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Venezuela: menos crecimiento y más inflación
por José Guerra
miércoles, 27 agosto 2008


Cada vez se hace más evidente que la economía venezolana ha entrado en un nuevo ciclo caracterizado por la lentitud del crecimiento y la aceleración de la inflación. La fase de expansión acelerada está llegando a su final y cada vez más al gasto público le cuesta impulsar una economía cuya principal restricción para su crecimiento no es la falta de demanda sino principalmente restricciones de oferta. Éstas se manifiestan en una declinación de la inversión privada no obstante la ausencia de cifras oficiales que evidencien lo que ya es una realidad visible. Similarmente, está influyendo en la baja capacidad de generar oferta una política cambiaria suicida  basada equivocadamente en el abaratamiento del precio del dólar oficial para contribuir a la disminución de la inflación, cuando tal medida lo  que propicia es la destrucción del plantel productivo nacional al tiempo que deteriora al sector externo debido al exceso de importaciones y las salidas de capital que promueve la expectativa de devaluación futura. Un factor adicional que en Venezuela se añade para achicar el crecimiento de la economía tiene que ver con las estatizaciones y la amenaza a los derechos de propiedad, todo lo cual inhibe la inversión venezolana que se está trasladando a otras latitudes en busca de mejor trato y un ambiente más propicio para hacer negocios.  

Las cifras del BCV hablan suficientemente claro para que todo el mundo entienda lo que sucede. En el primer semestre de 2007 la actividad económica (PIB) creció 8,2% en tanto que en el primer semestre de 2008 esa tasa de crecimiento se redujo a 6,0%, con un peligro rezago de la industria y la agricultura, justamente los sectores productores de bienes alimenticios.  Por su parte, la inflación que en los primeros seis meses de 2007 alcanzó 19,3% en el mismo lapso de 2008 trepó hasta 28,6%, como se aprecia en el gráfico. Acá no hay atenuantes: la economía crece menos con más inflación: el peor de los mundos. Cuando una economía comienza a perder el ímpetu del crecimiento por una conducción errada de la política económica después cuesta mucho reanudarlo. La historia reciente de  Venezuela está llena de esos episodios de auges petroleros que acabaron en un fracaso estrepitoso y devaluaciones abruptas de la moneda cuando se intentó fijar el tipo de cambio de forma permanente para ilusoriamente reducir la inflación, como fue manifiesto durante la presidencia de Luis Herrera Campíns entre 1979 y 1983.  

Con el menor crecimiento ha aparecido una inflación elevada y pertinaz que no cede y que no ha hecho otra cosa que acumularse en virtud de los controles de precio y de cambio que lo único que han hecho es represar el aumento de los precios y crear distorsiones que al intentar corregirse parcialmente se expresan en un rebrote de la tasa de inflación. Esta es una de las lecciones de historia económica no aprendida en Venezuela: que los controles son un absurdo porque no contribuyen a bajar la inflación. Claro está,  quien aplica un control de precios y de cambio imaginan que él si lo hará bien y que los anteriores fallaron por falta de voluntad. La inflación tiene una fuerza destructiva sobre los  salarios, los ahorros y las pensiones al tiempo que enturbia el proceso de toma decisiones económicas y por esas razones es que los bancos centrales hacen esfuerzo para contenerla, menos el de Venezuela, cuyas autoridades parecieran no entender ni calibrar adecuadamente el conjunto de políticas básicas para detener el alza de precios. Es tan precaria la situación del banco central que uno de sus directores dijo que entre las medidas que han adoptado para bajar la inflación se cuenta la disminución de las tasas de interés. Si esa aceleración de la inflación convive con un estancamiento o declinación de la economía el cuadro se hace más peligros todavía porque ello se traduciría en el temido fenómeno  llamado la estanflación.

Es una lástima que Venezuela no esté aprovechando adecuadamente estas condiciones excepcionalmente favorables de los precios del petróleo para modernizar su economía y catapultarla hacia un sendero de crecimiento estable, diversificado y con equidad en la distribución del ingreso. Todo lo contrario, al estatizar la economía y gobernar por decreto,  con leyes primitivas como la que establece el trueque como política de Estado o la que persigue a las empresas que manufacturan alimentos, lo que se hace es ahuyentar la  inversión y propiciar la emigración de los trabajadores calificados. El enorme capitalismo de Estado que está se conformando augura mal presagio para Venezuela toda vez que ese conglomerado de empresas públicas se está tragando recursos que podían destinarse a las inversiones más rentables que puede hacer un gobierno: la salud y la educación. 


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