Desde 2004, el modelo económico
seguido por la administración de Hugo Chávez ha tenido dos
ejes: el aumento del rol del Estado como propietario de los
medios de producción y su consiguiente acumulación del
capital en manos del sector público y una regulación
excesiva de la actividad económica privada. Ello coincidió
con un comportamiento extraordinariamente favorable de los
precios del petróleo cuyas cotizaciones pasaron de US$ 32,8
por barril en 2004 hasta US$ 86,7 por barril en 2008. Sin
embargo, desde julio de 2008 cuando los precios tocaron el
techo de US$ 132 por barril, se ha observado una clara
tendencia a la caída a pesar de los recientes recortes de
producción en el seno de la OPEP, lo cuales por primera vez
han resultado inefectivos para contener la declinación de
los precios.
Con altas cotizaciones de los
precios petroleros, el Estado venezolano se creyó muy rico y
el presidente de la República retaba a quienes querían
vender las empresas al gobierno a que lo hicieran porque él
pagaba con dinero constante y sonante. Era el Hugo Chávez
que pensó que podía comprar al mundo si el mundo le ofrecían
en venta. Así, nacionalizó las empresas de la apertura
petrolera donde están involucradas Conoco-Phillip, Chevron-Texaco
y la Mobil, las cuales no ha pagado todavía. Posteriormente
adquirió la CANTV, la Electricidad de Caracas, Lácteos los
Andes, entre otras empresas, antes privadas, ahora públicas.
Fue más allá Chávez y desafió al consorcio Ternium Techint
propietario de Sidor y a las empresas de cemento, Cemex,
Holcim y Lafarge con su adquisición. El desacuerdo con los
propietarios de Sidor y las empresas cementeras coincidió
con el declive de los precios petroleros y allí comenzaron
los problemas para el modelo estatal. También dio el
presidente Chávez un paso el falso al pretender estatizar
el Banco de Venezuela, lo que no se ha concretado por que el
gobierno se está quedando sin el flujo de caja necesario
para financiar esa compra, aunque en el camino le hizo un
daño terrible a ese banco que perdió buena parte de su
cartera de crédito y sus depósitos. La última ocurrencia
sucedió en una noche de inspiración cuando se percató el
presidente de que el Centro Comercial Sambil de la
Candelaria también debía ser expropiado, lo que no paso de
ser una bravuconada porque sencillamente no tiene recursos
para hacerlo.
Pero Hugo Chávez podría dar un
viraje. En lugar de pagar esas estatizaciones de empresas en
efectivo, puede estar tentado a confiscarlas o
equivalentemente a pagarles a sus propietarios con bonos de
la deuda pública o con bolívares devaluados por la
inflación. Ello evidentemente colocaría en otros términos la
situación política y desenmascararía al gobierno en toda su
intención.
El modelo económico fundamentado
en la propiedad estatal de los medios de producción llega a
su final con la caída de los precios petroleros y con la
contracción de la economía cuyos síntomas ya se comienzan a
percibir. Efectivamente, según la información del BCV,
durante el cuarto trimestre de 2008 (ver gráfico) el ritmo
de crecimiento económico se tornó más lento como señal de
que la economía en 2009 va a experimentar una declinación al
apagársele el motor del gasto público que estuvo trabajando
a marcha forzada entre 2004 y 2008. En un contexto de falta
de estímulo a la inversión privada, es de esperar que el
potencial de crecimiento de la economía se haya resentido
como lo atestiguan los datos del ente emisor.
A ello se agrega el endurecimiento de las regulaciones de
precios y del control de cambios. El primero está liquidando
la rentabilidad de la industria y cuestionando su capacidad
de producción en tanto que el segundo está estrangulando la
economía al restringirse la entrega de divisas
preferenciales, lo que se refleja en la insuficiencia de
insumos, bienes de capital y bienes de consumo, que los
burócratas de Cadivi consideran, desde sus cómodas y lujosas
oficinas, como bienes no esenciales. De está forma, aquel
gobierno soberbio, otrora rico, que todo lo podía, ahora ha
caído en una situación de virtual mora con sus proveedores
de bienes y servicios a quienes no les paga porque no tiene
fondos. No se trata, en consecuencia, del fracaso de una
política sino más bien de un modelo de desarrollo que estimó
que el Estado puede sustituir a la sociedad como fuente de
creación de la riqueza. Cuando el gobierno compra una
empresa no crea nueva riqueza, lo que propicia es un cambio
de dueño de los activos previamente existentes, y de
múltiples propietarios se pasa a un solo, el monopolio del
Estado y con ello crea una nueva casta de capataces, quienes
fungen como administradores de esas empresas, que se
disputan los bienes como si se tratase
del reparto de un botín.