"...El logro de estas conquistas
significan el desplazamiento del poder de todo hombre o
partido de raíces militaristas y latifundistas, pues, como
lo tienen demostrado cien años de fracaso de los ideales
democráticos, terratenientes y generales son enemigos
históricos de la cultura y mejoramiento de las masas."
Plan de Barranquilla
“Estoy y estaré siempre en las trincheras del pueblo. Lucho
y lucharé siempre
en las filas porveniristas de la izquierda. Empero,
propugnando para Venezuela
la solución de sus problemas nacionales impuesta por la
estructura del país
y por el clima histórico que vive. Esas soluciones son tan
diferentes de las
mediocres panaceas del Liberalismo, inoperante e
históricamente agotadas, como
de las fórmulas soviéticas”
“Problemas venezolanos”
La
Historia de la humanidad registra, de cuando en cuando, sus
casos: personas de extracción humilde, de estudios de alta
dificultad, con un fuego interior inapagable, una pasión que
no cesa en la búsqueda de transformar las estructuras
anacrónicas de su tiempo. Personas, que encarnan el ideal de
su pueblo, convencen a compañeros de lucha con el ejemplo,
con la ardiente palabra, con esa luz que los cobija y que
sale de dentro, del espíritu henchido de deseos de dar un
salto hacia delante. Este, es el caso de un venezolano
nacido hace ya una centuria: Rómulo Ernesto Betancourt
Bello. Su biografía es harto conocida, sus principales
hechos estudiados, sus luchas contra la dictadura de Gómez,
sus dos Presidencias ( 1945-1947 y 1959-1963), el famoso
atentado en su contra, su papel como líder instaurador de la
democracia, al punto de ser considerado el padre de la
misma. Todos estos son hechos, que la historiografía ha
recorrido no sin cierta fruición de epopeya.
En esta breve semblanza, vale la pena destacar otros
aspectos no tan conocidos, no tan surcados por el vendaval
de tinta de los curtidos analistas de nuestra historia
contemporánea. Aspectos que, por importantes, pero no tan
parangonados, han permanecido como en un cuadro, formando
una pintura debajo, a escasos milímetros de la pintura que
exhibe.
El hombre que tendió el puente definitivo entre esa
Venezuela precaria, unipersonal, que no terminaba de
abandonar el siglo XIX, y ésta, que con sus fallas y rémoras
se aproxima al arquetipo de un país con visos de civilidad
(lo que en su obra Carrera Damas titula: “el paso de una
República Liberal autocrática a una República Liberal
Democrática Moderna”), tenía una cualidad-defecto, según
acertase o errase: la precocidad política combinada con
justeza con la audacia de propósitos. Esta dualidad, que
siempre funcionó al unísono (y que generalmente se presenta
en los políticos en forma separada) le proporcionó
conquistas pero también desaciertos. A ello sumó una
impenitente vocación por el estudio de nuestra historia,
para de allí destilar la esencia de los problemas que nos
aquejaban (y que acostumbraba discutir con un numeroso grupo
de expertos que supo granjearse a su alrededor). A este
actividad, donde el intelecto le fue con creces propicio,
dedicó (cuando la epístola, otra de sus incansables
actividades de adoctrinamiento, proselitismo y orientación
política le permitía) buena parte de su tiempo. Precisamente
de estas lecturas, análisis, reenfoques y diagnóstico fue
donde salió aquel magnífico (e inédito en estas lides)
documento conocido como “El Plan de Barranquilla”. Para la
época (1931) Betancourt contaba apenas con 23 años de edad,
era ese el tiempo en el que asilado con Raúl Leoni en esa
calurosa población Colombiana, lo describe la magistral
prosa de García Márquez (“Confieso que he vivido”) dándose
baldazos de agua con su compañero de luchas. Rómulo, desde
ese tiempo dedica la obra de su vida a la fundación de una
agrupación política, a partir de la cual girasen los cambios
que era urgente realizar en el depauperado país, lo que nos
remite a esa segunda característica suya: la enorme
capacidad de organización política que poseía y que
insuflaba en sus compañeros como aire fecundo y esperanzador
a través de arengas y documentos imbuidos de una prosa
vibrante e inspiradora. Valgan estas líneas escritas en la
mala hora del derrocamiento de Gallegos, fruto (en parte) de
errores y sectarismos suyos y de su partido:
“Acción Democrática en su hora
solemne de su aniversario, con millares de hombres suyos en
las cárceles , recién cerradas las tumbas de sus muertos ,
con sus dirigentes clandestinos amenazados por el crimen
oficializado, con centenares de dirigentes en el exilio, no
hace un llamado a la retaliación, ni a la venganza . No
adopta tampoco la arrogante posición de exhibir sus
credenciales de lucha como letra de cambio girada hacia el
futuro. Con profunda, sintética y patética emoción
venezolana llama a cerrar filas a hombres de la calle y a
hombres de los cuarteles, a ciudadanos sin partido y a
militantes de organizaciones políticas, a todos cuanto
sientan a la patria como responsabilidad y deber, para
estructurar el frente de la libertad. Estamos plena y
absolutamente convencidos de que bastará una acción
planificada y resuelta de ese frente, una vez que integre y
articule, para que desaparezcan de la vida pública los
soportes actuales del régimen despótico. Y Venezuela volverá
a ser patria de todos, amable y venturosa, digna de su
historia fascinante, heredera de la que forjaron con su
cerebro y con su brazo los hombres de la generación
libertadora”.
A este cúmulo de rasgos y
características, Betancourt agregó una prodigiosa capacidad
para descifrar las angustias y expectativas del colectivo,
conceptualizando sus demandas y aspiraciones, y una
hipnotizante manera de transmitir sus ideas en forma oral a
través de Los mítines y concentraciones que organizaba. A la
par era infatigable columnista en los diarios que AD logró
colocar en circulación. En ello buena parte de su ideario
político fue vertido con amplitud y constancia de
propósitos.
Nada de esto, ni siquiera la escritura de un libro
fundamental para esta tierra como “Venezuela, Política y
Petróleo”, hubiese sido suficiente de no haber existido en
el alma de Betancourt, en esa esencia interior que recibe
tantos nombres según las diversas creencias, sin que hubiese
anidado la llama perenne de la vocación por el poder. Del
poder para transformar positivamente. Hay dos anécdotas que,
reflejan vivamente este marcado aserto. En la primera de
ellas se discutía, a raíz de la caída de Pérez Jiménez, la
elección del Candidato de Acción Democrática para las
elecciones de diciembre de 1958. En virtud de la virulencia
(tan parecida a la fuerza de adhesión que también generaba
en otros segmentos) que despertaba Betancourt en algunos
sectores desde la época del trienio adeco. Algunos delegados
eran cautos en el CDN (Comité Directivo Nacional). En uno de
las intervenciones finales, un secretario pidió la palabra
para señalar, que en virtud de que el “Compañero Betancourt
no podría ser candidato “proponía a fulano de tal. Se hizo
un silencio mientras Betancourt se ponía de pié y rompiendo
su pipa contra la mesa increpaba al secretario diciéndole: ¿
Quién te dijo a ti , que yo no podía ser Candidato ?. De
inmediato, todos en el pleno partidista supieron que tenían
abanderado para las elecciones presidenciales. La otra
anécdota fue referida por Luis Beltrán Prieto Figueroa.
Cuenta el maestro Prieto, que el día del atentado (24 de
Junio de 1960) que casi le cuesta la vida a Betancourt,
salió presuroso al Hospital Clínico de la Ciudad
Universitaria, al enterarse que allí había sido llevado el
Presidente. Accedió al cuarto de la cura que se le estaba
practicando, con las manos y rostro quemados, sin
posibilidad de administrarle anestesia, el labio inferior
colgándole. Ante ese cuadro el Maestro Prieto no pudo
reprimir un gesto de piedad. Rómulo lo vio y en lugar de
amilanarse, como sería lo lógico en tan dolorosas y
estresantes circunstancias, le dijo: “ ¡No seas pendejo
negro, anda a Miraflores a cuidarme el coroto ! ”.
El aspecto que finalmente coronó esa personalidad
fundamental, que llevó a Herrera Luque a considerarlo uno de
los cuatro artífices (Reyes de la baraja para ese autor) de
la Venezuela independiente, que surge después de la
emancipación, fue el rechazo a todo tipo de regimenes
autoritarios, consagrado continentalmente como “Doctrina
Betancourt”. Tuvo la perspicaz visión de intuir que la
tolerancia con este tipo de gobiernos, los va robusteciendo
y propagando, sobre todo en un subcontinente en el que la
democracia se degrada al mero populismo y este empuja a los
pueblos a los brazos de redentores autoritarios y
propiciadores de involuciones republicanas. Tal vez
alrededor de este rasgo populista y a la consabida e
inherente corrupción, se constituye el reclamo básico que
pueda hacerse al diseño Betancourista . Por esa falencia, no
prevista ni atajada a tiempo, se fue escapando en buena
medida ese proyecto político, que tan tesorera y audazmente
fue cimentando en sus primeros sesenta años de existencia
ese personaje, ya mítico, conocido bajo el nombre de Rómulo
Betancourt.
En cualquier caso, el balance de su vida, pensamiento y obra
es altamente positivo, prueba de ello es que no puede
hablarse de la historia de Venezuela, desde que Colón pisó
tierra en Macuro , sin tener que mencionar entre los grandes
constructores del país a este personaje nacido en Guatire, a
orillas del río Pacairigüa, un 22 de Febrero de 1908. ¿Acaso
no fue esta excepcional mezcla de condiciones la explicación más
palmaria de por qué Rómulo Betancourt se distinguió de los
dirigentes contemporáneos de su tiempo?
Venezuela necesita de líderes con la raigambre, garra y
empuje de un Rómulo Betancourt, para construir el País que
todos merecemos y que tristemente ha sido postergado en
variadas ocasiones.
jamedina11@gmail.com