Hugo
Chávez y su acólito Daniel Ortega han herido de muerte a las
cumbres iberoamericanas, al menos mientras el presidente
venezolano siga en el poder. El choque verbal que provocaron
en Santiago de Chile con el Rey de España y José Luis
Rodriguez Zapatero es insólito en el marco de estas
reuniones de jefes de Estado y de Gobierno. Desde que estas
citas se iniciaron en Guadalajara (México) en julio de 1991,
pese a las diferencias políticas que siempre han existido,
se respetaron las formas, se suscribían acuerdos y los
encuentros terminaban en aparente armonía.
Chávez llegó a Chile sumamente alterado e intranquilo por
las crecientes protestas de los universitarios contra su
Constitución totalitaria, por las críticas del general Raúl
Baduel que han sacudido a los cuarteles y porque las
encuestas le muestran que puede perder el referéndum del 4
de noviembre, ya que una parte de los propios chavistas
rechaza el modelo cubano que pretende implantar. Su actitud
beligerante y agresiva en la cumbre muy bien podría estar
relacionada con el nerviosismo que muestra en las últimas
semanas.
Las cumbres iberoamericanas, en las que se sentía tan cómodo
al principio, ahora parecen ser un engorro para Chávez.
Respaldado por Cuba, arropado por Evo Morales y Daniel
Ortega, y con la mirada benevolente de Rafael Correa, Chávez
considera innecesaria una reunión en la que se habla de
cohesión social y no de revolución, de democracia y no de su
socialismo del siglo XXI. Por ello decidió patear el tablero
con sus reiterados insultos a Aznar y a los empresarios
españoles.
Sólo en la cumbre de Panamá (noviembre 2000) se produjo un
duro enfrentamiento entre el comandante Fidel Castro y el
presidente de El Salvador, Francisco Flores, a raíz de que
el gobernante cubano se negó a suscribir una condena contra
ETA. Hubo un rifirrafe dialéctico entre Flores -acusó al
líder cubano de haber practicado el terrorismo de Estado- y
Castro, quien señaló al mandatario centroamericano de ser
heredero de los “escuadrones de la muerte”. José María Aznar
agradeció a “todos los países democráticos iberoamericanos”,
su adhesión a la condena del terrorismo. Chávez suscribió la
declaración pese a que el presidente español excluyó
implícitamente a Cuba de los países con marchamo
democrático.
Desde que llegó al poder el 2 de febrero de 1999, Chávez ha
radicalizado su postura en las numerosas cumbres a las que
ha asistido. Se burla del neoliberalismo, condena al FMI,
anatematiza al Banco Mundial, insulta al que le da la gana,
monta trifulcas en cumbres hemisféricas, que no terminan de
naufragar gracias a la ascendencia del presidente brasileño
Lula da Silva.
Chávez no sólo está acabando con todas las instituciones
democráticas de Venezuela, sino que quiere terminar con
todas las instancias iberoamericanas de cooperación e
integración. El 19 de abril de 2006, anunció el retiro de
Venezuela de la Comunidad Andina. Después rompió con el
Grupo de los Tres, que favorecía los intercambios
comerciales y de inversiones con México y Colombia.
A Chávez todas las cumbres, tratados y reuniones le parecen
inútiles e innecesarias, a excepción de la Alternativa
Bolivariana para las Américas (ALBA), una entelequia que ha
promovido con Bolivia y Cuba, con la que pretende sustituir
el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), que
impulsa EE.UU. Como muestra un botón: el Gobierno
bolivariano ha asumido la gestión del Hotel Hilton de
Caracas, que ahora se llama Hotel Alba.
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Artículo
publicado originalmente en el diario La
Vanguardia |