A comienzos
de este año, el 27 de enero de 2009, advertimos que la
economía venezolana entraría en recesión más temprano que
tarde, no solamente como resultado de la crisis económica
global que sacudía a los mercados financieros sino
principalmente como producto de la errática política
económica aplicada por el gobierno nacional. Y más que ello,
por el agotamiento de un modelo económico que concibe al
Estado como eje de toda la actividad económica, en desmedro
del sector privado, sin el cual no hay crecimiento económico
sostenido. Al lado de la recesión persiste la inflación para
configurar una situación de estanflación que no se veía en
la economía venezolana en al menos veinte años.
Según las
cifras del BCV, la economía venezolana se contrajo 2,4% en
el segundo trimestre de 2009 respecto al segundo trimestre
de 2008. Con ello se rompe el ciclo de crecimiento que se
inició en 2003. La víctima más visible de este bajón de la
actividad económica fue la industria manufacturera con una
caída de 8,5% a la que se sumó la contracción de la
producción de petróleo de 4,2%. No se trata exclusivamente
de que le economía haya entrado en un ciclo recesivo sino
también de la destrucción de la capacidad productiva, del
tejido económico capaz de producir bienes y servicios. La
economía está sufriendo un daño severo al afectarse muy
seriamente su sector manufacturero el cual es el único que
puede liderar la diversificación económica de Venezuela
mediante una política que promueva las exportaciones no
petroleras. Para que el país pueda emprender el camino del
crecimiento sostenido su mercado es la economía mundial,
donde se asientan todas las posibilidades de expansión.
Ninguna economía moderna crece exclusivamente con base en su
mercado interno, salvo el caso de Estados Unidos en virtud
de las dimensiones de su poder adquisitivo.
La industria
manufacturera de Venezuela está sometida a un cuadro de
hostilidad por parte del gobierno, mediante el uso de la
fuerza bruta, como las que ejecutan los ministros Eduardo
Samán y Félix Osorio, quienes han declarado la guerra a la
industria mediante ocupaciones de las fábricas y las
amenazas de expropiaciones. Pero también, está estrangulada
la industria por un conjunto de regulaciones de precios,
controles de cambios, limitación en el acceso a las divisas,
por un sistema cambiario que incentiva las importaciones y
castiga las exportaciones y en general por una percepción
desfavorable de quienes diseñan y aplican la política
económica. El resultado de estas acciones ha sido la
destrucción de capacidades productivas, el traslado de los
capitales al exterior y el retraimiento de la inversión. Un
caso patético fue el de la producción de alimentos que
disminuyó en el trimestre reseñado 6,3% lo que evidencia el
rotundo fracaso de las medidas contra el sector privado
orquestadas por el Ejecutivo.
La oferta
exportable proviene de tres sectores principales, petróleo,
manufactura y la agricultura. El estado lamentable de esta
última la descarta como palanca para el desarrollo
diversificado de la economía y por tanto todo va a depender
del petróleo y la manufactura. Con el petróleo ocurre que la
producción decae o está estancada, de forma tal que todos
los ingresos de Venezuela dependen de los precios, los
cuales suelen ser volátiles y, por tanto, apostar todo al
alza de los precios más que un riesgo es una
irresponsabilidad. El gobierno pareciera tener cifradas
todas sus esperanzas en un incremento de los precios del
petróleo, descuidando la aplicación de políticas que
estimulen la inversión y la producción. Por todo lo
anteriormente expuesto, la industria manufacturera emerge
como una actividad decisiva para la recuperación firme y
permanente del progreso económico de Venezuela.
Un examen de
las cifras del BCV refleja una importante disminución del
consumo. En efecto, el consumo de los hogares declinó 2,7%
en el segundo trimestre de 2009, situación que no se
apreciaba desde el tercer trimestre de 2003. Por su parte la
inversión de contrajo 2,4%. Todo esto conforma un cuadro de
deterioro económico inocultable. Consistente con la
reducción del consumo está la baja que experimentaron las
remuneraciones de los trabajadores las cuales cayeron 8,6%
en el segundo trimestre de 2009.