Ciertamente ya el proceso que
ahora encabeza Hugo Chávez no es el mismo que lo inspiró
hace años cuando la fuerza de la espontaneidad, la ilusión y
la esperanza eran su razón de ser. La idea de un país
distinto y mejor manejado, con probidad, ha dado paso a una
gestión gansteril, orientada por los desembolsos económicos
para ganar adeptos y retener mediante la coacción a aquello
que tienen dudas o que han marcado distancia. Así no se
sostiene el paradigma de un cambio. La revolución chavista
es un proyecto decadente, envejecido prematuramente,
corrompido hasta los tuétanos, administrado en sus
estructuras fundamentales por una especie de pandilla
militar-cívica que ha hecho del peculado, el tráfico de
influencias y el nepotismo su propósito. Hoy se registran
más millonarios en las filas chavistas que en los hombres de
empresas tradicionales de Venezuela, mediante una
acumulación originaria de capital violenta, relampagueante,
signada por la corrupción, los contratos con entes públicos
en condiciones ventajosas sin que medie ningún esfuerzo
productivo o destreza personal salvo aquella que deviene de
la relación con la gente del poder.
Los nuevos ricos, disfrazados de
empresarios constituyen una categoría social cuya única
motivación no es producir sino lucrarse a la sombra del
tesoro público y para ello adoptan nombres de asociaciones
empresariales que no son tales sino focos para la
tramitación y cobro de comisiones por los créditos recibidos
o los contratos obtenidos. No ha podido el gobierno
conformar un sector de gente de empresas con vocación
productiva ni se registra grupo que haya arriesgado su
capital para impulsar industrias porque esos falsos
capitalistas lo que hacen es trabajar con los dineros del
gobierno y eso lo sabe Hugo Chávez, quien tolera y permite
ese enriquecimiento fraudulento. O es que alguien se atreve
a pensar que Chávez no sabe de las andanzas de la nueva
oligarquía del dinero en Venezuela.
Sin embargo, lo que ocurrió en
las recientes elecciones de gobernadores y alcaldes es la
aprueba más palpable de la degeneración del proyecto
chavista. Que un gobierno haya tenido que apelar al reparto
descarado de dinero para asegurarse los votos, sugiere que
algo anda muy mal en las filas gobierneras. Cuando un
partido invoca el intercambio mercantil de un voto por una
suma de dinero, su tiempo está contado porque la política y
la ideología no son artículos a los que se le puede imputar
un precio. Fue descarado las transacciones de votos por
dinero o productos de línea blanca, tales como licuadoras,
televisores, lavadoras, financiados todos ellos por fondos,
no del PSUV sino de PDVSA que ha servido, bajo la
administración de Rafael Ramírez y sus socios directivos,
como caja chica para el apoyo de actividades partidistas
sin ningún recato o cuidado de las formas. Hoy puede
establecerse que las arcas de PDVSA cumplen una doble
función: la primera, servir como entidad empresarial del
Estado y la segunda como órgano financiero del partido de
gobierno. Aquí reside otra de las taras de la revolución
chavista, el haber hecho del Estado, el gobierno y su
partido uno solo y mismo sujeto. Ya en Venezuela se perdió
la línea que dividía lo que son asuntos del Estado de los
del gobierno o del partido. Los colores y símbolos son los
mismos, las consignas son idénticas e iguales quienes se
transmutan, una vez como vocero del gobierno y otra como
jefe de un partido, usando para ello los dineros públicos
sin ningún pudor.
Las revoluciones son obras
colectivas cuando un sentimiento, una idea, no el dinero, se
apoderan de una población. Chávez tuvo ese impulso pero lo
perdió y por eso recurre al intercambio de lealtad política
por plata constante y sonante que es lo que muchos de sus
partidarios le exigen. Chávez es el candidato a las juntas
parroquiales, alcaldías, gobernaciones y hasta los
sindicatos. Sin él nada existe y por eso estimula el culto a
su personalidad. La pérdida de la fuerza vital que requiere
una revolución hace que muy pocos vayan a sus actos si no
son transportados y sin el pago del correspondiente viático,
nadie se moviliza sin que se le asegure la cancelación de un
estipendio. La carencia de aliento se demostró palmariamente
durante la recolección de firmas para apoyar la enmienda
para la reelección indefinida. Poco entusiasmo y
espontaneidad. Lo que si abundó fue la intimidación a los
empleados públicos mediante los recorridos por las oficinas
públicas de los agentes del partido o la instalación de
kioscos en los ministerios y demás entes del Estado para
velada o descaradamente obligar a firmar a los trabajadores
de esas dependencias. Ello denota una debilidad
extraordinaria pero más que todo que la fuerza motivante ya
no existe o está sustancialmente mermada y que la cacareada
revolución se desnaturalizó y pareciera tener sus días
contados aunque todavía conserve una fuerza popular
respetable, que nada tiene que ver con aquella que llevó a
Hugo Chávez al poder. Está herida la revolución chavista,
por su individualismo, sectarismo, corrupción y porque
Chávez piensa que si no es él nadie puede ser líder. La
revolución chavista ha degenerado en una caricatura.