Si
alguien merece, con sobrada razón, que se haga a la
distancia de cien años de su nacimiento, un balance de su
acción para el país, es ese gran luchador que fue Jóvito
Villalba. No puede ser otro el arranque de este apretado
paseo por sus logros, que el de su bautizo político: la
generación del 28. Hace 80 años, junto a un lúcido y
valeroso grupo de estudiantes, dieron un aldabonazo a los
días de modorra y conformismo que se vivían bajo la égida
del ambicioso y ladino Benemérito. Ese atrevimiento le valió
cárcel y duros e infames grilletes, pero en ningún momento
lo arredaron, más bien le sirvieron de curiosa fuente de
combustible de ideales, para ocho años después, cuando los
hechos que se sucedían con la rapidez del polvorín, a raíz
de la muerte de Gómez y ascenso al poder de López Contreras,
necesitaron de su verbo inflamado de pasión y amor por
Venezuela, para orientar, para ser conductor de hombres y
mujeres que querían dignidad sin saber concebirla
conceptualmente, que deseaban el progreso y libertad que no
habían conocido, pero que intuían detrás de las ardorosas
intervenciones que Jóvito Villalba les dirigía, como ese
primer gran líder de masas del siglo XX venezolano.
Su tercera contribución al quehacer del país, se produjo en
1952, con motivo de la celebración de elecciones de
diputados a la Asamblea Nacional Constituyente. Su olfato
político le permitió comprender que debía participar (pese a
la opinión del resto de las fuerzas opositoras, encabezadas
por AD y su conductor, Rómulo Betancourt). Pese a que no le
fue reconocida la victoria por un nuevo zarpazo de la
dictadura de Pérez Jiménez, sentó un valioso precedente en
esa lucha cívica, que contra el régimen fue dándose en forma
organizada a través de la Unión Patriótica, órgano en el que
sus orientación política fue tanto valiosa como difíciles
eran los momentos de represión que se viván. Para finales de
ese gobierno, convencido de los errores de 1948, de esas
canibalescas luchas que se libraron entre grupos con el
objetivo común de establecer un régimen de libertades,
participa activamente en la elaboración de un Pacto Político
sin precedentes. Un pacto que estabilizó la naciente
democracia venezolana.
Quizás el último de sus aportes pasó desapercibido.
Villalba, quien conocía muy bien el monstruo del sistema
democrático, que fue evolucionando en la Venezuela de los 60
y 70, sus verrugas, sus falencias, trató de proponer
correctivos que impidieran el colapso del mismo,
profundizando sus innegables bondades y abriendo espacios
para una mayor participación de la gente. Tal vez de haber
sido oído por tanto jerarca ebrio de poder y riquezas, todo
lo que ha sucedido a partir de 1989 (justamente el año de la
muerte de Jóvito Villalba), se hubiese podido conjurar,
reestructurando ese sistema que derivó en lo que Carlos
Capriles llamó una vez, la exhibición perpetúa de un cadáver
al que se creía vivo, al maltrecha y devaluada democracia
representativa, que hizo implosión en los albores del siglo
XXI.
Mucho se habla de su poca fortuna para coronar sus
aspiraciones políticas, probablemente se deba a un sinnúmero
de factores, que no es el caso recapitular en esta líneas,
sin embargo como en esas narraciones Homéricas, los “Dioses”
no siempre le sonrieron de un todo. Lo importante, en todo
caso, lo medular es que sin haber sido Presidente de la
República, influyó en buena parte del destino de Venezuela
por más de 50 años, tiempo en el que brindó una cátedra de
cómo hacer política sin volverse un mercenario y sin
organizar partidos como Sociedades anónimas. Fue un hombre
talentoso, digno y honesto. ¿Puede exhibirse algo mejor en
el balance de una vida dedicada a transformar a la sociedad
en la que le tocó vivir?
jamedina11@gmail.com