Según
la Real Academia de la Lengua Española, chucuto significa
“una cosa que resulta incompleta o deficiente”. Esta
calificación le calza perfectamente al intento del Gobierno
de Venezuela de aplicar una reconversión monetaria en la
coyuntura económica actual. En una especie de torneo para
ver quien comete más errores conceptuales, Rodrigo Cabeza,
Ricardo Sanguino, Armando León y ahora el presidente del
BCV, Gastón Parra, han dado cabo uno su versión sobre lo que
inicialmente denominaron reforma monetaria. Al principio
hablaron de que la reforma ayudaría a bajar la inflación a
un digito y se atrevieron a decir de números específicos:
3,0% anual. Posteriormente expresaron que la reforma
monetaria serviría exclusivamente para facilitar las
transacciones y por esa razón tomaron prestado el nombre de
reconversión monetaria. Ahora vuelven a mencionar el bolívar
fuerte como si se tratase de un bolívar con mayor poder
adquisitivo que el anterior, cuando al mismo tiempo hablan
de reexpresión o redenominación de las unidades monetarias.
¿Quien entiende este acertijo? Tal vez la principal virtud
de esta reconversión monetaria es que facilita sacar las
cuentas a mano y se ocupa menos espacio en el papel y en las
tablas del programa de computación Excel.
En una alocución en cadena
nacional de radio y televisión, realizada el 8 de marzo de
2007, el presidente del BCV, acompañado por los directores,
puntualizó que la reconversión monetaria contribuiría a
fortalecer la moneda y a lograr la estabilidad de precios.
También expresó el presidente del instituto emisor que con
la reconversión monetaria el sistema de pagos ganaría
eficacia al tiempo que se reforzaría la confianza en el
signo monetario. Habló, entonces, con énfasis el presidente
del BCV de un bolívar fuerte. ¿Fuerte? ¿Qué significa un
“bolívar fuerte”? Que va a ver una reevaluación de la
moneda, eso nadie lo puede saber a estas alturas cuando la
reconversión recién comienza. Pero lo cierto es que para
hablar de una moneda fuerte la condición primaria es que la
productividad de la economía en referencia debe ser elevada
respecto a la de sus socios comerciales y ese no es el caso
de Venezuela ni de lejos. Una cosa es realizar un ajuste
nominal de la tasa de cambio y otra es que ese ajuste se
traduzca un una modificación del tipo de cambio real, es
decir, del poder de compra interno y externo de la moneda
nacional. Venezuela no tiene con qué tener una moneda fuerte
porque la productividad de la economía no petrolera es muy
baja y porque los fundamentos fiscales y monetarios son muy
débiles. Todavía más: aún pudiendo ello no es conveniente
porque condena a Venezuela a ser una economía de puertos y
le resta capacidad para producir bienes exportables.
Es chucuta la reconversión
monetaria, como se ha planteado hasta ahora, porque es
incompleta. Le falta el componente esencial para que
cualquier intento de reforma monetaria tenga éxito: medidas
fiscales y monetarias creíbles. Lo que se ha anunciado es
simplemente la eliminación de tres ceros al bolívar sin que
ello se apoye en acciones para resolver la situación de
déficit que presentan las cuentas fiscales de Venezuela o
para absorber eficientemente los excesos de liquidez
existentes en la economía. De hecho, como resultado del
conjunto de políticas que en el frente fiscal se están
ejecutando el efecto es la profundización del déficit
fiscal, como es el caso de la rebaja del IVA. En una
economía cuyas cuentas en 2006, en el mejor año de los
precios petroleros, registraron un déficit, la rebaja del
IVA con toda seguridad se traducirá en una ampliación de la
brecha fiscal durante 2007. Ello sugiere que la devaluación
del bolívar se convierte en un instrumento fiscal para
enjugar el déficit como ha ocurrido consistentemente en
Venezuela. Al mismo tiempo, si el BCV no es capaz de
contener la expansión monetaria, el exceso de dinero en
circulación va conspirar contra la estabilidad del nuevo
signo monetario. De esta manera, todo indica que esta
reconversión monetaria no será un factor que coadyuve a la
estabilidad macroeconómica de Venezuela toda vez que están
ausentes piezas fundamentales en el orden fiscal y
monetario, vitales para que la nueva moneda conserve su
valor.
En la ausencia de una política
fiscal y monetaria consistente es donde residió la causa de
los naufragios de las reformas monetarias aplicadas en
Argentina en 1985 con motivo del Plan Austral y en Brasil en
1986 y 1987 con los Planes Cruzado y Cruceiro,
respectivamente. En efecto, debido a la persistencia del
déficit fiscal y las consiguientes expectativas de inflación
que ello genera, muy pronto las monedas resultantes de las
reformas comenzaron a perder valor en un proceso sostenido
de alza de precios que acabó liquidándolas. Esas
experiencias pareciera que no han sido debidamente
estudiadas por los paladines de la reconversión monetaria en
Venezuela quienes desesperados por los niveles de inflación
quieren recurrir a un cambio cosmético para intentar dar la
sensación de que los precios han bajado.
De igual manera es muy probable
que esta reconversión monetaria sea utilizada por el
Gobierno para hacer propaganda sobre una supuesta
reevaluación del bolívar al compararse la cotización
resultante tras la reconversión con el tipo de cambio de
Bs./US$ 4,30 que estuvo vigente hasta el 18 de febrero de
1983.
Es lamentable que las
autoridades económicas no se hayan tomado el tiempo que
requiere la adopción de una medida tan delicada como una
reconversión monetaria y hayan optado por el atajo más corto
pero más peligroso para procurar contener una inflación que
sus propias políticas han propiciado en virtud de un gasto
fiscal desproporcionado y una política monetaria orientada
más a asegurarle el financiamiento monetario del Gobierno
que a estabilizar los precios, la razón de ser de un banco
central.
El redondeo
Con la entrada en vigencia de la
reconversión monetaria a partir del primero de enero de 2008
va a implicar el regreso del uso de unidades fraccionadas lo
que llevará al uso de la coma. La base para el redondeo es
cinco céntimos, la unidad monetaria de menor denominación
del nuevo bolívar. Si, como efecto de la instrumentación de
la nueva moneda, un producto pasa a costar, digamos, Bs.
2,58, su precios se redondea a Bs. 2,60. Contrariamente, si
el resultado es un precio de Bs. 2,53 el mismo se redondea a
Bs. 2,50. En países donde se ha aplicado reformas
monetarias, en particular en la Unión Europea luego de la
entrada en vigencia del euro se observó un alza de los
precios por el ajuste de los precios a la unidad superior.
Aunque ello se expresó en una inflación ligeramente superior
a que se esperaba, rápidamente pasó el efecto porque los
fundamentos de la economía eran sólidos y no había razones
para que los precios siguieran aumentando. Es muy probable
que algo similar ocurra en Venezuela. Pero esa situación no
debe confundirse con una generalización de la inflación al
tratarse únicamente de una corrección de los precios.
El bolívar fuerte
Ese será el nombre que adquirirá
la unidad monetaria resultante de la reconversión monetaria
en su fase de transición. Es muy difícil de explicar porqué
se denomina de esa manera, por cuanto la idea de fuerte hace
referencia al poder de compra del dinero respecto a otra
moneda. Si lo que se piensa realizar es simplemente la
eliminación de tres ceros a la moneda nacional en este caso
no podría hablarse de bolívar fuerte. La denominación de
bolívar fuerte se correspondería con el valor de la unidad
monetaria si ocurriese una reevaluación nominal del nuevo
bolívar con cual el precio del dólar pasaría a costar, por
ejemplo, Bs./US$ 2,00 y esa cotización de la moneda
extranjera se mantiene en el tiempo. Otra forma en que se
podría hablar de bolívar fuerte sería el caso de que una vez
establecido la tasa de cambio nominal, la inflación de
Venezuela resulte inferior a la de sus principales socios
comerciales, en particular, Estados Unidos, como sucedió
hasta mediados de los años setenta, razón por la cual se
decía que el bolívar de entonces era una moneda fuerte.