Manuel
Zelaya se ha quedado solo. El desamparo del derrocado
presidente de Honduras se mostró el sábado en forma patética
en el puesto fronterizo de Las Manos. Uno tras otro, los
apoyos se han ido esfumando. Los amigos bolivarianos –a
excepción del ministro de Exteriores de Hugo Chávez- ya no
le acompañaron en su aventura; ni siquiera los hermanos
sandinistas hicieron acto de presencia.
El viernes, al otro lado de la línea fronteriza, sus
partidarios apenas llegaban al millar; el domingo eran
muchos menos. Al no contar con gran apoyo popular (sus
partidarios son maestros, sindicalistas, pequeños
movimientos populares), Zelaya tiene poco margen para
iniciar nuevas aventuras, por temerarias que puedan ser. En
la población de Catacamas (Olancho), en tiene su residencia
y su rancho, nadie salió a la calle cuando el pasado viernes
dio cuatro pasos por suelo hondureño.
Según un dicho popular, en Honduras el hierro flota y el
corcho se hunde. Aquí todo es posible. Contra todo
pronóstico, se ha consolidado un golpe de Estado condenado
por todo el mundo. Ningún país ha sido tan estigmatizado y
sancionado por romper el orden constitucional. Pero los
hondureños aceptan con naturalidad resistir unos meses antes
de que Zelaya vuelva al poder. Algunas críticas se revierten
ahora contra Zelaya por su imprudencia al pretender cruzar
la frontera por la fuerza. Su gran valedor, José Miguel
Insulza, secretario general de la Organización de Estados
Americanos (OEA) le pidió que no intentara regresar a
Honduras “para evitar un baño de sangre”. Es la misma
admonición que hace tres semanas le dirigió el cardenal
Rodriguez Maradiaga, lo cual le valió ser tachado de
golpista.
“La comunidad internacional debe reflexionar sobre el hecho
de que la gran mayoría de los hondureños asume ser los
parias del mundo y sufrir múltiples sanciones, con corte de
créditos y ayudas, antes que permitir la vuelta de Zelaya.
Algo habrá hecho mal Zelaya para que suscite tanto rechazo”,
comentó a La Vanguardia una fuente diplomática europea.
Los hondureños confían en que el golpe se irá olvidando y se
aceptarán los resultados de los comicios de noviembre, cuyos
dos principales candidatos fueron escogidos en elecciones
primarias supervisadas por la OEA.
El Salvador y Guatemala se mantienen al margen del conflicto
hondureño. Aunque los presidentes Mauricio Funes y Álvaro
Colom son cercanos a la izquierda, han guardado una actitud
prudente ante el golpe de Estado. Lo condenaron, pero hasta
ahí. Daniel Ortega dio mucho apoyo moral a Zelaya, al igual
que los demás países que conforman la Alianza Bolivariana. A
excepción de Chávez, ese respaldo ha sido retórico. En el
intento de aterrizaje de Zelaya en el aeropuerto de
Tegucigalpa (5 julio), tres jefes de Estado –Cristina
Fernández, Rafael Correa y Fernando Lugo- y el presidente de
la Asamblea de la ONU, Miguel D’Escoto respaldaron la
operación. En esta segunda intentona ya no hubo apoyo
explícito. El único respaldo beligerante es el de Chávez,
pero perjudica a Zelaya. La intromisión del presidente
venezolano fue causa determinante del golpe militar.
El principal error de cálculo de Zelaya fue creer que tenía
gran apoyo popular. La realidad muestra que la mayoría de
los hondureños le dan la espalda. Cuando el viernes traspasó
la herrumbrosa cadena del punto fronterizo, en la cercana
población de El Paraíso la población hacía vida normal, sin
preocuparle la suerte del depuesto mandatario.
El único objetivo de Zelaya al traspasar la cadena
fronteriza era alentar una revuelta popular que en volandas
lo llevara a la presidencia. No hubo tal. Al comprobar que
sus seguidores no aparecían y que los policías mantenían
disciplinadamente el retén, Zelaya dio la vuelta y regresó a
Nicaragua. El sábado ya ni intentó pisar suelo hondureño.
Tres decenas de periodistas y un puñado de simpatizantes
escucharon que se iba a mantener en un campamento junto a la
aduana de Las Manos. No duró ni dos horas. Pronto se subió
al jeep blanco para ir a pernoctar al hotel de Ocotal.
“La figura de Zelaya en la frontera fue humillante,
patética. Quedó como un payaso. Su discurso fue vacuo,
repetitivo. Hablaba como si toda Honduras estuviera a sus
pies, y en realidad nadie le hacía caso. Me da pena por mi
país, la imagen de Honduras está por el suelo”, declara a
“La Vanguardia” el economista Julio Raudales, que fue
viceministro de la Presidencia de Zelaya.
En Honduras se considera que el Plan Arias es perfecto pero
de difícil ejecución por la personalidad de Zelaya. “Si
vuelve a la presidencia, es capaz de patear el tablero pese
a los compromisos suscritos y a la supervisión
internacional”, comentó Marta Lorena Alvarado, viceministra
hondureña de Exteriores.
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Artículo
publicado originalmente en el diario La Vanguardia |