El esfuerzo
de los empresarios y de la gente de negocios en Venezuela
está enfrentando retos formidables impuestos por el Estado
con el objeto de asfixiar a la empresa privada en sus
diferentes modalidades, pequeñas, medianas y grandes. No
resulta muy difícil descubrir que la política del gobierno
va dirigida a socavar las bases de la actividad del sector
privado que en Venezuela se ha constituido desde hace más de
cincuenta años, con el objeto de sustituirla tanto por la
acción directa del Estado en la economía como por la de
nuevos empresarios, surgidos bajo el paraguas del gobierno.
Durante la
gestión del presidente Chávez el ámbito de actuación del
sector público ha crecido de forma significativa hasta el
punto de abarcar actividades económicas que van desde la
elaboración de camisas hasta la producción de vehículos
militares pasando por la operación de líneas áreas y
agencias de viajes. Esto ha implicado que el Estado tenga
que hacer un esfuerzo considerable para sufragar los gastos
de esas empresas que registran pérdidas consecutivas, lo
cual se le resta recursos financieros al gasto social,
especialmente en salud y educación. Pero no solamente se
trata de que el Estado se haya involucrado en la producción
de bienes donde nada tiene que buscar sino que también ha
estrechado el cerco regulatorio, mediante la imposición de
normas y acciones que en vez de facilitar la actividad
económica la obstaculizan, como las que se muestran en el
cuadro.
Principales restricciones a la actividad económica en
Venezuela
Control de
precios |
Control de
cambios |
Solvencia
laboral |
Uso del
Seniat para fines tributarios y no tributarios |
Empleo de la
FAN para promover invasiones de fincas |
De esta
forma, se ha venido destruyendo la rentabilidad del sector
industrial y agropecuario en tanto que en la esfera
financiera, comercial, y las comunicaciones se registran
jugosas ganancias. Pero esto tiene un costo muy elevado para
Venezuela debido a que la escasa inversión que se realiza no
genera capacidad exportadora en una economía que ahora se ha
hecho más dependiente y vulnerable de las exportaciones
petroleras. Por esa razón las bases del actual crecimiento
son muy endebles. Pero con todo y ello los empresarios de
Venezuela cuya actividad es conocida y reconocida cada día
deben hacer una labor por mantener sus empresas a flote no
obstante el acoso tributario, la represión que impone el
control de precios, las limitaciones al acceso a las
divisas, entre otras restricciones. Si en lugar de contar
con un Estado que despotrica de la empresa privada y que la
acosa, se tuviera uno que facilite y promueva la iniciativa
económica, con toda seguridad este auge de los precios del
petróleo que disfruta Venezuela se traduciría en la creación
de riqueza permanente para que sobre esa base mejore la
distribución de la renta y un mayor número de venezolanos
salga de la pobreza.
En
contrapartida al empresario que arriesga, que invierte y que
tiene que lidiar con una tupida red burocrática, está
emergiendo una nueva categorías de gente del mundo de los
negocios, cuyo móvil de actuación es el corto plazo y la
ganancia relámpago, que se han disfrazado de socialistas
para acceder a los beneficios que procura un Estado con
disponibilidades financieras incuantificables. Con el título
de partidarios del gobierno bajo el brazo, su función
estriba no en producir sino en tramitar para ellos, sus
amigos y relacionados, créditos y divisas ante los
organismos públicos. El carné partidista del pasado,
requisito para realizar gestiones ante organismos públicos,
ha sido sustituido por la profesión de fe al proceso
bolivariano, conformándose de esta manera una parodia de
empresarios que todavía no calzan los puntos para detentar
ese título. El concepto que mejor se le ajusta es el de
rentista que según la acepción del término significa hacer
dinero procurando influir sobre quienes toman las decisiones
económicas en vez de obtenerlo mediante la producción y el
comercio. Y eso es lo parece ocurrir con los nuevos
empresarios bolivarianos de papel, cuyo esfuerzo productivo
consiste en visitar a los ministros y jefes de organismos
tales como Cadivi, el Banco Industrial de Venezuela, el
Bandes y el Seniat para conseguir créditos blandos,
exoneraciones fiscales, agilizar la entrega de las divisas y
lograr contratos con el gobierno para proveer bienes
elaborados por terceros.