Los
pobres dieron la espalda a Hugo Chávez. Las barriadas
marginales de Caracas acabaron con el mito de que el
presidente venezolano cuenta con el apoyo incondicionales de
los sectores con menos recursos. En las zonas
tradicionalmente chavistas, como 23 de Enero y Catia, la
victoria del sí a la reforma totalitaria de la Constitución
fue más ajustada que en ocasiones anteriores.
Chávez ha amenazado muchas veces a la clase media que vive
en el este de Caracas con que un día los pobres bajarán con
afán revanchista de los cerros que circundan a la ciudad. No
lo repetirá más. Los cerros, antiguos bastiones del
Gobierno, ya no son del régimen.
No es la revolución que esperaba Chávez: por primera vez,
los barrios de miseria, votaron por el no. La reforma sembró
confusión en Petare, una de las villas miseria más grandes
de América Latina, donde se amontona un millón de vecinos.
En Petare, el 61’4% votó contra Chávez (en las
presidenciales de hace un año, Chávez logró el 53,6% de los
sufragios). En el municipio Libertador (centro histórico de
Caracas, feudo incondicional del chavismo durante 12
elecciones), 432.251 (52,4%) votaron contra la reforma,
392.489 (47,5%) lo hicieron a favor. La gente no creyó en el
lema “Todo el poder para el pueblo” que ahora aparece
despintado en muros derruidos. Las clases populares, mimadas
de los programas sociales, se asustaron con el poder eterno
que Chávez exigía para sí mismo.
“Mira, aquí en Petare todos tenemos un muerto (familiar o
amigo) a manos del hampa. Y eso a Chávez no le importa.
Nunca habla de la inseguridad que a los pobres nos golpea
aún más. El crimen ya es parte del día a día. ¿Otro muerto
más? Pura estadística. En esta guerra del hampa, cada fin de
semana mueren más de cien personas, sufrimos un virtual
estado de sitio”, declara Félix Velázquez, luchador social
de petare. “La delincuencia, la escasez de alimentos y la
corrupción de los nuevos ricos chavistas fueron factores
determinantes en la derrota de Chávez”.
“Voté no a la reforma. Me dio miedo eso del socialismo,
dicen que tenemos que compartir todo”, dice Sofía Valera,
que aún se confiesa como “verdadera chavista”. “Nuestro
presidente hizo mucho por los pobres. Pero ahora que pude
comprarme una casita, no quiero que me la quiten”, comenta
esta madre de familia de 38 años, que vende tarjetas
telefónicas en la calle.
“Muchos pobres siguen con Chávez, pero la reforma les
pareció una trampa. Por fin tuvieron acceso a la propiedad y
no quieren renunciar a eso por el socialismo”, explica el
sociólogo Ignácio Ávalos, profesor de la Universidad Central
de Venezuela (UCV).
Vecinos que viven en calles estrechas, en donde no hay
policías ni camiones para recoger la basura, explican su
desencanto con la revolución. Dicen que los puestos de salud
que montaron médicos cubanos sirven de poco, algunos están
abandonados, en los que funcionan les ofrecen poco más que
aspirinas; en las tiendas populares de alimentos –conocidas
como Mercal- impera el desabastecimiento: los estantes lucen
vacíos por la falta de huevos, leche, carne, harina,
frijoles, azúcar, aceite… Los vecinos deben acudir al
revendedor ambulante que multiplica el precio.
Luis Rodós, fontanero de 45 años, por primera vez en su vida
votó contra Chávez. Está cansado de confrontación y
amenazas. “Me harta este enfrentamiento continuo”, señala.
Antonia Valle, dependienta, votó por la oposición porque se
siente acosada por el hampa. “Chávez se ocupa de todos los
problemas del mundo menos de los que tenemos los
venezolanos: aumento del crimen, falta de alimentos,
corrupción de los revolucionarios, falta de vivienda”. Luisa
Sárdaga, vendedora ambulante, dio la espalda a Chávez porque
le asusta que se implante un régimen a la cubana: “Aunque
seamos pobres, tenemos nuestras cosas. No quiero que el
Estado me las quite, ni que a mis hijos los eduquen con
libros comunistas”.
A los vecinos que frecuentan un pequeño centro cultural de
Petare no les gusta que Chávez busque pleitos con países
amigos: “El Rey de España hizo bien en pedir que se callara.
Estamos hartos de tanta palabrería. Sólo promete y no hace
nada. Chávez construye casas en Bolivia y Cuba, regala
petróleo a Londres, levanta refinerías en Nicaragua. No hace
nada por nosotros y tolera la corrupción. Estamos
olvidados”, se lamenta Juan Salazar.
El cierre de Radio Caracas TV el pasado 27 de mayo no gustó
a la gente pobre al privarle de las mejores telenovelas, su
único entretenimiento. La desaparición del canal generó la
irrupción del movimiento estudiantil, la llamada infantería
de la inteligencia, que en poco tiempo derrotó a Chávez, lo
que no se consiguió con dos meses de huelga, con un golpe de
Estado, con grandes protestas.
La presencia de militantes chavistas induce a guardar
silencio. “Chávez es el único que cuida a los pobres”, clama
Eva Escalón, 35 años, que trabaja en programas sociales.
“Nos quitarían la ayuda si criticamos a Chávez”, señala
Luis, un anciano de 73 años. Simón Guanda, 57 años, vendedor
de chatarra, espera a que la mujer se aleje para comentar:
“Acá los chavistas se quedan con los bolsos llenos, para los
demás nada”.
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Artículo
publicado originalmente en el diario La Vanguardia |