El
ex Presidente Caldera, en su libro titulado “De Carabobo a
Punto Fijo: Los causahabientes”, refiere un aspecto
medular del siglo XIX venezolano: la encarnizada lucha
política que libraban conservadores y liberales, teniendo
como testigo impotente y dolido al ilustre escritor,
periodista y sobre todo gran patriota que fue Don Cecilio
Acosta. Como telón de fondo del drama estaban sus
propuestas, especie de rogatorias para reenfocar la
accidentada vida nacional. Observaba Acosta con angustia
como se invertían esfuerzos y recursos en destruir al
“enemigo”, al “rival político”, aniquilando en ese trance
las posibilidades de evolución del país, los espacios para
crecer a la vera de la unión bien entendida y mejor
practicada.
Casi a
mediados del siglo XX, llegó al paroxismo esta
aniquilante manera de llevar la política: dos golpes de
estado (1945 y 1948) representaron la suma de todas esas
costumbres autodestructivas. Diez años después, hace
exactamente medio siglo se constituyó un pacto que
remediara esa secular tendencia nacional. El mismo duró en
el tiempo, tal vez más de los que sus arquitectos
pensaron, sin embargo de una década hacia acá resurge el
síndrome de la intolerancia y la degollinas. Un lado la
propugna, el otro en lugar de combatirla con políticas
constructivas, se engolosina con elecciones regionales,
dejando perplejos y cubiertos de una pegajosa pátina de
escepticismo a los “Cecilios” contemporáneos.
¿Dejarán Los “Cecilios”, su ciclo vital sin saber lo que
es una República civilizada, tolerante y verdaderamente
democrática?
jamedina11@gmail.com