No se conoce crisis financiera
que no haya estado precedida por un ciclo de auge. La crisis
es la continuación por otras vías de períodos de euforia
inversionista y luego viene el reposo y la economía se
acopla a otro ciclo. En la conjugación de este
estremecimiento de los mercados como el que vive hoy los
Estados Unidos juega un papel fundamental la política
monetaria extremadamente laxa que aplicó el Banco Central
(FED) durante la era de Alan Greenspan, en partícula tras
los atentados a las Torres Gemelas de Nueva York, en
septiembre de 2001. Se produjeron bajas sustanciales de las
tasas de interés para prevenir que el pánico que se había
creado se tradujera en un menor nivel de actividad
económica. Ello llevó a un abaratamiento sin precedentes del
financiamiento que motivo a una fiebre en el mercado de las
hipotecas que se tradujo en alzas de los precios de las
viviendas superiores al 20% anual, cuando la inflación
general promediaba el 3,5%. En estas condiciones, se formó
una burbuja hipotecaria porque muchos querían comprar casas
y apartamentos por cuanto avizoraban que en un año tendrían
20% sobre el monto invertido. A su vez los bancos que habían
financiado esas compras tomaron esos créditos y los
empaquetaron y posteriormente los negociaron con otros
bancos y pedían prestado para seguir otorgando créditos
baratos.
Cuando las tasas de interés comenzaron a subir quienes
habían comprado barato ahora tenían que pagar más por sus
hipotecas hasta configurarse un cuadro de insolvencia cuando
la morosidad se incrementó notoriamente. Otras instituciones
financieras más audaces como la aseguradora American
International Group (AIG) tomaron mayores riesgos todavía al
constituir pólizas de seguros para garantizar el pago de las
hipotecas. Las primeras víctimas, cuando quienes debían no
pudieron pagar, fueron las empresas Fannie Mac y Freddie Mae,
los principales mayoristas en el renglón de las hipotecas en
Estados Unidos. En la medida en que los bancos se fueron
quedando con las casas que los atribulados propietarios no
podían pagar, los precios comenzaron a bajar y ello exacerbó
la crisis debido a que los títulos valores que servían de
activos subyacentes estaban depreciados. En estas
condiciones, los bancos de inversión que estaban activos en
este tipo de productos financieros se fueron a la quiebra
inevitablemente. La caída de bancos de inversión centenarios
y de gran prestigios como Bearn Stern, Lehman Brothers y
Merril Lynch señalizaban que el problema era más grave de lo
que se veía a simple vista y que vendrán otros colapsos,
como efectivamente ocurrió con bancos importantes, íconos
del sistema financiero estadounidense, tales como Washington
Mutual y Wachovia. Evidentemente lo que seguía era la
propagación de la onda expansiva de la crisis al acentuar su
declive el mercado de valores.
Esa sensación de que las cosas andaban mal se reforzó con el
hecho de que el crédito, antes abundante, comenzó a escasear
y esto si era grave porque una economía moderna funciona con
base en el crédito y sin él no hay actividad económica. Los
temores de una fuerte desaceleración del ritmo de la
economía se apoderó del mercado y muchos vendían pero pocos
compraban acciones en la bolsa de valores. En estas
condiciones no queda más remedio que acudir al prestamista
de última instancia y para ello están los bancos centrales.
El gran problema no ha sido el monto del paquete de auxilio
financiero por US$ 700.000 millones, sino que el mismo
pareciera que llegó tarde y por esa razón ahora luce
insuficiente y eso lo perciben los inversionistas. Es claro
que al difundirme los temores sobre la economía, la demanda
de petróleo ha disminuido y es aquí donde se conforman las
incidencias sobre la economía Venezolana. En un país
monoproductor como Venezuela donde más del 70% de su factura
petrolera se dirige a Estados Unidos y Europa es de esperar
que la disminución de los precios del petróleo se traduzca
en serios inconvenientes de orden externo y fiscal. Con un
tipo de cambio fijo a Bs/US$ 2,15 es obvio que las
importaciones resulten baratas, lo que explica su aumento
sostenido de los últimos años, eso hace insuficiente el
ingreso petrolero si se añade el pago por servicio de la
deuda pública, los compromisos de Venezuela con sus aliados
políticos y los gastos de viajeros. De esta manera, algo
habrá que hacer para corregir esa situación, entre las
opciones está ajustar el tipo de cambio o restringir la
entrega de divisas.
Desde el punto de vista fiscal, un menor ritmo de gasto
público puede traducirse en una restricción monetaria que
genere un alza de las tasas de interés, con lo cual quienes
obtuvieron créditos baratos para adquirir vehículos,
vivienda y financiar gasto excesivo con tarjetas de crédito,
pueden confrontar dificultades para cancelar los préstamos.
Por tanto, pareciera que la economía va a entrar en una
nueva etapa signada por el menor crecimiento y ello va a
demostrar una vez que esa trayectoria de expansión de la
economía que vimos entre 2004 y el primer semestre de 2008,
no era sostenible, tal como advertimos oportunamente.