cuando, en diciembre próximo, se voten las reformas
constitucionales que su gobierno propone y que buscan
establecer instituciones dóciles y con poca capacidad
deliberativa.
Entre ellas, la fórmula de la reelección indefinida que
ofrece la parodia de una democracia donde funcionan los
mecanismos electorales, pero donde no existen libertades
políticas, igual como lo ha venido haciendo Castro en Cuba
durante los últimos 50 años y como lo hacía Stroessner en
Paraguay, quien también se reelegía puntualmente cada cuatro
años, como si ello los contagiara de legitimidad democrática
a pesar de la evidente ausencia de reconocimiento y
protección de las libertades públicas e individuales mínimas
que configuran el verdadero sustrato de una democracia.
La aprobación de esa reforma constitucional terminará por
vaciar de derechos lo que queda de democracia en Venezuela,
pues, por ejemplo, propone la supresión total de las
garantías individuales durante los estados de excepción, es
decir, todo lo contrario de lo que propician los convenios
internacionales sobre derechos humanos suscritos, entre
otros, por el propio gobierno de Chávez. Y considerando su
paranoia antiimperialista, es probable que esos estados de
excepción se reiteren hasta ser la situación cotidiana.
En el plano internacional, a diferencia de la estrategia
insurreccional que apoyaba la Cuba castrista, el presidente
venezolano opta por fomentar una red de rupturismo social
pronta a denunciar las injusticias sociales y a endosar toda
la responsabilidad al capitalismo para justificar la
generación de situaciones de ingobernabilidad en sus
respectivos países, además de asegurarse la aprobación de
otros países mediante múltiples iniciativas de asistencia
internacional unilaterales. El objetivo es horadar la
credibilidad de la democracia constitucional y del esquema
económico fundado en el mercado.
En esta iniciativa Chávez ha tenido suerte, pues la
situación económica le favorece. Los abundantes recursos que
genera el alto precio del petróleo para el Estado venezolano
no sólo le han permitido incrementar el gasto público
interno para financiar el reparto distributivo que
caracteriza a todo líder populista, sino también destinar
buena parte de esos ingresos para financiar la asistencia
internacional que le retribuye con esferas de influencia
regional que abonan la exportación de su modelo.
Amanecer ciertamente sombrío
para la democracia y la libertad en Latinoamérica que
durante las últimas décadas, aunque con tropiezos, habían
comenzado a extenderse por toda la región. El retroceso que
significa la implementación del modelo socialista de Chávez,
cuyo rasgo central es el desprecio contumaz hacia las
libertades, garantías y derechos de las personas, sumado a
la concentración del poder en un presidente populista y
autoritario, dominador y dilapidador de los recursos del
Estado y su creciente influencia regional, pronostican
tiempos aciagos para América Latina y particularmente para
Venezuela, salvo que el devenir del precio del petróleo
amargue la fiesta chavista o que los venezolanos terminen de
despertar del adormecimiento en que los tiene sumidos el
reparto del dinero fácil y el colérico verbo del otrora
militar golpista, como parecen insinuarlo las recientes
movilizaciones de protesta ante las reformas
constitucionales que pretenden consumar el asalto al poder
total.