Con
motivo de la resolución del Ministerio de Finanzas del 19 de
mayo de 2008 donde obliga a los bancos a vender las notas
estructuradas denominadas en bolívares en un plazo de
noventa días, muchas han sido las voces que se han alzado
sugiriendo que ello pondría en peligro la estabilidad del
sistema financiero nacional. Esa percepción se ha agravado
por la decisión de la cartera de Finanzas de obligar a que
los estados financieros de las instituciones financieras
reflejen públicamente la pérdida patrimonial en que
incurrirían cuando liquiden esas notas estructuradas a un
precio muy inferior al de su adquisición. Se trata de que
los bancos pueden experimentar la liquidación de parte de
sus activos lo cual en algunos casos comprometería todo el
patrimonio de ciertos bancos, y de esta manera estas
instituciones o se recapitalizan o pasarían a manos del
gobierno. Así de simple.
Todo este asunto de las notas estructuradas y sus nocivos
impactos en la economía comenzó cuando de manera ilegal se
reformó la Ley del BCV en julio de 2005 y se creó el Fondo
de Desarrollo Nacional (Fonden). Con las reservas que le
fueron confiscadas al BCV y los recursos entregados por
PDVSA a ese fondo, bajo las administraciones de Nelson
Merentes y Rodrigo Cabeza como ministros de Finanzas, se
adquirió deuda de terceros países, riesgosos, tales como
Ecuador y Argentina: Dicha deuda posteriormente fue
empaquetada, conjuntamente con deuda de Venezuela, para
constituir las ya famosas notas estructuradas. La
adjudicación de esas notas de forma discrecional por parte
de los ministros de turno se convirtieron en una operación
muy rentable para la banca toda vez que se compraron a lo
largo de 2006 y 2007 a un tipo de cambio promedio cercano a
los Bs 3.500 por dólar para luego ser vendidas en el mercado
paralelo a aproximadamente Bs. 5.500 por dólar. Estas
operaciones no se pudieron realizar sin el consentimiento
expreso del presidente Chávez, quien en última instancia es
el responsable de las finanzas públicas. Todavía más, desde
el segundo semestre de 2007, debido a la política diseñada
por Armando León desde el BCV y Rodrigo Cabeza desde el
Ministerio de Finanzas, se permitió que el tipo cambio
escalará hasta la frontera de Bs. 6.500 por dólar, bajo el
argumento absurdo de que ese tipo de cambio era
insignificante para la economía. Por esa razón, algunos
bancos llegaron a comprar las notas estructuradas a un tipo
de cambio inferior a los Bs. 5.000 por dólar. Ahora con el
tipo de cambio en el entorno de Bs. 3.300 por dólar ya no
hay ganancia sino pérdidas cuantiosas. Se estima que el
sistema financiero venezolano tiene en su poder alrededor de
US$ 5.000 millones en esas notas, de manera que una venta
forzada en un plazo que expira el 19 de agosto puede
implicar una caída del precio de esos títulos valores con lo
cual la pérdida se haría a un mayor. Para algunos bancos
ello puede significar su salida del mercado debido a que su
capital no resiste semejante pérdida patrimonial y para el
gobierno se le abriría una oportunidad única de materializar
una vieja pero peligrosa aspiración: la estatización
progresiva del sistema financiero. Porque un gobierno que ya
dio ese salto en el caso de Sidor y las empresas cementeras
puede hacerlo igualmente con los bancos. ¿Por qué no?
Es increíble que la Superintendencia de Bancos y Otras
Instituciones Financieras haya permitido que los bancos en
Venezuela hayan tomado un riesgo tan monumental al tener
algunos de ellos notas estructuradas por un valor que en
algunos casos constituye el 400% del capital del banco. Más
inadmisible aún es el caso de la banca que se dejó agarrar
en una política de colocación de deuda por parte del
gobierno, dando por buena la palabra de Merentes y Cabeza y
al asumir el teniente Rafael Isea, aunque siguieron los
vicios y los negociados, cambiaron las condiciones del
juego, bajó abruptamente el precio del dólar paralelo y con
ello cesó la especulación cambiaria que habían estimulado
los ministros anteriores. Sin embargo, el error de
determinados banqueros no puede taparse con un error más
grande al sugerirse que la mejor forma de expiar la culpa es
que el Estado se apodere de los bancos en problemas. El
Ministro de Finanzas no puede propiciar ese paso hacia el
vacío porque ello podría propiciar un retiro masivo de
depósitos del público presintiendo que su dinero va a ser
usado como caja chica del gobierno y de su partido, tal como
sucede con PDVSA. Así, el precio del dólar volvería a
escalar y la inflación se exacerbaría. Alí Rodríguez no debe
volver a cometer la equivocación que hizo en PDVSA cuando
despidió injustamente a más de 22.000 trabajadores bajo el
falso supuesto de que todos eran conspiradores. Es suicida
que Rodríguez tome el camino de Caldera en 1994, quien creyó
que con la intervención a puertas cerradas del Banco Latino
de Pedro Tinoco estaba dándole la estocada final a Carlos
Andrés Pérez y su financista. Si lo hace podría estar
propiciando una crisis innecesaria pero de importancia,
porque ese tema de las notas estructuradas puede ser objeto
de medidas financieras que no impliquen la estatización de
ningún banco. Si en Venezuela, se llegase a estatizar buena
parte de la banca hoy atrapada en la madeja de las notas
estructuradas los venezolanos debemos salir a defender a las
instituciones bancarias porque estaría en juego algo
sagrado: los dineros de los depositantes. Hay que evitar la
crisis con mejores instituciones, clausurando el pozo
séptico del Ministerio de Finanzas y con bancos concentrados
en la intermediación financiera.