En
su afán por destruir al sector productivo nacional y con
ello liquidar la propiedad privada en Venezuela, el gobierno
de Hugo Chávez, a través de algunos funcionarios de segunda
categoría pero investidos de poder, ha emitido una especie
de decreto de guerra a muerte contra las Empresas Polar. Los
burócratas de la Superintendencia Nacional de Silos,
Almacenes y Depósitos Agrícolas (Sada), del Instituto
Nacional de Prevención, Salud y Seguridad Salud (Inpsasel) y
del Instituto Nacional para la Defensa y Educación del
Consumidor y el Usuario (Indecu), tiene los ojos muy
abiertos para inspeccionar a las plantas de Polar, pero se
ciegan cuando en las empresas del Estado ocurren cualquier
tipo de atropello o irregularidad que pone en riesgo la
seguridad industrial. Eduardo Samán, presidente del Indecu,
destila odio cuando se refiere a la empresa privada y es un
firme partidario de la estatización de la economía. Con
funcionarios de este tipo es muy poco lo que puede esperar
un país. En su ignorancia, Samán piensa que la inflación en
un problema de distribución de los bienes y nunca se
interroga por los determinantes macroeconómicos, que desde
Afganistán hasta Argentina provocan la subida de los
precios. El asunto es que Empresas Polar está siendo
hostilizada por una política de Estado que es incapaz de
valorar el aporte que este grupo empresarial hace al
desarrollo nacional y de paso el único de capital nacional
que queda en el país. Cuando ya Samán y quienes lo secundan
no sea funcionarios, quedará en Venezuela el recuerdo
ingrato de un grupo de perseguidores de la gente que
invierte y trabaja en y por el país. Polar seguirá y Samán y
los suyos serán nadie.
No le vasta al gobierno el estricto control de precios
impuesto a los bienes que manufactura la empresa y que
amenaza muy seriamente su rentabilidad y con ello las
posibilidades de seguir produciendo alimentos en Venezuela.
Quieren ver a sus dueños arrodillados, implorando compasión
y pidiendo audiencias ante el jefe, para quebrarlos
moralmente. Tal vez algunas de esas caricaturas de
empresarios que ahora pululan en los ministerios a la caza
de créditos baratos que nunca pagarán y contratos para
venderle al gobierno productos que ellos no fabrican,
estarán frotándose las manos y haciendo cálculos imaginarios
ante la eventualidad de que Hugo Chávez de un paso en falso
y en una de esas noches de desvelo adopte la decisión de
estatizar a Empresas Polar, para que ellos aparezcan
entonces como los administradores de las plantas y los
centro de distribución que mantiene esa compañía. Tal vez de
lo que otros no se dan cuenta es que en Venezuela ninguna
empresa está a salvo de la garra del Estado y que la lista
de espera de empresas candidatas a la estatización cada día
se hace más larga.
En una economía donde la inversión es un artículo escaso,
donde el mejor negocio es importar en lugar de producir,
donde la especulación financiera a la sombra de los
ministros de Finanzas es una actividad de alto rédito y
riesgo mínimo, el esfuerzo de Empresas Polar, por expandir
sus operaciones, crear más productos y realizar una obra
social, tiene que ser reconocida por los venezolanos y lo va
a ser en la medida en que la inviabilidad de este modelo
económico estatista que prevalece actualmente sucumba ante
la ineficiencia y la corrupción.
Desde que la familia Mendoza comenzó la manufactura de los
jabones de lavar ropa por los años cuarenta, las marca “La
Torre” y “Las Llaves” se ha transformado en un emporio,
gracias a la buena administración y el tino de quienes
siguieron el ejemplo de Lorenzo Mendoza Fleury. Luego vino
el inicio de actividades en 1941 de la Cervecería Polar y
con ella su agilidad y genio comercial al financiar a
pequeños bodegueros para la adquisición de neveras que en un
país donde empezaba a llegar la luz a los pueblos, se hacía
imprescindible el enfriamiento de la espumosa bebida. A ello
siguió el procesamiento y manufactura de los productos del
maíz hasta concebir la harina precocida y la famosa marca
Harina Pan a que continuaron otros productos alimenticios
como pastas y también las chucherías.
Piensan unos talibanes tropicales, enceguecidos por el
resentimiento social, que todo ese esfuerzo y tradición
puede ser destruido desde el Estado y que con la inmensa
fortuna que maneja el gobierno todo lo pueden comprar. Se
equivocan. Creen que la historia es la que se escribe hoy
exclusivamente y no lo que fue y lo que será. Como nadie
conoce el futuro y la vida da tantas vueltas, debo dejar
asentado que quien esto escribe no tiene relación alguna con
esas empresas ni sus asociaciones afiliadas pero si valoro
la mística y el espíritu emprendedor de quienes dirigen a
Polar. De paso, mi sueldo lo conforman una pensión
tempranera por veintiún años de servios en el BCV y mi
remuneración como profesor agregado a tiempo completo de la
Escuela de Economía de la UCV.