( al Dr.
Xavier Méndez )
“Escribir bien
no es algo que el auténtico escritor se propone.
Le es tan inevitable como su cara
y su conducta.”
Juan Carlos Onetti
Muy probablemente no
cumple con la condición de clásico en lo tocante a la
unanimidad en la preferencia de su lectura, más si cumple
(en forma parcial, hendiendo su esencia con la fuerza de los
colosos de la palabra) con la definición de Borges en cuanto
al término: “Libro que una nación o un grupo de naciones o
el largo tiempo, han decidido leer como si en sus páginas
todo fuera deliberado, fatal, profundo como el cosmos y
capaz de interpretaciones sin termino”. Su Prosa si posee
la hondura, la originalidad y sobre todo el sentido
universal, característica impresa, como marca de hierro al
rojo vivo desde su primera novela (El Pozo, 1939).
Hago referencia al escritor Uruguayo, Juan Carlos Onetti,
nacido en Montevideo hace casi un siglo (1 de Julio de 1909)
y de su cuya desaparición física se cumplirán 14 años en
apenas dos meses. En una apretada entrevista para EL
POPULAR, suplemento cultural de Montevideo, exclamó sin
cortapisas: “El
único compromiso que acepto es la persistencia en tratar de
escribir bien y mejor y encontrar con sinceridad cómo es la
vida que me tocó conocer y cómo es la gente condenada a
convertirse en personajes de mis libros”.
Lo
destacable en la obra de Onetti, más allá del preciosismo y
alto nivel de su escritura (que poseía en frondosas
cantidades), es el universo que creó (una de las más
maravillosas experiencias del escribidor en general y de sus
afortunados lectores) en un reducto de su mente y de las
páginas, que emergieron como flotas de barcos en el mar de
Los Sargazos ,puesto que como en el famoso mar, su obra
forma grandes conjuntos enmarañados, un conglomerado de
porciones que se mantienen a flote con su propia
temperatura, con su particular densidad. Su escritura es la
crónica de seres autodesterrados , esos seres que sienten la
“tristeza cómica” al mirar lo absurdo de la sordidez de su
entorno, el placer perverso de la existencia rutinaria, la
“indiferencia apacible” ante días que se suceden como lentos
aguaceros . Onetti articuló dentro de los límites del pueblo
de Santa María un particular cosmos tropical,
trasladable a cualquier latitud, a cualquier época. Un mundo
habitado por seres, que al igual que nosotros, padecen y se
alegran con esa parsimonia sincrética del teatro de la vida,
con la gimnasia de las emociones bullentes, sombrías,
opacas, según el caso. Logró brillantemente lo que pocos:
triturar los sentires, dispersarlos de sus elementos
en atmósferas de denso desasosiego, filtrarlos a través de
los lectores, para que luego de tamizados por éstos,
escarben en sus predios, acusando facturas del espíritu,
congraciándose con sus propias penas en una catarsis de
frases, de momentos, de instantes reveladores al
contrastarlos con la decepción de los años y con la
comprensión, su esperanzador antídoto. Cinceló en la página
como el mismo afirmó: para él
Para su placer. Para su vicio. Para su dulce condenación.
¿ Puede agregarse algo más ?Probablemente si, no obstante
ésta maceración existencial que provoca su obra es la gran
virtud de la escritura de Onetti, vertida en obras como:
La vida Breve (1950), Los Adioses (1954), El
Astillero (1961), Juntacadáveres (1964) y
Cuando ya no importe (1993) entre otras.
Onetti,
es un autor para disfrutar y padecer, para abismarse y
reflexionar, para enfrentar, con no poco temor, al espejo
Borgeano y sentir (sí es que ello es posible del todo)
nuestra propia desnudez.
jamedina11@gmail.com