Decían
los entendidos que un ajedrecista brillante podía hacer una
jugada, pensando en el efecto que está tendría cuatro o
cinco posiciones más adelante. Bobby Fischer era capaz de
preveer esa mortal y devastadora hecatombe en las piezas
enemigas hasta con diez posiciones de anticipación. Un genio
del tablero. Un Dios de las 64 casillas, irónicamente el
número de años que logró vivir en esa su singularísima
manera de ser, especie de péndulo entre la introversión y el
más acendrado excentricismo.
Bobby Fischer, quién acaba de fallecer en REYKJAVIK,
(Islandia), dio su gran aporte al mundo hace unos 36 años,
en oportunidad de su enfrentamiento con el Campeón Mundial
de la época, Boris Spasky. Bobby llevó el ajedrez al mundo,
a los confines de la tierra y lo hizo popular y accesible a
las grandes mayorías. Con sus peticiones exorbitantes, sus
desplantes malcriados, su agudeza en el tablero que para él
constituía una guerra, catapultó el juego ciencia a la
cotidianidad de la gente, derrumbó los elitescos muros que
lo habían contenido por décadas. Su triunfo frente a los
rusos, reforzó la autoestima estadounidense en los agrestes
años de la guerra fría.
Como si cerrase el ciclo iniciado hace más de tres décadas,
Bobby fallece en la misma ciudad que lo vio ceñirse la
corona de campeón del mundo: Reykjavik. Para 1975, en la
primera defensa del titulo conquistado, Bobby dio otra
muestra de esa controversial y alucinante personalidad: se
negó, por incumplimiento de algunas peticiones, a
enfrentarse al retador ruso, Anatoli Karpov, quién se
convirtió en máximo campeón del ajedrez sin haber movido un
solo peón. Ese match, ante un jugador tan disciplinado y
teórico como Karpov, habría podido ser de antología y de un
suspenso probablemente mayor al que tuvo con el pulverizado
Boris Spasky. Que bueno habría sido, también, ver a Bobby
enfrentar, con la plenitud con la que derrotó a Tigran
Petrosian y a Spasky , al jugador que según dicen los
expertos, le disputa la primacía entre los grandes de todos
los tiempos: Gary Kasparov. Quizá en otra dimensión.
Los genios tipo Goethe y Da Vinci no abundan. Bobby
pertenecía de hecho a esa rara estirpe.
jamedina11@gmail.com