En 2008, el gobierno se fijó una
meta de inflación de 11% pero los precios aumentaron 31%. La
situación inflacionaria tiene desconcertado y confundido
tanto al gobierno como al BCV quienes no atinan a dar con
las políticas para contener el alza de los precios ante el
fracaso monumental de los controles de precios y de cambio,
medidas éstas que ya están desgastadas. Lo más grave de todo
es que la inflación de los alimentos se disparó el año
pasado hasta 47% desde un 31% que había alcanzado en 2007,
como se evidencia en el gráfico 1. El presidente Chávez, en
su alocución en la Asamblea Nacional dijo que la inflación
no afectaba a los pobres porque los precios en Mercal no
habían aumentado. Las cifras del BCV desmienten totalmente
al presidente en virtud de que el estrato más pobre de la
población (estrato I) acumuló una tasa de inflación de 36%
en tanto que el estrato más rico (estrato IV) registró una
inflación de 30%, como es evidente en el gráfico 2. Así, la
mentira del presidente quedó al descubierto. Pero quien en
realidad puso la cómica fue el presidente de la Comisión de
Finanzas del Parlamento, diputado Ricardo Sanguino, quien
afirmó que esas mediciones de inflación del BCV no eran
adecuadas porque el índice de precios, empleado para
cuantificar la inflación, correspondía a una economía
capitalista y la de Venezuela era socialista.
En medio de las tinieblas
intelectuales en materia económica, quien ha salido a dar la
cara ha sido el ministro de Finanzas, Alí Rodríguez, quien
en el cuadro de orfandad del gobierno y sin ser economista,
ha elaborado una explicación del incremento de los precios
que lleva a concluir que en Venezuela habrá inflación alta
para rato. Amparado en una presentación que Rodríguez dijo
le había preparado el profesor Asdrúbal Baptista, en un
programa de Venezolana de Televisión, el ministro afirmó que
la inflación en Venezuela es un fenómeno estructural y que
no hay soluciones a corto plazo. Basó Rodríguez esa
aseveración, gráfico en mano, en otra que se desprende,
entiendo yo, del trabajo del profesor Baptista: "La
capacidad de compra del país está por encima de su capacidad
de producción, es decir que el consumo excede la
producción". Esa forma de ver la inflación en Venezuela es
total y absolutamente carente de sentido y sustento
estadístico toda vez que en diversos trabajos empírico
realizados anteriormente a solicitud de las autoridades del
BCV dicha tesis fue refutada y los resultados de esas
investigaciones archivados. Se emplearon en aquella ocasión
técnicas sofisticadas y los resultados no validaron la
hipótesis de la inflación estructural o el poder monopólicos
para fijar los precios en Venezuela.
Más allá de las sofisticaciones
metodológicas abundantes en la literatura, si la
interpretación del ministro Rodríguez fuese cierta, en el
sentido de que la inflación en Venezuela está en la
estructura misma de la economía, debido a la renta
petrolera, cómo se explica entonces que la misma economía
venezolana, siendo todavía más rentista durante los años
cincuenta y sesenta haya tenido bajísimas tasas de
inflación, incluso menores que las de Estados Unidos y
Europa. En efecto, entre 1959 y 1950 la tasa de inflación
promedio en Venezuela se cifró en 1,6% mientras que en el
lapso 1969 y 1960 alcanzó 1,1%. Y se trataba de la misma
economía rentista que tenemos hoy donde el desequilibrio al
que alude el ministro tal vez era más acentuado. Lo que el
ministro se niega a aceptar es que la inflación guarda una
estrecha relación con las disciplina fiscal y monetaria y
ello es lo que explica en buena medida las tasa de inflación
que actualmente sufre Venezuela, donde existe un ex banco
central que no cumple funciones de autoridad monetaria y un
fisco con gastos fuera de control y sin la debida
responsabilidad en el manejo de las cuentas públicas.
Mientras el ministro Rodríguez
intenta resolver los problemas estructurales de la
economía, que este gobierno ha agravado, y que llevará
décadas de solventar, los venezolanos seguiremos padeciendo
de altas y crecientes tasas de inflación. La historia
económica es buena para evocar pero con ella no se hace
política económica efectiva en beneficio de la gente.