Venezuela
viene asistiendo a un proceso gradual pero sostenido de
desindustrialización que en tiempos recientes comenzó desde
mediados de la década de los noventa y que se ha acentuado
en el lapso 1999-2008. Se trata del desmantelamiento del
parque industrial nacional lo que se ha traducido en el
reforzamiento de la dependencia externa de la economía
nacional en lo relativo a los bienes alimenticios y a las
materias primas e insumos. Siempre fue Venezuela un país
sujeto al abastecimiento exterior para la satisfacción de
sus necesidades básicas de alimentos pero ese comportamiento
se ha exacerbado peligrosamente durante la administración
del presidente Hugo Chávez. Son varios los factores que hoy
conspiran contra la industria nacional.
En primer
lugar un clima antiempresarial que desde las altas esferas
del gobierno se ha instalado como política de Estado, lo que
se ha expresado en un ambiente de persecución contra la
gente que trabaja y produce. Basta observar la actitud de
los funcionarios del Ministerio de Industria Ligeras y
Comercio (Milco) para valorar adecuadamente el alcance de
una estrategia que concibe a los empresarios no como aliados
sino como enemigos a los cuales hay que arrinconar y
destruir. En segundo lugar, el control de precios se ha
traducido en una herramienta muy poderosa en manos del
gobierno para liquidar la rentabilidad del sector productor
al no reconocerles los aumentos de los costos de producción,
entre otros la mano de obra y los servicios. Una actividad
económica sin rentabilidad está condenada al fracaso porque
no genera ingresos para poder invertir. En tercer lugar hay
que mencionar el control de cambio que se expresa en
restricciones para la adquisición oportuna de divisas
fundamentales para la manufactura de bienes nacionales,
situación que se traduce en la postergación y retrasos de
procesos de producción o en su encarecimiento. Como cuarto
elemento debe señalarse la sobrevaluación de la moneda
nacional lo cual ha propiciado un incremento desmedido de
las importaciones y la extinción de las exportaciones no
petroleras, todo ello en detrimento de la producción
nacional. Entre 1999 y 2008 las importaciones saltaron desde
US$ 14.492 millones hasta US$ 45.000 millones, lo que denota
un crecimiento acumulado de 210%. Por esa razón para todos
fines prácticos Venezuela es una economía de puertos que
produce poco e importa mucho. Las escasas industrias que
antes exportaban ya no lo hacen como han sido los casos de
Sidor y Cemex, ahora en manos del Estado.
Si lo
anterior no bastara, se ha sumado un clima de conflictividad
laboral fomentada desde el gobierno mediante la constitución
de sindicatos paralelos que por cualquier motivo y sin
ninguna causa justificada paralizan las empresas y detienen
la producción. Ese ha sido el caso de las compañías
automotrices cuya producción ha disminuido más de 20% con el
consiguiente efecto sobre la caída de la oferta de vehículos
y la subida de los precios. De esta manera, se conforma un
cuadro que se agrava en la medida en que el gobierno no
diseñas políticas claras y estables para un sector clave en
el relanzamiento de la economía nacional. Así, con cifras
del BCV y estimaciones propias en el gráfico se describe la
declinación de la producción de la industria manufacturera
nacional con su efecto en la pérdida de empleos bien
remunerados y con seguridad social para ser sustituidos por
un enjambre de vendedores de productos importados que entran
por las aduanas para luego ser transados en los centros
comerciales, que cada día se construyen para la negociación
de bienes fabricados en el exterior, dando una sensación de
prosperidad cuando lo que se escande detrás de ello es un
mundo ficticio y artificial que no crea bienestar
permanente.
Esta es la
Venezuela que cierra 2008 con un comportamiento mediocre de
su industria, el principal sector según su contribución a la
generación del Producto Interno Bruto (PIB) y con un
gobierno que optó por sacrificar la producción nacional para
darle cabida a una vorágine importadora que ahora se alza
contra el empleo nacional. Se destruyó la industria
doméstica y hoy cuando las divisas comienzan a escasear,
Venezuela va a pagar un alto precio por una política
suicida que pretendiendo el desarrollo endógeno hizo todo lo
contrario.
