Desde
hace más de un año he venido advirtiendo que el plan
económico y político de Hugo Chávez está incompleto si el
Gobierno no toma el control del sistema bancario nacional.
La razón es obvia: el nivel de gasto público en que la
administración de Hugo Chávez ha situado la economía
venezolana requiere de infusiones permanentes y crecientes
de liquidez para lo cual los ingresos petroleros y no
petroleros se han tornado absolutamente insuficientes. Ya el
Gobierno despojó al BCV de una buena parte de las reservas
internacionales hasta el extremo de hacer del instituto
emisor de Venezuela la caricatura de un banco central, al
dejar al bolívar debilitado y con elevadas expectativas de
devaluación. Ahora Chávez va por los bancos privados. Ello
se corresponde con una concepción de la política y la
economía donde el Estado, en lugar de la sociedad, es el eje
central alrededor del cual debe girar la economía y la vida
de las personas. El socialismo del siglo XXI, al igual que
los experimentos fracasados del siglo XX, tiene una matriz
profundamente estatista.
El Estado venezolano ha venido armando un verdadero
conglomerado de entidades financieras que en el corto plazo
se constituirían en el factor hegemónico de la actividad
bancaria nacional, tanto por el volumen de depósitos como de
créditos. Pero esta estructura bancaria es insuficiente para
los fines de su revolución, según el criterio de Hugo
Chávez, y por esa razón ha planteado que los bancos privados
pasen a manos del Estado. Una consideración sobre las
regulaciones que el Estado ha establecido al sector
financiero sugiere que ya el control es lo suficientemente
estricto y amplio. Pero todavía falta más. Del total de la
cartera de crédito de la banca, 37% debe destinarse a
aquellos sectores previamente definidos por el Gobierno,
entre los cuales destacan los financiamientos a la actividad
agrícola, a la pequeña y mediana industria, la construcción
y adquisición de viviendas y al turismo, a tasas de interés
preferencial. Adicionalmente, la banca debe mantener en
promedio el BCV 20% de sus captaciones en forma de encaje
legal obligatorio. A todo esto hay que sumar la decisión del
BCV de fijar las tasas pasivas en 6,5% y 10% para los
depósitos de ahorro y a plazo, respectivamente y 28% máximo
para los créditos. Por si esto no fuese suficiente, el banco
central también instituyó regulaciones a las comisiones que
cobran los bancos por sus servicios. De esta manera, el
negocio bancario en Venezuela está significativamente
controlado por el Estado. Pero nada de esto basta, Hugo
Chávez quiere más. Durante el año 2006, la banca venezolana
cumplió con creces el financiamiento agrícola, a las
pequeñas y medianas industrias y al sector de la
construcción. Con todo y ello, la producción agropecuaria de
Venezuela disminuyó 6%. Pero esos inmensos recursos
destinados al agro tampoco satisfacen a Hugo Chávez. Mas
allá de desviar la tención sobre la inflación y la escasez
de los alimentos, con el anuncio de estatizar la banca Hugo
Chávez pretende arrinconar a los banqueros para que acepten
más regulaciones tales como el aumento de los créditos
obligatorios a sectores económicos de interés para el
Gobierno y además para que transfieran parte de la ganancia
de los bancos en forma directa para que sea utilizada a
discreción por parte del Presidente de la República, con la
excusa de que sería utilizada en programas sociales. Con
ello, en una primera fase, se decretaría la estatización
virtual de la banca sin que el Estado tenga que hacerse
cargo de la administración del negocio bancario. Los
banqueros serían especie de funcionarios adscritos al
Ministerio de Finanzas y la Presidencia de la República.
Esta estrategia entraña un riesgo evidente: la suspicacia de
los depositantes acerca del manejo de sus fondos por parte
de un sistema financiero excesivamente regulado por el
Estado. Ello minaría la salud financiera de los bancos lo
que podría traducirse en la búsqueda de nuevas oportunidades
para que los ahorristas coloquen su dinero fuera de
Venezuela.
Los episodios más recientes de estatizaciones de la banca en
América Latina, en particular las mexicanas y peruana en la
década de los ochenta, culminaron a la postre con la
devolución de los bancos a sus antiguos propietarios ante
las dificultades que confrontó el Estado para su manejo
eficiente. En Venezuela, con un Gobierno plagado por la
corrupción y con carencias fundamentales de personal
calificado en el manejo de la Administración Pública, la
estatización de la banca puede llevar a un evento
impredecible de falta de confianza en el sistema financiero
estatal.