Un
banco central sin credibilidad no le sirve a una sociedad y
son menos útiles cuando sus autoridades son mediocres. Con
motivo de la espiral inflacionaria que sufre Venezuela, es
patético el análisis que surge desde las alturas del poder
del Instituto Emisor. Eso representa una verdadera lástima
para Venezuela, los venezolanos y la gente que sigue los
asuntos económicos y financieros. En mayo de 2008 la
inflación nacional pegó un brinco al pasar de 1,7% en abril
a 3,2% durante ese mes. Nótese que la tasa de inflación casi
se duplica (de 1,7% a 3,2%). Este fue el análisis que
entonces hizo el Directorio del BCV: "El Índice Nacional de
Precios al Consumidor (INPC), elaborado por el Banco Central
de Venezuela (BCV) y el Instituto Nacional de Estadística
(INE), registró en el mes de mayo una variación de 3,2%"
Obsérvese que no se califica el incremento de la inflación,
simplemente se describe el hecho, como debería ser. En junio
de 2008, la tasa de inflación se situó en 3,2%, menor en 0,8
puntos porcentuales a la del mes de mayo la cual se ubicó en
2,4%. En esta ocasión, el Directorio del BCV, como si fuesen
empelados del Ministerio de Información, realizó la
siguiente valoración de la inflación: "El Índice Nacional de
Precios al Consumidor (INPC), elaborado por el Banco Central
de Venezuela (BCV) y el Instituto Nacional de Estadística
(INE), registró en el mes de junio una variación de 2,4%,
significativamente menor a la registrada en el mes anterior
(3,2%)". ¡Significativamente menor porque la disminución fue
de menos de un punto porcentual!. Pero cuando la inflación
casi se duplica en mayo se guarda silencio. Esta forma de
ver el asunto de la inflación por parte de las autoridades
del BCV sugiere dos cosas: la primera, que les hace falta un
curso de estadística elemental para que puedan precisar el
contenido de la frase "significativamente" y la segunda que
lo hagan con la intensión de confundir y engañar la público.
Una tercera opción es que la respuesta sea una combinación
de las dos, es decir, de ignorancia y mala fe.
Sin embargo, hecha esta aclaratoria, el problema que ocupa
este espacio es el caso de la subida de los precios de los
alimentos, la cual está golpeando con fuerza inusitada a los
estratos más pobres de la población. Según cifras del BCV,
el ritmo de aumento de los precios se ha acelerado hasta
alcanzar 49,6% en junio de 2008, respecto a junio de 2007,
como se aprecia en el gráfico. Los grupos más pobres de la
población destinan casi la mitad de su ingreso a la compra
de alimentos lo que refleja que la incidencia de la
inflación está recayendo con mayor fuerza justamente en esos
sectores pobres. Este fenómeno de alzas de precios de los
alimentos pareciera tener dimensiones globales, pero tiende
a ser más severo en aquellos países que cancelaron su
actividad productiva y desincentivaron la producción
agropecuaria, tal como ha ocurrido en Venezuela, que para
todos los fines prácticos es una economía de puertos,
abierta a las importaciones y cerradas a las exportaciones.
Por tanto, la expansión de la demanda, producto de los
mayores niveles de gasto, no encuentra respuesta en un
sistema productivo privado hostilizado por el gobierno, con
regulaciones de precios y de cambio, acoso por parte del
Indecu y por los burócratas del Ministerio del Trabajo. A
ello hay que añadir, una política agrícola basada en una
creencia anclada en el pasado, que considera que Venezuela
es un país feudal, como si estuviésemos en los tiempos de
Ezequiel Zamora, en 1859 durante la guerra federal y que por
tanto hay que arrasar con las fincas y haciendas, mediante
confiscaciones, ocupaciones y expropiaciones. Eso es lo que
ha realizado el Instituto Nacional de Tierras y el resultado
ha sido un estancamiento de la producción agropecuaria de
Venezuela, no obstante los cuantiosos recursos destinados al
agro, la mayoría de los cuales se ha perdido en proyectos
gaseosos como los gallineros verticales, los cultivos
hidropónicos, los fundos zamoranos y ahora las empresas de
producción social de propiedad estatal. Buena parte del
dinero aplicado a la actividad agrícola ha ido a parar a los
bolsillos de falsos empresarios del campo, antes adecos y
copeyanos y ahora desdoblados en chavistas fanatizados.
Sin incentivos no hay producción. Esa máxima de la economía
es desconocida por los ministros, quienes piensan que la
buena voluntad es sustituta de políticas públicas
apropiadas. Para levantar la producción, los productores del
campo requieren certidumbre sobre los derechos de propiedad,
financiamiento, mercados seguros y estables y reglas claras
del juego. La restricción que enfrenta Venezuela es cómo
hacer para que el gobierno entienda que la propiedad estatal
de los medios de producción es un pasaporte seguro que
condena al país a la improductividad, el despilfarro de
recursos y la escasez. Mientras más se tarden en comprender
esta lógica básica de funcionamiento de un país civilizado
más elevados serán los costos económicos y sociales.